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El Telégrafo

Miles de personas se reunieron en estadio para recibir al presidente correa

El ecuatoriano hizo de Génova un espacio de reencuentro

Raúl Cortez (58 años) y su hija Miriam llevaron la bandera ecuatoriana hasta el 105 Stadium para presenciar el  Enlace Ciudadano 371. Foto: Francisco Ipanaqué | El Telégrafo.
Raúl Cortez (58 años) y su hija Miriam llevaron la bandera ecuatoriana hasta el 105 Stadium para presenciar el Enlace Ciudadano 371. Foto: Francisco Ipanaqué | El Telégrafo.
01 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Actualidad

Cuando Ecuador llegó al Mundial de Alemania en 2006, Raúl Cortez, desde Génova (Italia) apoyó a su país vistiendo la Tricolor. Y fue apenas el sábado pasado que volvió a usar la prenda para recibir al presidente Rafael Correa, quien transmitió desde allí su informe semanal.

La idea surgió de su hija Miriam (22 años), motivada por la información que su familia le transmite desde Ecuador: “Sé que está apoyando a los jóvenes con educación y creo que ha hecho cambios positivos”, dice la joven, graduada en la Facoltà di Lingue e Letterature Straniere.

Raúl llegó a Europa en 1989 para realizar una Maestría en Pediatría y fue allí donde nació su única hija. En 1994 volvió a Ecuador con la idea de montar su propia clínica en su natal Esmeraldas, pero la banca privada no lo apoyó. Así fue que retornó a Génova en 1999 y hoy ejerce la Medicina en el Hospital Espíritu Santo, ubicado en una localidad a 80 km de la ciudad.

Él nació en Borbón cuando la educación todavía era un anhelo. “Yo nací en la pobreza, pero decidí estudiar Medicina. Mi madre simplemente no dijo nada hasta el día de las inscripciones en la Universidad de Guayaquil. No tenía un centavo, solo su apoyo moral. Yo pude hacerme delincuente o drogadicto, pero decidí ser profesional”, recuerda con orgullo, el mismo que inculcó en su hija.

El pasillo lo acompañó en esos momentos ingratos y basta escuchar una tonada para revivirlos. Por eso -confiesa- jamás cantó alguno para su hija, quien pese a la distancia no quiere perder ese vínculo con las raíces de su padre, aunque el retorno no esté en sus planes.

Génova es la ciudad italiana con mayor número de ecuatorianos y la mayoría reside allí más de 10 años. Según estadísticas oficiales, hasta la tierra de Cristóbal Colón llegaron 23.000 compatriotas, aunque entre ellos comentan que la cifra alcanzaría los 80.000, si se incluye a quienes aún no regularizan su estancia.

La mayoría de ellos son oriundos de Guayas, Manabí y Esmeraldas. Al acoplarse al nuevo idioma, su acento es distinto y han adaptado a su español algunas palabras italianas. Raúl aún recuerda que para facilitar la adaptación de su hija resolvió no hablar español en casa, una decisión que Miriam valora, pero paradójicamente también le motivó a optar por la Facultad de Idiomas con el fin de recuperar su lengua natal.

El retorno

A 15 minutos del 105 Stadium, en donde miles de ecuatorianos esperaban el arribo de Correa, Renato Ubaldo (34 años) recorría la ciudad en busca de turistas. Llegó a Génova en el 2001, motivado por la crisis financiera que afectaba a Ecuador. Su hermana llegó antes y le ofreció la oportunidad de buscar una oportunidad en otro país. “Antes era fácil venir, no exigían visa y había pocos ecuatorianos”, cuenta el quevedeño, quien formó allí su familia con otra ecuatoriana y tiene un hijo.

Aunque su condición económica es estable, a pesar de la crisis que desde 2008 afecta al Viejo Continente, también admite que extraña a su familia y que ninguna de las comodidades que allí podría hallar se compara con la tranquilidad de estar en su propia nación.

Como él, Mario Moreira (43 años) también anhela volver. Lleva casi 15 años en Italia. Su madre fue la primera en partir con la misión de reunificar a su familia en suelo europeo. En ese entonces, los nietos era pequeños y había trabajo para todos.

Tras la crisis europea, Mario no volvió a encontrar empleo de cerrajero así que junto a su hermano decidió montar su propio negocio: Los Tsáchilas Restaurante, en honor a la ciudad que dejaron atrás. Una pequeña sábila -que en cosmovisión andina ahuyenta las malas energías- cuelga de la puerta. Sobre el mostrador la imagen de la Virgen del Cisne y del Divino Niño llenan un altar y junto a él se observa una alfombra hechaa mano con el monumento a la Mitad del Mundo.

Ingresar allí es sentirse nuevamente en Ecuador. Arroz con camarón, encebollado, arroz marinero y ceviche mixto son parte del menú. Por el local pagan 2.000 euros ($2.900) al mes entre alquiler, tasa de recolección de basura, alumbrado público e impuestos por derechos de autor para tener una televisión y un radio en el establecimiento. “Aquí nos cobran hasta el aire”.

El negocio familiar les permite subsistir, pero no alcanza para hacer un patrimonio que les asegure su futuro en Ecuador. A ello se suma la resistencia de los más jóvenes por volver a un país que consideran ajeno. 

Eso coloca a los padres, de nuevo, en la encrucijada de separar a su familia, tal como ya lo hicieron después de la crisis de 1999.

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