En principio parecía una broma o un chiste de mal gusto. Después una noticia quizá mal redactada o una declaración donde se confundieron las siglas. Y ahora ya parece una propuesta en desarrollo.
Como sea, es difícil entender o aceptar que la OTAN ingrese a territorio americano. No tendría sentido, por lo menos. Y si la propuesta fuese seria y bien sustentada, sus implicaciones arrastran muchos problemas y hasta secuelas de todo orden. Para empezar, la OTAN no es que está precedida de una fama benefactora y tampoco cargada de un pasado del todo pulcro en solución de conflictos.
Luego, ¿por qué nos harían falta sus portaaviones, tanques, misiles y artillería en nuestras tierras? ¿Qué país “necesita” ser invadido? ¿Cuál democracia está en riesgo para acudir a la bondadosa OTAN que resuelve, a su modo, todos los conflictos democráticos de naciones supuestamente en crisis? ¿O acaso no sabemos que la OTAN y EE.UU. son un solo bloque de poder militar que sacia la sed de venta de armas de las grandes empresas transnacionales, que solo al presupuesto estadounidense le cuesta 700 mil millones de dólares al año?
Y pensando mal, según reza el refrán (“Piensa mal y acertarás”), no es tan descabellada la propuesta porque evidentemente la OTAN ya no tiene dónde invadir, no sabe en qué gastar su presupuesto militar y, para más, en América Latina se han erigido procesos y gobiernos que fastidian la vida de EE.UU. y no le dejan cómoda su estrategia de dominación global, precisamente en lo que todavía asumen como su “patio trasero”. Como ya no les funciona la estrategia de bases militares, ahora nos recomiendan acuerdos con la OTAN para combatir los males de la Tierra.
Por nuestra parte: No, muchas gracias. Primero reparen los daños en Europa, Asia y África antes de venir por estos territorios soberanos.