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La calle también es buena para atender clientes

El centro alberga a los artistas que hacen trazos sobre la piel

Los tatuadores profesionales coinciden en que los conocedores en la materia sobresalen por las normas de aseo aplicadas durante el trabajo. Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
Los tatuadores profesionales coinciden en que los conocedores en la materia sobresalen por las normas de aseo aplicadas durante el trabajo. Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
20 de julio de 2014 - 00:00 - Noemí Oyola Pogo, alumna de Comunicación de la Espol

Los tatuajes resaltan en la piel blanca de Guillermo. Las figuras cobran vida cuando se mueve. Su apariencia puede engañar a cualquiera.

Él tatúa a sus clientes en un edificio de la calle Boyacá, entre Sucre y Colón, donde antes funcionaba la sede del partido político Concentración de Fuerzas Populares (CFP). Las sillas de hierro llenan la sala y la luz natural entra por boquetes. Adentro todo luce higiénico.

Guillermo es guayaquileño y se fue del país a los 14 años. Viajó a Italia a estudiar pintura, pero terminó apasionado por la música y la fotografía. También vivió en Eslovenia y luego volvió a Ecuador.

En Italia -cuenta- los controles para ser tatuador son exigentes: se debe tomar un curso de 6 meses que cuesta € 3.000, aprobar controles sanitarios y sacar permisos.

Afuera del edificio, Guillermo exhibe fotografías de sus trabajos. Muestra tatuajes comunes: nombres, mariposas y diseños tribales.

A él ya no le importa lo que le digan por la calle. Es liberal y despreocupado. En sus antebrazos lleva muñecas tatuadas: una con alas y otra con cola de diablo.

Unas cuadras más allá del negocio de Guillermo está la Bahía, siempre repleta de vendedores ambulantes, negocios en casetas y pasillos angostos. Las personas deben caminar amontonadas. En Ayacucho y Chile, llama la atención un hombre alto, robusto y con tatuajes en los brazos y en el cuello. Lleva una camiseta estampada con la bandera de EE.UU. y una gorra de los Yankees.

Leonardo Valenzuela, de 28 años, está a cargo de ‘Life Eternal’, un negocio de tatuajes al aire libre. El equipo lo forman 5 jóvenes hábiles para dibujar. Ellos instalan todas las herramientas: tintas, guantes, vaselina y el motor de una máquina.

Su ley es usar implementos descartables y vaselina para limpiar la piel. Al puesto llegan evangélicos que cuestionan su trabajo y aducen que tatuarse es un irrespeto para Dios. Los ignoran porque no quieren problemas. Valenzuela es creyente, pero está convencido de no hacer ningún mal con un tatuaje. Sin embargo, no tatúa el 666, porque no es artístico. Para él eso es satánico. Cuando hace un tatuaje se pone serio, pero lo disfruta. Escucha el golpeteo de las piezas, sigue la aguja con los ojos y traza líneas luego de una hilera de pinchazos sobre la piel.

Las mujeres, que son las que más se tatúan, buscan mariposas, aves o flores para sus caderas, espaldas o tobillos. El tatuaje sencillo cuesta $ 10. Él trabaja en la calle porque es donde hay más clientela.

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