Ecuador no es el mismo. No solo por el paisaje del que se admiran los migrantes que vuelven. Hay nuevas carreteras, “límpidas y radiantes”, como dice una amiga recién llegada; además de nuevas escuelas, hospitales, hidroeléctricas, edificios de departamentos por muchas partes; casitas modestas en el campo, donde el techo y las paredes lucen brillantes.
Pero también hay otros cambios que conmueven y hasta sacuden el alma. Por ejemplo: mirar -ayer- por las calles de Quito a decenas de personas con capacidades especiales compitiendo en la carrera 15K que organiza un vespertino capitalino es una transformación revolucionaria. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Cómo pudo volcarse una sociedad a las calles a aplaudir a esas personas que caminan con dificultad, que son llevadas por sus padres, que se ríen con euforia ante el aplauso de los vecinos y que llegan a la meta con coraje y emoción únicos?
No hace mucho tiempo la carrera era territorio exclusivo de los sanos y fuertes. Hasta a las “damas” se las colocaba en un segundo plano. Hoy ocurrió algo histórico: los sanos y los no tan sanos, los jóvenes y los viejos, los “panzoncitos” y los atléticos, lo que “jalan” 15 kilómetros y los que apenas podemos solo 5 en postas, las sillas de ruedas y las muletas, todos estuvimos ahí para correr, no por una medalla o un premio, sino por disfrutar la vida con vitalidad y sano esparcimiento.
Ese es un nuevo país: inclusivo, acogedor, estimulante, horizontal, tierno y emblemático. Las imágenes de ayer, de esa carrera tradicional y ahora también inclusiva, gracias al esfuerzo y estímulo gubernamentales, son la marca de una revolución que no está en los manuales de la izquierda marxista, leninista, guevarista y plurinacional, sino en la gesta de gente plena.