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Los desórdenes en las plazas que tuvo Guayaquil

Los desórdenes en las plazas que tuvo Guayaquil
09 de febrero de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En las sociedades tanto tradicionales como modernas, los espacios públicos urbanos reproducen las grandezas y miserias de una comunidad. Y el principal de esos espacios es la plaza, lugar de tránsito y permanencia donde se recrea todo tipo de sociabilidad.

La plaza es un sitio privilegiado de encuentro, espacio de flujo e intercambio donde la gente se muestra, charla, hace comentarios de política, chismea sobre la vida ajena, compra, vende e intercambiaba productos.

Guayaquil tuvo dos plaza mayores, en una de ellas se efectuaban castigos, azotes y fusilamiento.

La ciudad de Guayaquil tuvo dos plazas mayores: la primera, en Ciudad Vieja (siglo XVI), con su “rollo” o palo alto donde se efectuaban castigos, particularmente azotes, ejecuciones de horca y fusilamientos. La segunda plaza se ubicó donde actualmente queda el Parque Bolívar o Seminario –popularmente conocido como “Parque de las Iguanas-, en Ciudad Nueva”. Se construyó en el siglo XVIII y fue la plaza de armas por excelencia, cuando muchos guayaquileños se mudaron al sitio conocido como Sabaneta, donde al fin se aplicó el trazado en forma de damero, al estilo español. En el XIX se la conoció como “Plaza de la Estrella”, en su interior se delineó esta figura, en alusión al Guayaquil independiente del 9 de octubre de 1820.

En las plazas, lo curioso, lo sorprendente y lo único se pasean. Por allí circulan extraños transeúntes, locos, vagos y mendigos que recorren la ciudad asediando a los vecinos u ocupando lugares para realizar sus actos.

En siglos anteriores, la plaza era el lugar donde se escuchaban las noticias que el pregonero leía a voz en cuello, se organizaban las rondas de celadores o vigilantes nocturnos, se pasaba revista a las tropas, y los fieles se congregaban para las procesiones religiosas.

Así mismo, históricamente, las plazas han sido espacios privilegiados de la transgresión social y diversas formas de resistencia popular. En “El Patriota de Guayaquil”, “El Colombiano del Guayas”, “Registro Municipal” y otros periódicos de la primera mitad del siglo XIX, aparecen listados de multas que se imponían a ciudadanos y ciudadanas que cometían desórdenes en la ciudad. Y, curiosamente, muchos de estos actos ocurrían en lugares públicos como la orilla del río y las plazas.

A modo de ejemplo, leamos un listado de multas publicado en 1851:

“Al celador de serenos, de orden del Señor Gobernador de la Provincia, por haberle desobedecido, o no haber venido a su llamado...

A Martina Yagual, por faltamiento a la autoridad…

A los serenos Manuel Salto, Pedro Bilche, Santiago Arias y Antonio Bermeo, en 4 reales cada uno por haber faltado a la lista de seis de la tarde…

En siglos anteriores, la plaza era el lugar donde se escuchaban las noticias que el pregonero leía.

A Gregorio Delgado y Tomás Tuquinaque, serenos, por falta de aseo en los faroles de sus manzanas en dos reales cada uno…

A José Caiseca y Gabriel Andrade, por no haber limpiado sus faroles que le mandaron sus cabos, a un real cada uno…

Al carretonero de la carreta No. 5, por haberse denegado a vender agua al comandante Manuel Patiño…

[…] A Juan Pérez y Rufino Piloso, en dos pesos cada uno, por haber mezclado la leche con agua, para vender al público…”.

En esta enumeración observamos que el desacato a la ley parece frecuente, así como la manera en que los subalternos resisten las órdenes de los superiores, negándose a cumplir ciertas tareas. También consta el escamoteo que hacen algunos, a favor de sus intereses, como los que adulteran la leche para obtener mayores ganancias. Estas prácticas pueden ser catalogadas de resistencia popular, ya que, según el gran historiador Michel de Certeau, el escamoteo “es una práctica cultural que funciona como una forma de resistencia a la jerarquización social que organiza el trabajo”.

Como vemos, el incumplimiento general de la norma denota la presencia de una cultura popular que genera prácticas de resistencia y negociación con la autoridad, y que hace del espacio público urbano –y particularmente de la plaza- su ámbito “natural” de sociabilidad.

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