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El Telégrafo

La arquitectura de Guayaquil. A propósito del bicentenario de Independencia

La arquitectura de Guayaquil. A propósito del bicentenario de Independencia
Tomadas de Internet
29 de octubre de 2020 - 09:11 - Florencio Compte Guerrero

Antes de hablar de la arquitectura de Guayaquil y de su historia hay necesidad de hacer una precisión: no existe en pie nada que nos remita a su pasado colonial, es más, casi nada queda de finales del siglo XIX. Y esto tiene una explicación: en más de una ocasión la ciudad fue destruida y vuelta a reconstruir. La última vez, luego del Gran Incendio de octubre de 1896. Sin embargo, desde ese hecho hasta la actualidad si es posible hacer algunos cortes temporales relacionados con factores económicos, políticos, sociales y culturales que determinaron cambios significativos en la arquitectura de la ciudad.

Luego del Gran Incendio, la necesidad de reconstruir la ciudad rápidamente y de que los casi 33.000 damnificados recuperaran sus viviendas, determinó que se mantuviera el tipo de edificación tradicional en madera, de una o dos plantas. Por lo general la planta baja de las casas era destinada a tiendas o bodegas, mientras las plantas altas servían para vivienda. Los espacios interiores solían desarrollarse alrededor de un patio, que servía además como medio regulador de las condiciones climáticas internas.

Dentro del hogar la hamaca era un mueble fundamental en las casas, ya que servía para múltiples funciones y ejercía su dominio, tanto en el salón como en el dormitorio. Las plantas altas tenían balcones y largas galerías frontales con ventanas de chazas que se prolongaban sobre la vereda, conformando soportales.

Desde finales del siglo XIX se había introducido el hierro en la construcción con la edificación de la desaparecida Aduana de Fierro. Más adelante, en 1905, se construyó el Mercado Sur, ensamblado en la ciudad por los ingenieros Francisco Manrique y Carlos Van Isschott a partir de las piezas enviadas desde Bélgica por la empresa Verhaeren & Jaeger Ingenieurs Constructeurs.

Aún para la celebración del primer centenario de independencia, en 1920, la mayor parte de las casas de la ciudad eran de madera, desde sus cimientos hasta sus paredes y la estructura de sus cubiertas, sin embargo, la bonanza económica fruto del Segundo Auge Cacaotero posibilitó el desarrollo de una nueva arquitectura construida en cemento y hormigón armado por técnicos y compañías constructoras extranjeras, principalmente italianas, y nuevos repertorios formales ligados al neoclasicismo europeo.

El primer edificio construido en este nuevo sistema constructivo, con estructura de hormigón armado fue la nave de la Iglesia de San José, iniciada en 1905 e inaugurada en 1907, bajo la dirección del ingeniero venezolano Francisco Manrique Pacaníns. Su fachada fue diseñada y levantada años más tarde, en 1925, según el proyecto del arquitecto italiano Francesco Maccaferri. Esta iglesia se convirtió en el primer edificio con estructura de columnas, vigas y losa de hormigón armado de Guayaquil y de todo el Ecuador.

Otra incorporación técnica que impulsó el desarrollo de la edificación en cemento fue la introducción del ascensor que posibilitó que cada vez los edificios fueran ganando altura. La primera construcción que incorporó un ascensor fue el edificio Illingworth en 1924, de cuatro plantas altas, aunque un año antes se había inaugurado el Diario El Telégrafo de cinco plantas altas –diseñado por el chileno Hugo Faggioni– que se convirtió en el más alto del país.

Para comienzos de la década de 1930 la construcción de edificaciones en cemento estaba plenamente generalizada. No solo se incorporaron nuevos materiales de construcción, sino también se innovó en los procesos constructivos, que pasaron de ser artesanales a más tecnificados gracias al aporte de las compañías constructoras que se habían establecido desde finales de la década de los veinte, entre ellas las italianas Sociedad General de Construcciones y Compañía Italiana de Construcciones y las nacionales Sociedad Técnica Fénix y el Departamento de Construcciones de la Sociedad Bancaria del Chimborazo.

La Compañía Italiana de Construcciones se estableció en 1922 por arquitectos, ingenieros y técnicos enviados a Guayaquil por la Compagnia Italiana di Edificazione Milano (IDEM) bajo la dirección general de Anselmo Anselmi. Desde su fundación hasta 1937, el Director Técnico fue el ingeniero Arnaldo Ruffilli, luego de su separación asumió este cargo el arquitecto húngaro Fernando Schimanetz hasta 1941 cuando la compañía fue disuelta. Su obra más importante fue el Palacio Municipal de Guayaquil, según el proyecto de Francesco Maccaferri.

La Sociedad General de Construcciones, filial de la IDEM, se estableció en 1922 y desarrolló su actividad hasta 1925. Esta compañía construyó el Palacio de la Gobernación entre 1923 y 1924, de acuerdo al proyecto arquitectónico del ingeniero alemán Augusto Ridder. La empresa fue disuelta en 1926.

La más importante constructora nacional de Guayaquil fue el Departamento de Construcciones de la Sociedad Bancaria del Chimborazo establecido en 1923. Entre ese año y hasta 1926, bajo la dirección del italiano Pedro Fontana, se desarrollaron un número importante de obras de construcción, tanto públicas como privadas, con proyectos arquitectónicos y la dirección técnica de Fontana.

La Sociedad Técnica Fénix fue la primera gran compañía constructora establecida por técnicos ecuatorianos en el año 1925. Estos eran Luis Orrantia Cornejo y los ingenieros José Antonio Gómez Gault y Alfredo Tinajero Albornoz. Además, se incorporó como proyectista el arquitecto chileno Hugo Faggioni Mari. Esta compañía diseñó y construyó la Jefatura del Cuerpo de Bomberos, entre 1927 y 1931, con proyecto suscrito por Tinajero, además de los colegios Guayaquil y Vicente Rocafuerte, entre otros.

La crisis económica y política de fines de la década de 1920 coincidió en la arquitectura con la inauguración del Palacio Municipal en 1929, la última gran obra pública que utilizó el academicismo eclecticista como expresión del poder estatal.

La transición entre lo académico y lo moderno se dio a través de propuestas eclécticas que en Guayaquil se dieron muchas veces a la par, ya que los arquitectos solían pasar fácilmente de una manera de hacer arquitectura a otra. Según las demandas de los clientes podían ser clásicos, eclécticos, modernos, neocoloniales o decantarse por el art déco. Un edificio trascendental, aunque poco estudiado, para poder entender la transición de lo clásico a lo moderno es el edificio Max Müller (actual Prefectura del Guayas), diseñado en 1925 por el arquitecto suizo Eugen Schllatter.

A inicios de la década de 1930 se inició un período de cambios en los edificios que simplificaron sus formas y racionalizaron sus espacios. Fue el inicio de la Arquitectura Moderna que emergió de la mano de arquitectos como Francesco Maccaferri, Héctor Martínez Torres, Hugo Faggioni o Paolo Russo, en proyectos residenciales a pequeña escala y luego, a medida que el país iba recuperándose económicamente, en edificios públicos de mayores dimensiones.

Tuvieron que pasar otros años más, hasta fines de la década de 1940, cuando, con la recuperación económica, la industria de la construcción recobró impulso y empezó a desarrollarse la edificación en altura en el área central de la ciudad, destinada a actividades administrativas, comerciales y financieras, consolidándose, además, el lenguaje moderno en sus propuestas.

Uno de los exponentes más importantes de la Arquitectura Moderna fue el arquitecto guayaquileño Héctor Martínez Torres, quien entre 1935 y 1937 trabajó en el Departamento de Diseño de la Compañía Italiana de Construcciones, donde proyectó los edificios Diamante Fanni en 1936 y Casal Maspons en 1937. Entre 1938 y 1940 asumió la Subgerencia del Departamento Técnico de la Compañía General de Construcciones, donde proyectó los edificios Marcet en 1938 y Tosi en 1939, con los que obtuvo el Primer Premio Municipalidad de Guayaquil por dos años consecutivos. En 1940 fundó su propia firma de arquitectura y construcción, donde introdujo la vivienda estilo español californiano en el diseño de la casa de sus padres.

Al trabajo de Martínez Torres, dentro del racionalismo, se sumaron otros arquitectos e ingenieros de la época como José Antonio Gómez Gault con su proyecto del Club de la Unión en 1937, los hermanos Pedro y Héctor Manrique Acevedo con varios proyectos residenciales principalmente en el Barrio del Centenario el Hermano Xavier con el Colegio San José La Salle; además de Marcos Martínez Salazar, Jorge Gagliardo Bryant, Pedro Boloña Rodríguez, Rodrigo Perrotta, Bruno Faidutti, Nicolás León Pizarro, Juan José Orrantia, entre otros.

No fue sino hasta 1944 cuando el ingeniero austriaco Oscar Etwanick diseñó el Palacio de las Comunicaciones, como se denominó al nuevo edifico de correos, que se convirtió en el primer edificio público realizado en la ciudad que adoptó el lenguaje racionalista como nuevo símbolo de modernidad del Estado.  Finalmente, en 1949, a la par del proceso de recuperación económica del país luego de décadas de crisis, se abría al público el edificio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas, que el arquitecto ecuatoriano Guillermo Cubillo Renella, formado en Chile, había proyectado en 1945 como tesis de graduación. Este edificio, donde se aprecia la fuerte influencia de la obra de Le Corbusier, marcó la consolidación de la Arquitectura Moderna en Guayaquil.

A partir de los cincuenta, como fruto de la bonanza bananera, Guayaquil empieza a modificar su perfil con el desarrollo de edificaciones en altura ligadas formalmente al denominado “estilo internacional”. También con nuevas urbanizaciones para sectores medios y altos con viviendas aisladas y como un modelo urbano tipo “ciudad jardín” como Urdesa y Los Ceibos, entre otras. Esto se consolida en los setenta, junto con el boom petrolero y con el desarrollo de nuevos espacios públicos como los centros comerciales, así como proyectos de vivienda de interés social llamados a resolver el problema de la vivienda fruto de la migración interna.

Contemporáneamente la ciudad ha seguido su expansión, rebasando límites cantonales y configurando un entorno metropolitano, donde aún coexisten extensas áreas de miseria junto con zonas de vanguardia. Así es la ciudad y su arquitectura: rica, diversa y contradictoria, a la vez. (I)

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