Sacó de su bolsillo un pequeño trompo y lo hizo bailar, primero en su mano y luego, sobre su boca, en una pequeña cuchara.
Así, parado, en posición firme, el artesano Jorge Rivadeneira rindió ayer un homenaje a Eloy Alfaro, desde el umbral de su puerta en la casa 25-20, de la calle Rocafuerte, en el Centro Histórico de Quito. No fue casual la presencia de Rivadeneira, quien tiene su taller cerca al ex penal García Moreno, en donde cientos de ecuatorianos se dieron cita ayer para recordar los 100 años de la “Hoguera Bárbara”, que terminó con las vidas de Alfaro y varios de sus compañeros de revolución, entre ellos Manuel Serrano, Flavio Alfaro, Ulpiano Páez, Luciano Coral, Pedro Montero, Medardo Alfaro, Belisario Torres y Luis Quirola. Contó que su padre le habló sobre lo que aquel 28 de enero de 1912 se vivió en las calles de Quito: “Alfaro fue masacrado, sin piedad, por eso yo le rindo homenaje con lo que sé hacer: mi trabajo”.
Desde las 09:30, el cielo quiteño jugaba con sus propios artilugios en la capital. Allí, las nubes negras sobre el ex penal se negaban a apartarse del lugar.
En el Pabellón 3, en donde Alfaro pasó sus últimos días y ante la mirada perpleja de cientos de privados de la libertad, que con carteles pedían por sus derechos, se colocaron flores para recordar la masacre. “El recuerdo de Alfaro y su muerte aún sigue allí”, dijo Eloy Alfaro Reyes, descendiente del ex presidente ecuatoriano que fue brutalmente asesinado.
Un grito ensordecedor rompió el silencio. “Vivan los generales libres” gritaron los descendientes de quienes ese domingo negro fueron masacrados, entre ellos estuvieron Eduardo Puertas, quien por sus venas corre la sangre de Ulpiano Páez; al igual que Fernando Herrera, bisnieto de Manuel Serrano.
Con las fotografías de sus familiares en las manos, empezaron un recorrido que incluyó ocho lugares (ex penal García Moreno, plazoleta Santa Clara y las plazas de Santo Domingo, Chica, González Suárez, del Teatro, San Blas, Alameda, El Ejido), en cada sitio se colocó una placa, con textos de los libros “Eloy Alfaro y sus victimarios. Apuntes para la historia”, de José Peralta; y “La Hoguera Bárbara”, de Alfredo Pareja Diezcanseco. “Pero la mejor placa es la memoria”, mencionó Herrera. Sus palabras hicieron que saliera el Sol.
A su lado y llevando la foto de su abuelo, Colón Alfaro, dijo estar “orgulloso de llevar los genes de Eloy Alfaro, un luchador que nos dejó un ejemplo: a no dejarnos vencer”.
“Yo sé quién es él”, gritó Lucía Martínez, de 8 años, a su padre, al ver la foto del “Viejo Luchador”. “Es Eloy Alfaro”, señaló, mientras pedía a su papá que le explique qué sucedió. “Él fue un ex presidente, lo asesinó la prensa, la Iglesia, la oligarquía; y sus restos fueron desmembrados y arrastrados”, le contó, ante la mirada absorta de la pequeña, que alzó su mano y, mirando fijamente la imagen, lo saludó.
Junto a los familiares de Alfaro y del resto de próceres estuvieron varios representantes de las logias masónicas Bris Voltaire Nº 7 y Jacobo de Molay, a las cuales perteneció el ex gobernante.
Al llegar a cada lugar, se arrodillaban y gritaban: “Alfaro no ha muerto, está vivo, como siempre, más que nunca”. Cerca de las 15:30, el grupo que inició con música de las bandas de los colegios Montúfar, Eloy Alfaro e Hipatia Cárdenas llegó al parque de El Ejido, en donde hace 100 años los restos de Alfaro fueron quemados.
Esos acordes que pasaron por la trova, folclor, bombas, al llegar al final del recorrido, curiosamente, se callaron. Alfaro Reyes lo notó: “¿Por qué el silencio?, él es vida, es revolución”. Sus palabras animaron al resto: “Viva Eloy Alfaro, viva su revolución”, gritaron. Allí se armó una fiesta democrática, pasadas las 18:00, con la llegada del presidente Rafael Correa.