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“El terror de aquella noche es indescriptible”
El angosto corredor sigue siendo el mismo. Tres pasos hacia el interior conducen hasta la sala y el comedor. José Luis Lema, de 33 años, está sentado en un rincón. Algo nervioso, entrecruza las manos y mira, dubitativo, a su cuñada Aracely, quien se sienta junto a él, pues ella, mejor que nadie, sabe la historia de José.
La casa está igual que hace 15 años, cuando un grupo de hombres desconocidos la rodeó la madrugada del 19 de septiembre de 1998. Entonces José tenía apenas 18 años y esa noche era la última en su casa, pues al amanecer se iría al cuartel.
En la mañana José arregló su cuarto y lavó su ropa. Antes de la última despedida con su familia, salió a darse una vuelta con sus amigos y estuvo unos momentos con su novia, quien ahora es su esposa.
A las 02:00 Aracely escuchó ruidos. Abrió la puerta de su casa y de pronto varios hombres encapuchados irrumpieron preguntando por José. Buscaron por toda la casa, rompieron objetos, movieron las camas y no lo encontraron.
José nunca ha podido conseguir un trabajo debido a la falsa acusación que le hizo la PolicíaAracely salió a la calle a buscarlo y cuando lo encontró, el agente Pedro Urgiles hizo bajar de un vehículo a José, lo tomó del brazo diciéndole que necesitaban hacerle unas preguntas; apenas dieron unos pasos cuando le taparon la cabeza y lo subieron a un vehículo.
Sin poder mirar a dónde lo llevaban, solo recuerda que ingresó a una bodega subterránea, le vendaron los ojos con cinta de embalaje y lo esposaron. Lo obligaron a subir unas gradas y mientras lo hacía era golpeado y arrojado al suelo constantemente. Horas después le avisaron que era acusado de la muerte de un comerciante al norte de Quito.
En medio de las torturas lo reunieron con Edwin Punguil, otro joven que fue detenido antes que José y que llevaba varias horas sufriendo torturas físicas. “Me levantaron los brazos y me cortaron la respiración casi hasta la inconsciencia, luego me pusieron una funda con gas pimienta en la cabeza”, recuerda José.
Es inevitable que las lágrimas aparezcan al narrar lo ocurrido. José, al no soportar más el dolor, tuvo que mentirles a los agentes para que se detengan. Optó por decirles que había escondido el dinero del robo bajo el colchón de su cama. Ensangrentado, José fue llevado hasta su casa. Los policías registraron todo nuevamente y José aprovechó entonces para que su familia observara con qué personas estaba y en qué circunstancias.
“A la lagartera te voy a mandar. ¿Qué esperas para declararte culpable?“, le decían los policíasAracely, su cuñada, recuerda que sus tres hijos dormían en una cama cuando los policías ingresaron, destaparon a los niños y revolvieron todo. “El terror de aquella noche es indescriptible”, dice, mientras mira a uno de sus hijos ahora de 18 años.
“Ayúdame, me van a matar, por favor”, eran los gritos de José. Su cuñada intentó subirse al vehículo, pero la amenazaron con acusarla de cómplice de asesinato. Todos vieron como Urgiles le colocó los dedos en la garganta a José, impidiéndole respirar. Mientras el joven más lloraba, más fuertes eran las torturas. Los uniformados le decían a José que si se declaraba culpable únicamente le darían 2 años de prisión.
Su voluntad se quebraba de a poco. No soportaba ver las torturas que le aplicaban a Edwin, su “vecino”. Lo único que daba vueltas en su cabeza era que iba a morir, pues eso le repetían en voz baja en su oído, una y otra vez, por varias horas.
Cuando fueron llevados al Centro de Detención Provisional, la sobrevivencia fue dura, pues hasta para recibir visitas debían pagar.
Sentados en la sala de su casa, el hermano, los sobrinos y la esposa de José lloran cada vez que lo escuchan hablar y recordar lo que vivió. Sus sobrinos no recuerdan, pero sus lágrimas demuestran que comparten el dolor no solo de su tío.
Su voz se entrecorta al contar que su madre incluso pedía caridad en las calles para recoger algo de dinero. Los días de hambre fueron muchos, la escasez, a diario. Aracely y su esposo, hermano de José, caminaban horas buscando ayuda y realizando los trámites legales para conseguir su libertad.
Hace dos años José fue detenido nuevamente y permaneció dos meses acusado del mismo delito sucedido hace 15 años. Su familia y la de Edwin Punguil se juntaron para lograr su liberación. Lamentablemente, luego de la detención de José, su padre sufrió un derrame cerebral; luego de salir libre pasó 4 días con su progenitor, hasta que falleció.
Ahora José planea entrar a estudiar construcción en la Universidad Popular; dedicarse a esa labor es lo que le ha permitido tener ingresos económicos. Nunca recibió ningún tipo de ayuda psicológica para recuperarse, solo agradece a su familia por todo lo que hicieron. Dice que no guarda rencor y solo quiere olvidar, porque cada vez que recuerda el hecho, su corazón se estremece.
El médico de Washington Bolaños, el tercer joven que fue detenido hace 15 años, le sugirió a José que trate de no recordar nada de aquel día, pues eso puede afectar gravemente su salud de por vida.