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Freddy Bravo: "Cometí un pecado que me costó muy caro"

Freddy Bravo: "Cometí un pecado que me costó muy caro"
Fotos: Rodolfo Párraga / EL TELÉGRAFO
21 de octubre de 2018 - 00:00 - Augusto Itúrburu

Freddy Bravo dejó el fútbol profesional como jugador hace 17 años. Aunque podía seguir, prefirió alejarse de las canchas por respeto a su familia, ya que desde las gradas los hinchas “son cosa seria” (lo insultaban y tachaban de viejo).

A sus 56 años ahora se lo encuentra de lunes a viernes en el Complejo Deportivo de Picoazá en Portoviejo, donde enseña fútbol a niños y jóvenes. Jugó en el Manta Sporting Club, Liga de Portoviejo, Filanbanco, Barcelona, Delfín y Liga de Quito. Su voz se corta y se llena de nostalgia cuando recuerda a su compadre, el fallecido Carlos Muñoz.

Pero también ríe, contando las anécdotas de Luis Santibáñez, Ernesto el “Trompudo” Guerra y el brasileño Sócrates.

¿Quién lo motivó para jugar?
Como se dice, yo nací con condiciones innatas. No tuve un profesor o una escuela. Me formé en la cancha. Yo jugaba en mi parroquia, con mis amigos, pero más índor. Yo hice un proceso, desde la selección de la escuela, en esa época era arquero. Tenía un hermano mayor, que era como mi padre (Eduardo Ramón) que siempre me inculcó el fútbol.

¿Cuál fue su primer equipo?
El primero que me ayudó fue mi amigo, Rodrigo Flores, él me invitó a jugar a la cancha (La Rotonda) que quedaba al frente del estadio Reales Tamarindos -ahora queda una ciudadela-. Ahí me encontré con mi primer técnico, que aún sigue dirigiendo al Deportivo del Valle, Walter Farfán. Entonces, llego al D. del Valle y con 17 años debuté en el fútbol profesional.

¿Qué otros puestos ocupó?
A mis inicios fui arquero, pero ya en el Deportivo del Valle me ubicaron como (defensa) central. El DT, por mi contextura delgada, me puso en esa posición. Fui polifuncional. Jugué de marcador derecho y de volante cinco, que es la función con la que me retiré.

¿Cómo salió del Deportivo del Valle?
Georgie Farfán, que era el tío del DT, me compró, adquirió mis derechos. De ahí jugué en el Manta Sporting Club, que vendría a ser lo que es ahora Delfín. En ese tiempo lo dirigía el profesor Leonel Montoya, colombiano. Él, después de Farfán, es mi segundo padre en el fútbol, porque fue quien me llevó del Valle al Manta y ahí debuté con él.

¿Qué recuerda de ese debut?
Estaba Orly Klinger, Berlfort Párraga, había buenos jugadores. Yo recuerdo que durante la pretemporada yo no era el titular, era el “Chueco” Párraga. Pero el año anterior lo habían expulsado y debía pagar un partido, entonces tuve la oportunidad de debutar. Ese partido fue en 1982 ante Liga de Cuenca. Hicimos un buen partido y ganamos con un gol del “Flaco” López.

¿Cómo se dio la llegada a Liga de Portoviejo?
A Montoya lo contrata Liga (P) y él me lleva. Yo siempre fui aficionado de Liga, desde pequeño lo he seguido desde  la tribuna. Entonces el “profe” me pide y don Georgie me vende.

¿Cuáles eran los referentes a seguir en esa época?
Varios. Por ejemplo JJ Pérez, Infantino, Maradona, Ruggeri. Recuerdo que me gustaba mucho el fútbol brasileño y me decían que yo centraba como brasileño, incluso algunos decían que yo me parecía a Jairzinho.

¿Cuál fue el saldo de ese año?
Me fue muy bien. Jugué bastante. Quedamos en tercer lugar, estuvimos cerca del título. Recuerdo que ese año nos tocó jugar con Barcelona y el partido se suspendió por lluvia y durante la noche no nos dejaron dormir.

Luego sale de Manabí y ficha por Filanbanco.
Sí. Ya por esos años, los señores Isaías estaban iniciando un proceso en Samanes, ahí donde tiene el complejo Emelec. El equipo era el Filanbanco, que ya ese año ascendió a la primera. Y justo por esa época cambiaron los reglamentos y se unificaron las series A y B. Filanbanco comenzó a comprar jugadores de Milagro Sporting, como los hermanos Cuvi.

¿Recuerda cómo se dio el pase?
Mire, todo se da por cosas del destino y por la mano de Dios. Hubo un dirigente, en 1983, que invirtió en Liga (P) y tras no llegar a un acuerdo con los directivos, quería recuperar su inversión y decidió tomar los pases (derechos deportivos) de Carlos Aguayo y el mío. Se fue a Guayaquil e hizo negocio con el club Filanbanco, ya el equipo me había visto jugar en 1983. El DT era Ernesto Guerra y él decidió que me quede.

Descríbanos a Guerra.
Aprovechaba todo lo que había a su alcance: quemar tiempo, hacer expulsar al rival o sacarlo del partido con un codazo (...). Y no solo él, también Santibáñez usaba esos métodos, como las funditas con agua para que tomen los otros (rivales).

¿Qué tenían esas funditas?
(Ríe). Algo tenían, porque el que tomaba como que le daba sueño o pereza, se iba del partido, se inactivaba. Había muchos técnicos (en esa época) que sacaban provecho de estas cosas y a la final sí servían en el resultado.

Háblenos más de Luis Santibáñez.
Como técnico fue excelente. Bastante teórico, no tan táctico. Por ejemplo (Jorge) Habegger era bastante táctico y estratégico; ganábamos uno a cero afuera o adentro y se encerraba y al final el resultado fue el campeonato.

Regresando a 1984 en Filanbanco, ¿qué recuerda?
Me encontré con grandes jugadores, por ejemplo Marcelo Hurtado, otro buen jugador fue Eduardo Aparicio. En Filanbanco jugué hasta 1990, de ahí pasé a Barcelona.

Filanbanco no tenía muchos hinchas, ¿quién los motivaba?
No había, es verdad. Pero Lucho Santibáñez le hizo contratar a la dirigencia una barra de Chile. Desde allá vinieron con todo pagado, entre 15 o 20 (personas). Es que, en Chile, Santibáñez era bien visto y tenía su fama.

¿Qué le faltó a ese equipo para ganar un título?
Seguir el proceso. Tuvo solo seis años. Creo que si seguía unos dos o tres años más, seguramente ganaba el campeonato. La infraestructura era muy buena, teníamos un gran complejo. Recuerdo que fuimos los primeros que hicimos una pretemporada fuera del país y lo hicimos en Ezeiza, donde entrena la selección argentina.

Llegó en 1990 a Barcelona y de inmediato juega una Copa Libertadores que marcó un antes y un después en el fútbol ecuatoriano.
Fuimos varios jugadores de Filanbanco a Barcelona. Además de mí, David Bravo y Carlos Muñoz. El técnico que tenía era Óscar el “Cacho” Malbernat. Me acuerdo que me hizo debutar como marcador izquierdo, cubriendo a Raúl Avilés en un Clásico del Astillero. Soñé con él (Avilés) como una semana. Yo ingenuo y él en todo su apogeo. Debuté mal y se me complicó todo, pero de ahí con el esfuerzo salí adelante.

¿Se le complicó todo?
Yo pasé bastantes cosas ese año. Me tiraban zapatos en el camerino, Jimmy Montanero y Jimmy Izquierdo, que después se hicieron mis grandes amigos. Veían mis condiciones y yo recién llegado y de pronto algún recelo de que vaya a banquear a Izquierdo. Recuerde que en ese tiempo en el equipo había trinca (control). Los jugadores eran los dueños y quienes mandaban. Yo llegué en una época en la que recién habían pasado por ahí Lupo Quiñónez, Flavio Perlaza, Fausto Klinger, Galo Vásquez...

¿Y cómo hizo para quedarse?
Pues al ver mis condiciones me pedían y yo tenía que jugármela. Recuerdo que yo estaba medio golpeado e igual me ponían. Y cuando teníamos que jugar dos partidos a la semana, me ponían sueros dos días para recuperarme. Pasaba más tiempo en cama recuperándome.

¿Qué pasó con el “Cacho”, por qué se fue?
Tuvo un problema de salud y los resultados no le acompañaron. Pero era un gran técnico. Después vino Miguel Ángel Brindisi, uno de los mejores técnicos que he tenido en mi carrera.

¿Por qué uno de los mejores?
La gente se metía con él porque él se preocupaba por el jugador, estaba pendiente si dormíamos, si descansábamos. Iba más allá de lo que hacían otros técnicos. Iba a la casa a ver cómo vivíamos, a ver el ambiente del hogar. Y eso, en el fondo, es importantísimo.

Hablando de la Libertadores de 1990, ¿en qué partido pensaron que ya se eliminaban?
Contra River Plate, en semifinales. Ese fue el partido que se vivió con más intensidad, a pesar de todas las otras etapas. Recuerdo que el “Loco” Acosta hizo el gol. Era un jugadorazo.

El “Loco” Acosta jugó ese partido infiltrado.
No. Él usó esa venda como cábala. Es que esos extranjeros eran cosa seria. Algunos se tomaban un café antes de los partidos, otros un tabaquito y al frente de los técnicos, qué elegancia que tenían de fumar un tabaco al frente de los técnicos y conversar. Nosotros los nacionales no podíamos hacer eso.

¿Tenían equipo para quedar campeones de la Copa?
Sí creo. Por eso es que esa final de Copa (1990) la gente la vive y la recuerda más. Yo estuve invitado por la dirigencia a la segunda final, la del 1998 y al primer tiempo se veía cómo la gente ya se iba del estadio. Recuerdo que en la primera final la gente vivió el partido los 90 minutos.

Antes de salir de Barcelona, sucede algo que marcó la historia del club: la muerte de Carlos Muñoz.
Sí, mi compadre, fue uno de los mejores amigos que me dio el fútbol. Yo me enteré aquí en Portoviejo. Por la calle Cinco de Junio, donde vivo actualmente. Pasaban los buses y una persona gritó: “Freddy Bravo, se murió Carlos Muñoz, sintoniza Radio Sucre”. Recién habíamos estado juntos jugando y se accidentó. De ahí, a las 09:00, me fui a Guayaquil escuchando la radio y llegué directo a la velación. Y de ahí fue maravilloso el cariño de la gente. Todo el tiempo estuve ahí con su familia. Fue durísimo.

¿Por qué salió de Barcelona? 
Fue por otras circunstancias (no futbolísticas). Fue por un pecado que lo pagué muy caro. Luego de un partido fui a una reunión y después me hicieron un doping, y me salió alcohol, nicotina y (...). El doping se lo hizo Barcelona a varios jugadores.

Luego de Barcelona va a Green Cross (1994) y un año después recala en otro grande, la Liga de Quito de Sócrates. ¿Qué aprendió de él? 
(Risas) Le cuento como anécdota a mis amigos y no sé si sea crítica, pero Dios sabe que lo que digo es verdad. Él (Sócrates) no sabía nada. Horrendo jugador de fútbol, seleccionado brasileño, mundialista, pero como técnico no sabía nada. Cuando vino ya era alcohólico. Fue puro nombre. Trajo un preparador físico que hacía todo el trabajo. No daba ni una charla.

Sus últimos años regresó a Manabí, para jugar en Liga (P).
Jugué una época y luego me quedé como técnico de la Liga de Portoviejo y como asistente.

¿Cuándo decidió retirarse definitivamente?
Cuando tenía 39 años. Y no me retiré, me retiraron. Después de toda mi experiencia, no me merecía el trato que me daban los hinchas en el estadio, yo ya tenía mis tres niñas pequeñas. Entonces opté por retirarme. Pero después de cinco años, (Juan) Urquiza me vio jugando un campeonato en Crucita -él era DT de Liga (P)- y me dijo: “Tú tienes que jugar conmigo, ven que yo te pongo uno que corra por ti”. Y yo podía, físicamente siempre fui el mejor en los equipos que estuve, pero le dije que no.

¿El fútbol le dio lo suficiente?
Gracias a Dios tengo una buena esposa y me dejé llevar por el lado correcto. Dios lo bendice a uno de acuerdo a como uno obra. Me gusta ayudar, tengo comodidad, no soy ambicioso. No me ha gustado meterme en la política. Ahora tengo un restaurante y siete cuadras para sembrar yuca y maíz.

¿Cuál ha sido el mejor futbolista manabita?
Siempre han nombrado a Alfonso Obregón y Freddy Bravo. Mi respeto al profesor Obregón, que fue el único manabita que jugó un Mundial. Tuvimos muchas similitudes, de bajar el balón, de tocarlo a ras de piso, de usar el borde interno, elegante. (I) 

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