El Barcelona ligó esta noche en Mónaco el  póquer de títulos de la supercopa europea al vencer al Oporto por 2-0  gracias a dos jugadas estelares de Lionel Messi, que demostró una vez  más que es el rey del tapete y que, cuando juega, nunca va de farol.
 Esta era la única competición oficial en la que el astro argentino no  había podido añadir una muesca más a su revolver y el Luis II todavía  era hasta hoy un terreno virgen para su voracidad sin límite y su ansia  de gol.
 Esta tarde, en el principado monegasco  resolvió este asunto menor. Otro reto superado para el mejor futbolistas  del planeta, quién sabe ya si el mejor de todos los tiempos.
 Messi solucionó una espesa primera mitad del Barcelona con un gol de  oportunismo al filo del descanso, un regalo de Guarín en un mal despeje  que el de Rosario recogió cuando ya tenía encima a Helton.
 Otro se hubiera precipitado en la definición y hubiese estrellado el  balón en el cuerpo del portero. Él no. Controló la pelota, sentó al meta  del Oporto con un requiebro imposible y lo empujó a placer al fondo de  la red.
 Hasta entonces el equipo luso había incomodado a su  rival con su defensa adelantada, mucho empuje arriba y una presión  asfixiante que los azulgranas, sin Piqué en el eje de la zaga y Busquets  en el pivote defensivo, le costaba superar saliendo con el balón jugado  desde atrás.
 Un disparo de Moutinho que obligó a Valdés a  sacar la primera manopla de la tarde y un par de jugadas por la  izquierda de Hulk-la estrella indiscutible del equipo tras la marcha de  Falcao- no tuvieron la recompensa del gol.
 El Barça casi se  encontró con el suyo gracias al primer regalo de la zaga lusa, que  Pedro, solo ante Helton, no aprovechó al picar el balón por encima de la  portería.
 Pero el campeón de Europa es un motor diesel  especialista en esperar a que baje el suflé. El del Oporto bajó a los  veinte minutos y los de Guardiola, aunque les costó más que de  costumbre, se hicieron con la manija del choque en cuento empezaron a  recuperar el balón más arriba y a hacerlo circular con mayor fluidez.
 Un par de subidas amenazantes de Alves, un par de apariciones de  Iniesta, que a la postre acabaría siendo nombrado por la UEFA mejor  jugador de la final, y un par de fogonazos de Messi -con gol de pillo  incluido- bastaron para tomar el mando -del marcador y del juego- antes  de llegar al descanso.
 El Oporto no se rindió ni mucho menos  tras la reanudación. Pereira adelantó la defensa veinte metros y  Moutinho, Guarín y Souza trabajaron a destajo para abarcar los máximos  metros posibles en el centro del campo.
 Motuinho y Guarín lo  probaron de lejos y Villa también tuvo la suya antes de ser sustituido  por Alexis. El Barça, con muchos espacios delante, pudo matar el  partido. Pero en pleno mes de agosto es más difícil hacerlo que, por  ejemplo en enero, y Pedro, en un par de acciones en las que se quedó sin  fuelle pudo dar fe de ello.
 Los catalanes vivieron un último  susto, cuando un error de Abidal al proteger un balón casi le cuesta un  disgusto al campeón de Europa a diez minutos para el final. Un Guerín  encolerizado pidió penalti por la entrada del francés, pero el árbitro  lo único que hizo fue mostrarle tarjeta amarilla.
 Cuando el  partido llegaba al final, Messi volvió a aparecer para fabricar el  segundo, una conducción desde la línea de tres cuartos que acabó con un  quiebro y un centro preciso sobre la llegada de Cesc, que mató el balón  con el pecho y, sin dejarlo caer, fusiló sobre la salida de Helton.
 Con éste ya van doce los títulos que ha logrado el Barça en la era  Guardiola en solo tres años. El propio Cesc ya ha ganado dos -los mismos  que en todas su carrera en el Arsenal- en dos semanas como azulgrana.
