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Exreclusas sueñan con su propio restaurante

Gloria Armijos (al fondo) y Jeanneth alimentan a los hijos de otras reclusas en el centro de Quito. Si desea colaborar con ellas llamar al 0983360098.
Gloria Armijos (al fondo) y Jeanneth alimentan a los hijos de otras reclusas en el centro de Quito. Si desea colaborar con ellas llamar al 0983360098.
Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO
22 de abril de 2019 - 00:00 - Redacción Justicia

En la calle también hay rejas. Y eso lo saben las mujeres que estuvieron en prisión y al salir, tras pagar una condena, llevan en su frente el letrero de culpables.

Es miércoles, 12:30. “Tía Gloria”, grita Mariana Collaguazo. Su voz y sus pasos resuenan en el largo pasillo de piso de madera de la casa Catapulta, en la calle Olmedo (centro histórico de Quito).

Mariana es vendedora autónoma. No pudo encontrar otro trabajo al salir de prisión. En sus manos tiene una funda transparente con 10 paquetes de galletas. Esa venta es su sustento diario, pero ayudar en la alimentación de 25 hijos de las privadas de libertad la hace feliz.

Mariana sabe lo que tiene que hacer. Llega al comedor y ayuda a preparar el jugo para los niños. Ella estuvo detenida en el Centro de Detención Provisional (CDP) de El Inca en 2014.

Fue a visitar a su hijo en el penal García Moreno y la sorprendió el repentino trasladado de los privados de la libertad. Quería respuestas, protestó y la detuvieron. Estuvo 10 días recluida por terrorismo. En prisión conoció el dolor de las madres, de la mayoría que dejaron a sus hijos afuera solos.

Allí  conoció a la “tía Gloria”. Sí, así conocen todos a Gloria Armijos que se encargó como voluntaria por 32 años de la guardería del CDP de El Inca. La voz de la “tía Gloria” es mandato en la cocina. “Marianita ayude a pelar las papas”, dijo.

Los hijos de reos pasan solos

Tanto Mariana como Gloria son parte del colectivo Mujeres de Frente, que es una organización que desde 2004 trabaja en las cárceles de mujeres del país. A este colectivo se sumó la asociación de amigos y familiares de privados de la libertad.

Andrea Aguirre, integrante de la agrupación, considera que las cárceles castigan la pobreza. Detalló que las mujeres que están recluidas, la mayoría, son cabezas de hogar, viudas y grupos desprotegidos por el Estado.

Por delitos como microtráfico se encuentran, en su mayoría, recluidas las mujeres en centros como El Inca.

El Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad registró en enero 2.859 mujeres detenidas en el país, de ellas 1.600 estuvieron presas por tráfico de drogas, 357 por robo y 153 por delincuencia organizada.

“Buenas tardes tía Gloria” saluda Jeanneth. Llega junto con sus cinco hijos. Conoció del proyecto por su madre, a quien detuvieron por microtráfico. Pero, Jeanneth también estuvo una vez en prisión por el mismo delito. Le cuesta hablar de ello. Espera no volver a caer.

Jeanneth ayuda a la “tía Gloria” en el comedor. Raya zanahoria, lava verduras y pela papas. “Jeanneth pongamos la papa en la olla, ya mismo llegan los guaguas”, dijo la “tía Gloria”. Sus palabras son premonitorias.

Son las 13:00 y los niños empiezan a desfilar. Llenan de besos y abrazos a la tía. Le cuentan sus hazañas escolares: caídas en la escuela, golpes, calificaciones...

Según Aguirre, el comedor lo mantienen con autogestión (conciertos, fiestas y conversatorios). Necesitan $ 300 mensuales para mantenerlo. Algunas integrantes del colectivo colaboran.

En su mayoría, los niños que asisten al comedor son hijos de privadas de la libertad. Por ejemplo, el papá y mamá de Carlos (nombre protegido), de 7 años, están en prisión. La “tía Gloria” pasa a ser como su madre. “Llévame a tu casa”, le dicen. Ella siempre los aconseja.

Son las 13:30 y llaman a la “tía Gloria” desde el centro de rehabilitación de Latacunga. Es la mamá de Carlos que está preocupada porque su hijo no llega dos días a la casa. Esas palabras intranquilizan a Gloria. No es la primera vez, confesó.

Carlos se quedó al cuidado de un tío, “pero él mete gente fea a la casa”, dijo a Gloria el menor como excusa por lo que se escapa siempre. Por ello, la mujer entiende el dolor, “no solo sufren los que están adentro, sino también los que se quedan afuera”.

Coincide con Aguirre de que la cárcel es un castigo para las “mujeres empobrecidas del país”.

Miguel, de 10 años, es feliz allí, “hacemos deberes, jugamos, comemos”, indicó. Sus padres están detenidos.  

El sueño de “La Viandita”

Tras salir de prisión a Jeanneth también le costó encontrar un trabajo. Por ello ayuda a la “tía Gloria” y recibe un salario de $ 250. Pero, el comedor no es el único sueño que tienen. En diciembre del año pasado crearon La Viandita, que es un servicio de catering y alimentación que manejan siete mujeres, entre ellas varias exprivadas de la libertad.

Stephany Cárdenas, quien coordina este proyecto, contó que en diciembre dieron el primer servicio a un colectivo social y a inicios de este mes tuvieron otro evento para 150 personas de la Universidad Central.

Prepararon tamales, pollo, papa y arroz. Con las primeras ganancias adquirieron una cafetera y ahora esperan comprar vajillas. Trabajan con la red de agricultores Zurciendo, que ofrece productos libres de agrotóxicos.

El menú de los niños el miércoles fue sopa de verduras. Mariana trae el queso de la tienda. La “tía Gloria” lo raya en la sopa y la sirven. Como cualquier niño al verla hacen pucheros, pero se la terminan. Eso y un vaso de jugo fue su almuerzo. (I)

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