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El fútbol y yo

El fútbol y yo
06 de julio de 2014 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Lexicógrafa

Mi historia con el fútbol empieza con una historia de amor, antes de que mi historia fuera mi historia. Cuando mi papá y mi mamá se conocieron, el primer tema en común que encontraron fue, precisamente, el fútbol. Ella, como buena cuencana, es hincha desde siempre del Deportivo Cuenca. Él, en cambio, es fanático a muerte del Deportivo Quito (incluso desde cuando se llamaba Argentina y jugaba en El Arbolito). Pero la chispa se encendió de verdad cuando mi mamá vino alguna vez a ver a su ‘Cuenquita’ en el Olímpico Atahualpa y llamó a mi papá para que la acompañara. Es tal la fuerza del fútbol que hasta puede unir vidas.

Yo nací en el año del Mundial de Argentina, y la primera Copa del Mundo que recuerdo es la de España 82, no tanto por el fútbol sino por la caricatura de ‘Naranjito’ y sus amigos, que, a mis 4 años, era más novedosa que una pelota rodando por la cancha. Del Mundial de México 86 recuerdo la cancioncita, al inolvidable ‘Pique’, a los dibujos animados de Cantinflas y a Maradona con su ‘mano de Dios’. De Italia 90 tengo el recuerdo clarísimo de la televisión de mi abuela (a blanco y negro todavía) como invitada de honor en la sala y el penal mortal con que Alemania le ganó a Argentina en la final. Así, durante toda mi vida, los mundiales han sido ese acontecimiento imperdible y absolutamente impostergable, en el que puedo disfrutar de un espectáculo único en cada partido. Porque para mí el fútbol solo se trata de dos equipos que persiguen una pelota.

Estuve en el partido en el que la ‘Tri’ se clasificó a un Mundial por primera vez y festejé en la Amazonas vestida de amarillo por ese triunfo ‘histórico’. También me trasnoché para ver los partidos de Japón-Corea 2002, y me dolió hasta el alma que Ecuador no pasara de la fase de grupos (como esta vez). En 2006 estaba en España estudiando mi maestría, y la sensación de apoyar al país de una en un sitio ajeno fue espectacular. Además, vivía en un barrio de migrantes y cuando te subías al metro o andabas por la calle todos llevaban, orgullosos, ‘la piel del país’. En 2010, en cambio, dictaba clases justo a la hora de los partidos del Mundial, y, sobre todo al final, las terminé antes para poder ver los partidos. Tengo que confesar que conté los días para que llegara al fin este Mundial, y que he procurado no perderme ningún partido. ¿Qué puedo hacer? Amo el fútbol, aunque nunca lo he jugado en una cancha y a duras penas ‘achunto’ goles en el futbolín.

Mi historia con el fútbol siempre ha sido muy cercana, desde que mi papá escuchaba todos los domingos, religiosamente, los partidos del Campeonato (en la radio, donde la pasión se multiplica por mil) y se deprimía cuando perdía el Quito. Ahora, como buena seguidora del Emelec, sigo los pasos del campeón hasta la Boca del Pozo y grito con fuerza las arengas de mi equipo, como si nuestras voces pudieran empujar a pelota (la número cinco o el esférico, como le dicen). Y, cuando voy al estadio y pierde el ‘Bombillo’, entiendo perfectamente a mi papá y a su malgenio cuando pierde la ‘Academia’.

Ahora, que ya mismo se acaba el Mundial, sueño con ir a Rusia 2018 y festejar mis 40 (y mi décimo Mundial) en la fiesta del fútbol. Mientras tanto, disfrutaré del Campeonato Nacional, la Copa Libertadores, la Sudamericana, el Mundial de Clubes, la Copa América y las Eliminatorias, porque, afortunadamente, esta pasión nunca se acaba.

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