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Política y fútbol y viceversa

Política y fútbol y viceversa
08 de junio de 2014 - 00:00 - Lorena Mancheno, Editora de7en7

Casualidad es una palabra que si existe en el diccionario, no me interesa. Si fuese una cosa sería una trampa. Lo más triste, no tiene un verbo para conjugarse con la vida. Y por esas casualidades llegué al fútbol de la mano de un fanático —no dije hincha— que da la casualidad que fue mi padre. Trampa sí está en mi diccionario: “Ardid para burlar… la nostalgia”.

Siempre la buscaba y la encontré por casualidad. Una película en la que Sylvester Stallone juega al fútbol. Ficción. Los demás protagonistas son nada menos que Pelé, Oswaldo Ardiles, John Wark, Kazimierz Deyna, Michel Fileu y otros que no fueron parte del reparto de Escape a la Victoria (1981) por pura casualidad sino por ser los mejores futbolistas de su tiempo. Aquí una cuña: Maradona aún era un pibe, de lo contrario hubiese sido el protagonista principal, no solo por la magia de sus gambetas, sino porque en tiempos de la Segunda Guerra Mundial él hubiese sido un preso político o un revolucionario, como lo dijo en su documental Kusturica, y eso ni de lejos hubiera sido una casualidad.

Me pasa lo de siempre con solo nombrar al eterno 10 de la Selección argentina. 1986, ‘la mano de Dios’ y el gol más bello del mundo no fueron momentos de inspiración sino esas revanchas íntimas de un hombre que cargaba la dignidad de todo un pueblo. Argentina le ganó 2-0 a Inglaterra no por casualidad sino por sus Malvinas.

Y vuelvo a ese equipo de prisiones de guerra, en plena ocupación alemana, pero a los reales, ex jugadores del Dínamo de Kiev que derrotaron a la selección de Hitler. Lo llamaron el ‘Partido de la muerte’. Los 11 ucranianos fueron fusilados con las camisetas puestas. ¿Casualidad?

No fue una casualidad que al inaugurarse el décimo Campeonato Mundial de Fútbol el presidente Nixon estuviera contra las cuerdas por el escándalo de Watergate. Fuentes de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro. Y tampoco lo fue en el Mundial 78, cuando moría el popular escarabajo de la Volkswagen; en Inglaterra nacía el primer bebé probeta y en Italia se legalizaba el aborto. En la Copa del 82, lo cuenta Eduardo Galeano, el Gabo recibía el Nobel en nombre de los poetas, mendigos, músicos, profetas, guerreros y malandrines de América Latina.

Me voy a saltar al pitazo del 86. El que más recuerdo sin poder olvidar la mano de mi papi sosteniendo la mía. La catástrofe de la central nuclear soviética de Chernóbil desataba una lluvia de veneno radioactivo imparable en el tiempo; Felipe González le decía sí a la OTAN; se nos morían Simón de Beauvoir, Juan Rulfo y Jorge Luis Borges. Y otra vez, Miami anunciaba la caída inminente de Castro.

Y me quedó en el Mundial del 94 —porque por estos días ronda la noticia de la ‘desaparición’ de los ojos más bellos de las revoluciones—. Se alzaban en armas los indios mayas en Chiapas y el subcomandante Marcos sorprendía al mundo con sus palabras de humor y amor. Y claro, dicen que Maradona jugó su último Mundial, venía “cometiendo el pecado de ser el mejor, el delito de denuncia a viva voz al poder y el crimen de jugar con la izquierda, que según el diccionario significa al contrario de cómo se debe hacer”. En el fútbol, nada es una casualidad.

Es que solo quería decir: política y fútbol y viceversa.

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