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El Telégrafo

Los canillitas, un ejemplo de dignidad

Los canillitas, un ejemplo de dignidad
08 de diciembre de 2013 - 00:00

Rufina Silva, de 60 años, vende periódicos en la avenida América y Brasil, en el norte de Quito, desde 1969. Con esta labor ha educado a sus cuatro hijos y tiene casa propia.

Así como ella, cientos de voceadores, como son conocidos en Quito y otras ciudades de la Sierra, o canillitas, como se los nombra en Guayaquil y en general en la Costa, dedican su vida a este oficio.

Carmen Naranjo expende periódicos en la esquina de Pedro Freire y Ludeña (Quito).Cuatro historias convergen en la actividad de quienes llevan las noticias impresas de Ecuador y del mundo. Estos son sus testimonios.

“El buen trato...”
Son las 10:00 y en la esquina de la Pedro Freire y Ludeña, a pocas cuadras del Hospital Pablo Arturo Suárez, se escuchan las palabras de Carmen Naranjo, voceadora de 65 años, quien tiene el secreto perfecto para atraer a sus clientes: el buen trato.

“Les digo de todo: cariñito, mi vida y a mis favoritos, mis amores”, cuenta esta agradable mujer que desde hace 32 años vende diarios, una labor, dice, que le encanta. Una gorra para el sol y una silla son los elementos necesarios para que doña Carmen esté preparada antes de su jornada de trabajo. Compartir con la gente y bromear, de vez en cuando, amenizan su día.

Para ella, la esquina donde está ubicada es un lugar estratégico, pues la ayuda a tener buena venta que significa ingresos para ella y su familia: “Tuve ocho hijos pero viven solo cinco: cuatro mujeres y un varón, nacieron enfermitos con hemofilia, pero gracias a Dios a mi trabajito hemos salido adelante”.

Añade que algo que nunca les faltó a sus hijos fue educación y alimentación: “Todos mis hijos estudiaron; los dos últimos están acabando sus carreras, la una psicología y el otro tecnología bíblica; tres son profesionales: una es enfermera, la otra se graduó de costurera y otra tiene un salón de belleza”.

Antes de dedicarse a la venta de periódicos, doña Carmen lavaba ropa, pero era una tarea muy dura, así que siguió los consejos de un amigo cercano que le comentó que vender diarios tenía más ventajas, porque es un trabajo estable, tiene rentabilidad y permite conocer a muchas personas.

Wilmer Mendoza  siente orgullo de ser canillita (Quito)Comenta que en estas fechas decembrinas incrementan sus ventas, porque siempre ofertan especiales, revistas y discos navideños. Además, esta época es la predilecta para ella y su familia. “Compartimos una sencilla comida, jugamos al amigo secreto y, sobre todo, disfrutamos de la alegría de esos momentos que son incomparables”.

Entre risas se animó a cantar un villancico, su favorito, pero antes compartió un mensaje para todos los lectores del diario: “Demos gracias a Dios por todo lo bueno que nos da, pasen bonito con la familia, que reine la comprensión en sus hogares y lean mucho EL TELÉGRAFO (risas)”. Y continúa: “Ya viene el niñito jugando entre flores y los pajaritos le cantan amores…”.

“Trabajo los 365 días del año”
En la intersección de las avenidas Las Monjas y Víctor Emilio Estrada (Urdesa) se encuentra Alicia Isabel Moscoso, una alegre mujer que a sus 62 años demuestra que la edad no es obstáculo para trabajar con energía y mucha pasión.

Este sitio se ha convertido -literalmente- en su segundo hogar, ya que hace 25 años, y sin parar un solo día, se dedica a vender periódicos y revistas a los ciudadanos que transitan por su puesto de trabajo (módulo).

“Gracias a Dios este negocio me ha permitido criar a mis ocho hijos y levantar mi casa de cemento en Mapasingue. Hoy ellos tienen sus compromisos, sin embargo, me siento satisfecha porque son hombres y mujeres de bien”, agrega la comerciante, oriunda del cantón Paute.

Pero doña Alicia no está sola en este oficio. Su esposo Agustín Alejandro Reyes también vende diarios a unas cuadras de su amada (Guayacanes y Víctor Emilio Estrada).

“Nuestra jornada, de lunes a viernes, empieza a las 02:00 y concluye al mediodía, mientras los fines de semana nuestro horario de trabajo se extiende porque el periódico del domingo se vende más”, manifiesta.

Luego de las extenuantes jornadas de trabajo, doña Alicia y don Agustín encuentran en las tardes el espacio para descansar y reponer energías.

Allí en la comodidad de su hogar, ambos comparten anécdotas vividas durante el día. “A mi puesto, por ejemplo, siempre viene Vito Muñoz luego de haberse pegado sus farras”, comenta entre risas.

Esta Navidad, aunque trabajará como de costumbre, reservará un momento para compartir esta fecha especial con sus seres queridos. “Dios ha sido muy generoso conmigo y siempre me da fuerzas para seguir adelante”, concluye.

“El que no sabe reír, no vende”
La jornada laboral de Tania Chiriguaya inicia a partir de las 05:00 cuando recibe los diarios, revistas y productos promocionales que venderá en su módulo, ubicado en Urdesa Central (Circunvalación y Víctor Emilio Estrada). Tania se dedica a este negocio hace 12 años. Durante este tiempo ha tenido aciertos y desaciertos; ha afrontado temporadas buenas y malas, “pero con la ayuda de Dios he logrado superar estas situaciones”, añade.

Tania Chiriguaya se considera muy sociable y amiguera  (Guayaquil).Al principio el oficio le parecía difícil: “Yo no sabía cómo vender, sentía vergüenza, nunca había vendido nada. Con el transcurso de los días fui adquiriendo confianza y en la actualidad soy muy conocida en el sector, me considero una persona muy sociable y amiguera”.

Generalmente termina la venta de diarios a las 09:30; en ese momento cierra su negocio y se dirige al puesto de su esposo, Carlos Sotomayor, quien también expende diarios, pero en las calles Las Aguas e Ilanes, en Urdesa. Además, aprovecha el resto del día para vender recargas telefónicas.

Ella es una mujer que día a día busca la manera de obtener el dinero necesario para mantener y pagar los estudios de sus cinco hijos; dos de ellos se graduarán este año en el colegio: uno en mecánica automotriz y el otro en contabilidad. Ambos trabajan en el día y estudian en la noche; también esperan continuar sus estudios universitarios.

“El trabajo de los canillitas es un oficio muy sacrificado”, sostiene, ya que no pueden darse el lujo de tener vacaciones, pues los diarios son vendidos todos los días.

Sin embargo, el único día libre en el año es el 1 de enero y lo pasa en el cantón Naranjal (Guayas), su ciudad natal, en compañía de su madre y familiares. Después de la cena y la quema de monigotes, la fiesta se enciende y no paran hasta el amanecer.

“Muchos envejecemos en este oficio, soportamos frío, sol y lluvias, es un trabajo muy sacrificado, pero cuando lo hacemos con amor, las cosas salen bien”, finaliza.

“Me permite vivir con dignidad”
En la esquina de las calles Diego de Almagro y República, en el norte de Quito, está ubicado el puesto de Wilmer Mendoza, un manabita que llegó hace cinco años a la capital en busca de mejores oportunidades de trabajo, y un futuro más prometedor para su familia.

Desde las 06:30 empieza a vender periódicos, revistas y colecciones. Una sonrisa en los labios y un oportuno buenos días son la clave para atraer a los compradores, de los cuales un buen número es cliente habitual.

“Alrededor hay varias empresas y oficinas, y muchos de quienes trabajan allí pasan comprando. Cuando no tengo vuelto les digo que lleven nomás y que más tarde o al día siguiente me paguen, así me gano la confianza y nunca me fallan”, comenta Wilmer mientras vende un ejemplar de EL TELÉGRAFO a un conductor que aprovechaba el semáforo en rojo.

Esta actividad le permite conseguir los recursos suficientes para mantener a su familia, que está integrada por la esposa y dos hijos. Diariamente vende de promedio 250 periódicos, entre 5 y 10 revistas, y entre 20 y 50 coleccionables.

“Mis hijos asisten a una escuela fiscal y si alguno de nosotros se enferma acudimos a un centro de salud. Estas ayudas y los ingresos de mi trabajo permiten que mi esposa no tenga necesidad de trabajar y pueda dedicarse al cuidado de los niños a tiempo completo”, agrega.

Al igual que él, tres de sus hermanos, que también viven en Quito, se dedican a la misma actividad en otros sectores de la ciudad.

Ellos, cuenta Wilmer, mantienen de esta manera a sus familias. Lo importante, añade, es ser constante, no fallar un solo día en el puesto y tener disponible la suficiente cantidad de ejemplares “para nunca decir a alguien que no hay lo que pide, porque así se van los clientes y el negocio no prospera”.

Cuando son las 17:00, Wilmer recoge la mercadería, hace cuentas, separa el dinero para pagar a los proveedores y sabe con exactitud cuánto le queda para mantener su hogar y para enviar algo a su padre, quien se encarga de una pequeña finca familiar en su natal provincia.

Diciembre es un buen mes para las ventas, manifiesta, y cuenta sus planes para la noche de Navidad: “Igual que todos los años me reuniré en mi casa con mis hermanos que viven en esta ciudad, y con sus familias. Comeremos algo especial y entregaremos algunos regalitos a nuestros niños. Lo importante es compartir y estar juntos en las fechas especiales”.

Finalmente, se despide con un mensaje dirigido a sus compañeros de oficio: “Esfuércense y pongan empeño en lo que hacen, si trabajan bien ganarán bien. Que todos tengan una feliz Navidad y un nuevo año mucho mejor que el presente”.

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