La población de la isla Santay es un pilar importante en su conservación
Cuando en 1980 el Estado ecuatoriano decidió expropiar las tierras que en conjunto formaban la isla Santay y así establecer un vasto plan de vivienda descartado luego por cuestiones técnicas, los abuelos y padres de los actuales pobladores, incluso algunos de ellos, eran los trabajadores de las últimas 7 haciendas que había en la isla.
Ya no eran, como en el siglo 19, obreros temporales que llegaban de la península, de bajada de Chanduy en prevalencia, y se quedaban el tiempo de la siembra y la cosecha y regresaban a sus comunas. No, ellos ya eran trabajadores residentes, peones y vaqueros que vivían en sus casas entregadas por los patrones.
En esas condiciones es que la expropiación los sorprendió. Sin más aviso que el adiós de sus dueños y las consignas del Banco Ecuatoriano de la Vivienda (BEV), ellos debieron buscar la manera de sobrevivir.
El BEV, entonces nuevo propietario, decidió mantener a los trabajadores en la isla. Esto no solamente garantizaba presencia continua en Santay de gente que la conocía, sino que aseguraba una guardianía gratuita. Ese fue el compromiso, guardianía a cambio de quedarse.
La salida de los propietarios incidió en el desplazamiento de los actuales pobladores, entonces trabajadores residentes y sus familias desde diferentes posiciones de la isla hacia el sector del lado del río más cercano a Guayaquil. Podemos contar entonces que 3 veces en 30 años sus viviendas han sido reubicadas y las 2 últimas en un lapso de 7 años.
En octubre de 2000, justo antes de que el gobierno de Noboa Bejarano entregara en bandeja de plata la isla a Malecón 2000, el Comité Ecológico del Litoral, logró que el Gobierno ecuatoriano declarara Santay como Humedal de Importancia Internacional. Un verdadero desafío a sabiendas de que las fuerzas vivas de Guayaquil no querían saber nada acerca de declararla protegida.
El argumento de centralismo administrativo desde Quito en el manejo de la misma y una buena dosis de proteccionismo cívico dieron al traste con esa necesaria declaración que se venía buscando hace muchos años y varios gobiernos.
Hoy, doblemente protegida, sea como sitio Ramsar desde 2000 que como Área Natural del Ecuador finalmente desde 2010, los ecuatorianos no podemos eludir reconocer la importante e imprescindible conservación de la isla a cargo de su población desde 1980 hasta estos días.
En 1998 la población se organizó como Asociación de Pobladores. Fruto de esto fue la construcción de su primera escuela, gracias a la cual niños y adultos han podido educarse. Educación que en cualquier sociedad es el puntal del futuro y en la comunidad de Santay es uno de sus orgullos.
Su presencia y conocimiento de la isla impidió las invasiones, su origen de pescadores artesanales les permitió subsistir sin casi tocarla.
Es importante tomar nota del aporte permanente de los pobladores a su isla, un reconocimiento que ha significado sacrificios, pero sobre todo una muestra de amor por la tierra que vio llegar a sus bisabuelos, nacer a sus abuelos y padres y en donde hoy viven su presente y preparan el futuro de los suyos.
Tras cerca de 200 años de permanente actividad agropecuaria, este descanso de 3 décadas de Santay ha dado como resultado lo que hoy llamamos el ‘pulmón de Guayaquil’ y su valiosa biodiversidad. Es a ellos, habitantes nativos de Santay de quienes en general poco se habla, a quienes debemos en gran parte lo que la isla ha conservado. Junto con el Gobierno Nacional son parte de un gran proyecto turístico ambiental que Guayaquil, Durán y todo el Ecuador disfrutan.