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El Telégrafo
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Del campo a la ciudad (II Parte)

Del campo a la ciudad (II Parte)
08 de enero de 2013 - 00:00

Guayaquil se consolidó como una ciudad de migrantes a partir de los años cincuenta, con el auge de la exportación bananera, lo que propició dos procesos socioeconómicos paralelos: 1. la movilidad de campesinos serranos hacia las plantaciones bananeras, haciendas arroceras e ingenios azucareros de la Costa, como mano de obra temporaria y permanente; y 2. la migración de campesinos costeños (montubios, en su mayoría) hacia Guayaquil y las ciudades intermedias de la Costa, que se articularon en torno a la producción y agroexportación bananera.

Para comprender el espesor de la migración serrana en los cincuenta hacia Guayaquil, basta revisar las estadísticas publicadas por el geógrafo Francisco Terán, que recoge el historiador Julio Estrada Ycaza. En 1959, las provincias que aportaron mayor número de migrantes de origen campesino al puerto principal, excluyendo el propio Guayas, fueron: Azuay (8,99%), Chimborazo (7,65%), Tungurahua (6,55%), Los Ríos (5,97%), Bolívar (5,09%), Cotopaxi (5,07%) y Cañar (4,50%).

En el resto de la cuenca fluvial del Guayas, en cambio, fueron creándose, lentamente, ciudades intermedias que mantuvieron durante mucho tiempo un paisaje económico y sociocultural predominantemente agrícola. Aunque, como dice el antropólogo Jorge Trujillo, las haciendas arroceras, plantaciones bananeras e ingenios cañícolas fueron los espacios sociales y unidades económicas donde se recreó el aporte de la migración serrana a mediados del siglo XX, “también los migrantes definitivos constituyeron sus propias unidades agrícolas, las “fincas”, a la vez que hicieron del pequeño comercio y los servicios en los pueblos y la ciudad de Guayaquil, actividades de serranos que al paso de dos generaciones, fueron ya tradicionales”.

Uno de los sectores económicos que se vieron fortalecidos por la presencia de migrantes serranos en Guayaquil, fue la actividad artesanal. Desde la época del boom del cacao, artesanos de los más variados oficios se trasladaron a la urbe, en busca de promesas de crecimiento económico y horizontes de movilidad social.

Como dice Hernán Ibarra, el caso emblemático de un artesano serrano de origen plebeyo que logró prosperar en la Costa, fue el del riobambeño Evangelista Calero, quien estableció una fábrica de calzado de renombre nacional que, en la época de mayor crecimiento, contó con 80 operarios y 20 dependientes. Junto a él, otros esforzados migrantes del interior contribuyeron decisivamente al desarrollo económico del puerto, sea como propietarios, comerciantes, artesanos, profesionales u obreros.

En cuanto a las áreas rurales del Litoral, su aporte a la consolidación de la importancia económica de Guayaquil no fue menos importante. Ya en 1950, el censo de ese año indica un aumento extraordinario de la población de la Costa. La tendencia se multiplicaría exorbitantemente en la década del setenta, cuando se produce una enorme movilidad de montubios, cholos y afrosdescendientes costeños hacia el puerto principal.

El fenómeno es resultado, por un lado, de la culminación del ciclo agroexportador en la Costa y por otro, de la capacidad de Guayaquil para absorber fuerza de trabajo, como consecuencia del período de bonanza económica que vivió el país, por los excedentes obtenidos de la venta del petróleo ecuatoriano y el proceso de industrialización que significó mayores niveles de conectividad y articulación interregional.

En el censo de 1982, esa tendencia expresada la década anterior había rebasado todas las proyecciones, con una población migrante costeña procedente, en su gran mayoría, de las provincias de Los Ríos y Manabí. Esta última era, en los años ochenta, la provincia que figuraba como “la mayor expulsora de población del país”, según datos del Consejo Nacional de Desarrollo (Conade).

Como vemos, en el panorama de los flujos migratorios a nivel nacional, en los últimos cincuenta años, Guayas fue la provincia que mayor número de migrantes recibió, tanto costeños como serranos. Y la incorporación de estos nuevos habitantes guayasenses dependió, en buena medida, de su origen étnico, posición socioeconómica, tasa de escolaridad y posibilidad de acceso a los medios de producción.

Si bien en el transcurso de las últimas décadas la ampliación de la frontera agrícola en la Costa significó la movilización de trabajadores de origen serrano, en la década del setenta y posteriores, la tendencia se revirtió con la llegada masiva de costeños de las otras provincias, especialmente Manabí y Los Ríos, a Guayas y particularmente Guayaquil, formándose un subproletariado urbano que expresó la incapacidad del Estado y de la sociedad, para resolver sus apremiantes necesidades económicas y sociales.

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