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Benítez: “Mi mamá lloró cuando fiché por Barcelona”

Ermen Benítez. Delantero esmeraldeño.
Ermen Benítez. Delantero esmeraldeño.
Foto: William Orellana | El Telégrafo
31 de marzo de 2019 - 00:00 - Elías Vinueza Rojas

El apellido Benítez está escrito en letras grandes en la historia del fútbol ecuatoriano. Desde inicios de la década de los ochenta los parlantes de las radios, las páginas de los diarios y las tomas de las filmadoras narraban las acciones adrenalínicas en ataque y los goles de un futbolista que pasó a ser apodado la “Pantera”.

El Nacional fue el primer beneficiado en el fútbol grande de las destrezas del jugador esmeraldeño nacido el 4 de mayo de 1961. Porque antes de llegar a Quito, Ermen Benítez Mesías mostró sus grandes condiciones en el Esmeraldas Playero, Real Madrid y Esmeraldas Petrolero de su provincia.

Inició, como la mayoría de jugadores, en otros sectores de la cancha. Era zaguero central, pero un entrenador lo convirtió en puntero derecho para aprovechar su velocidad.

Y no solo que le dejó el polvo a los laterales que lo marcaban, sino que generó una relación sentimental con las redes de los arcos por siempre. Un día, sin fecha exacta, le marcó cinco goles al Madrid esmeraldeño. Y por ello recibió un premio envidiable: ser convocado a la selección de Esmeraldas.

“Los esmeraldeños decimos que quien no pasa por la selección de la provincia no existe”, cuenta Ermen resaltando que la frase surgió porque llegar a ese combinado es una tarea casi imposible por la cantidad y calidad de jugadores que surgen en la tierra del verde y el pescado.

La “Pantera” repitió la hazaña dos veces. “También hice cinco goles en un mismo partido con El Nacional y con Liga de Portoviejo”.

¿Cómo se forma un goleador? ¿Es innato? ¿O es una suma de factores?
Lo importante es tener la confianza del DT y tus compañeros. A medida que vas trabajando vas encontrando resultados, no es fácil ser goleador, estás casi siempre custodiado por los dos centrales y los dos volantes de marca, pero si tienes buenos movimientos marcas diferencias.

Y con un gran habilitador las oportunidades se agrandan...
Siempre lo dije, tuve detrás mío al mejor 10 del fútbol ecuatoriano: José Voltaire Villafuerte. También hubo otros fabulosos en el país: Polo Carrera, Ricardo Armendáriz, Carlos Torres Garcés. Y me cuentan que el “Pibe” (Bolaños) era un monstruo, no lo vi. Con Torres Garcés compartimos en la selección.

¿Hay buenos delanteros sin mucho gol?
El delantero que no hace goles no existe. Hay jugadores con muchos recursos para jugar en el ataque, pero no son bien abastecidos y así es difícil.

¿Tenía referentes?
Claro. Vinicio Ron, Horacio Miori, Paulo César, Sergio Saucedo, habían grandes números 9 en esa época. De los de afuera era hincha de Zico y Sócrates. Y siempre alabo a Fabián Paz y Miño y Fernando Baldeón, que eran unos señores de la pelota, unos monstruos. Mi carrera  se la debo a ellos, la mayoría de mis goles pasaron por esos pies. Y luego llegó (Julio César) Rosero, que me llenó de pases, él dice que la mayoría de anotaciones se las debo a él; tenemos una gran amistad. Jugábamos por una sola causa, sin egoísmos, para ganar.

Además de tener condiciones, ¿qué se necesita para llegar al fútbol profesional?
Para llegar a ser futbolista hay que tener hambre; recuerdo cuando jugaba con Byron (Tenorio), él chocaba y yo la metía. En un torneo playero yo ya estaba para retirarme y lo vi que tenía una rapidez envidiable. Le dije: “vas a llegar lejos si te lo propones, hay que tener deseo de hacerlo”. Hay muchos que no llegaron porque no se cuidaron.

¿Cree que estuvo bien el cambio que hizo Dussan Draskovic con Byron Tenorio?
Claro. La rompió como central, habíamos muchos delanteros esa época, incluso yo iba al banco en la selección. Dussan metía a Raúl Avilés de 9 y yo iba al cambio. Creo que era la sorpresa, no me gustaba quedarme afuera, pero debía acatar órdenes. “Yo te hice famoso le decía al “profe”, porque yo entraba y resolvía. Sin lugar a dudas, él cambió el fútbol ecuatoriano.

¿Qué aprendió de Dussan?
Muchas cosas, cómo ubicarme en la cancha,  dominar bien la pelota, los piques cortos..., pero también tuve a Ernesto Guerra y a (Carlos) Sevilla. El primero me enseñó las mañas de la posición y Sevilla a mejorar la definición. Casi todos los atacantes que fueron dirigidos por Carlos salieron goleadores.

¿Sevilla es mejor entrenador que lo que la gente cree?
Trabaja bastante, se prepara, es un DT que ha ganado bastante. Eso sí, es mal hablado, pero por el bien de uno, si al futbolista no le hablas fuerte abusa del entrenador. Hay que tener buen timbre de voz para que los jugadores capten. Creo que a los técnicos extranjeros les dan todo en bandeja de plata, mientras a los nacionales les entregan los planteles cuando no hay un gran presupuesto. Entonces, los entrenadores están obligados a formar jugadores y a subirlos a la primera.

Su paso por el fútbol español no fue tan auspicioso. ¿Verdadero o falso?
Fueron nueve meses muy difíciles, ni el saludo me querían dar en el equipo. Solo encontré a tres ecuatorianos en esa ciudad, fue muy duro y no me adapté. Mis compañeros decían que ellos no compartían que un extranjero se llevara el dinero. Antes de eso, mi meta era llegar a primera, el Sevilla me quería comprar, pero los dirigentes de El Nacional me cerraron las puertas; en el Jerez hice siete goles entre dos torneos. Mi esposa me ayudó bastante, me cocinaba la comida ecuatoriana. Se entrenaba más fuerte, el calentamiento duraba una hora y media o dos, se entrenaba de cuatro a cinco horas a full.

¿Quedó satisfecho con lo que hizo en Barcelona?
Cuando entraba hacía goles, quedamos campeones y dos años quedé goleador del equipo. Barcelona es un club difícil, todos trabajan para ganarse un puesto y mantenerse en el plantel. Había un gran equipo. Cuando llegué estaban (Oswaldo) el “Pichi” Escudero, Marcelo Trobbiani, (Rubén Darío) Insúa, (Ángel) Bernuncio, (Pedro) Monzón, Gilson, un equipazo. Nos quedamos por un gol en las semifinales de la Copa Libertadores de 1992, pero son experiencias que valen, dejé mi nombre en alto y me fui a Liga (Q).

¿Por qué los jugadores de su época no se iban al extranjero?
Por falta de orientación, no había muchos empresarios. Y las eliminatorias no son como las de ahora. Perdías un partido y te quedabas afuera, no había unión entre periodistas de la Sierra y la Costa, la dirigencia y los jugadores, igual. Los árbitros siempre jalaban para los grandes del continente.

¿A quién prefería enfrentar, a Montanero o a Hólger?
Montanero era mañoso,  saltaba y te daba (un golpe), mientras Hólger (Quiñónez) era rápido y fuerte. Yo me preparaba para jugar contra ellos, me marcaban muy bien, pero mi intención era hacer goles. Montanero me abrió aquí (se señala una ceja), tengo algunas marcas. Gracias a Dios no me lesioné de consideración nunca, yo era un negro flaco, pero fuerte. Rompí algunas cejas también, me protegía (con los codos abiertos), no era malintencionado. Quiero aclarar que más allá de los golpes, Montanero siempre fue un caballero.

Con Urlin Cangá también tenía algunos rounds...
Así es. Yo le decía: “nos vamos al corrinche”, me daba puñetes en las costillas, cuando me marcaba yo me le iba atrás. Nunca le corrí a los centrales por eso, por algo soy el goleador histórico del campeonato nacional. Hay  que ser valiente y sabido. No puedo negar que me comía 10 o 15 acciones de gol por partido, pero también las aprovechaba.

¿El cabeceo es innato, se aprende o ambas?
Vivo agradecido de Roberto Estabillo, quien me enseñó a cabecear y a ubicarme bien para hacerlo. Recuerdo que Cristhian falló muchos goles de cabeza en las primeras eliminatorias que jugó, entonces me fui a México para trabajar en eso con él y comenzó a hacer goles.    

¿Cree que la genética es determinante en el deporte?
De acuerdo. Mi papá era zurdo, goleador de la selección de Esmeraldas. Y ya sabe la historia de mi hijo Christian Benítez, (+).

¿El gol que más recuerda?
El gol ante Uruguay (Copa América de Brasil 1989) no fue bonito, pero le ganamos a Uruguay. Y otro que le hice a Filanbanco, cuando jugaba para El Nacional, me llevé a seis desde la mitad de la cancha. Le marqué a Jacinto Espinoza.

¿Hincha de...?
Barcelona. Amarillo toda la vida. Cuando llegué al equipo cumplí no solo mi sueño sino el de casi toda la familia. Se demoró la negociación con los dirigentes y me fui a una quinta que Isidro Romero (presidente del club en 1991) tenía en las afueras de Quito, él me llamó y arreglamos en media hora. Mi madre lloraba (de la emoción), mis dos hermanos felices, en cambio mi padre era emelecista. Mi barrio era una locura, rodaron la comida y la cerveza por montones cuando el club me compró.

¿Recuerda cifras?
Me compraron en 100 millones de sucres y yo cogí 10 millones. Acordé un sueldo de 2’200.000, en El Nacional ganaba 400.000. Octavio Hernández no me quería pagar esa cifra porque sabía que recibía mucho menos en El Nacional.

¿Va al estadio?
Voy con mi gorra del equipo, pero solo a partidos difíciles. Cuando veo a un niño (en la academia que dirige en las canchas de Samanes) con la (camiseta) azul, le digo que debe venir con la de Barcelona, pero es broma. Emelec tiene una hinchada con confianza por lo que el equipo ha ganado últimamente.

¿Y El Nacional qué sentimientos le genera?
Tengo el corazón partido por lo que está pasando. Tienen gente (entrenadores) en las inferiores que nunca han jugado, más allá de que tengan sus cursos, igual en Barcelona. En El Nacional Marcelo Cabezas y “Chicho” Benavídez sacaron unos monstruos al fútbol profesional. Uno manda jugadores y dicen que no valen, me alegré cuando estuvo Julio Rosero en Barcelona. Jimmy (Montanero), Hólger, Tulio (Quinteros), Galo Vásquez... esa gente debe trabajar formando jugadores, están preparados para eso.

Si usted entraba a la cancha cuando le ordenó Jorge Habegger, Barcelona no le ganaba a El Nacional en Quito por la liguilla final de 1991...
Insúa estaba extenuado y a 20 minutos del final del partido Habegger me avisa que me preparara para entrar, cuando ya faltaban 12 el árbitro señala tiro libre (cerca del área de El Nacional) y el “Colorado” era un monstruo para esas jugadas. Yo aguanto el cambio y me retiro, tapaba (Héctor Lautaro) Chiriboga, e Insúa la mandó adentro. Después de ese partido empatamos 1-1 con Valdez y fuimos campeones.

¿Qué pasó en la final del 92?
Me quedé triste porque se nos escapó el bicampeonato. Se agachó Insúa y a (Carlos Luis) Morales se le pasó la pelota, yo esperaba que él la cabeceara y de eso se aprovechó Dixon Quiñónez.

¿Cómo fue la experiencia en el fútbol de Manabí?
Firmé un contrato anual de 28 millones de sucres, pero no cobré nunca, así que me fui al fútbol de Honduras tres meses, pero Liga de Portoviejo no quiso darme el pase pese a que me debían tanta plata, querían que yo les pagara. Las taquillas después de los partidos se perdían. En Green Cross fue otra cosa, Jaime Estrada fue un buen dirigente.

¿Quiere compartir una anécdota?
Con la selección ecuatoriana viajamos a Los Ángeles (Estados Unidos) como parte de una gira de 45 días, me metí a una puerta giratoria y no podía salir, la gente se mató de la risa.

El fútbol le dejó...
Amigos como Villafuerte, Hans Maldonado (+), Andrés Nazareno, mi pata, que ahora vive en Nueva York. Acá me llevo muy bien con todos. Me han ayudado desde que me quedé aquí. Con Montanero tenemos una gran amistad.

¿Cómo fue la relación con Dussan cuando recién lo conoció?
Al principio no le entendíamos nada, hasta lo insultábamos porque sabíamos que no nos entendía tampoco, pero después ya todo bien, gran persona.

Háblenos de sus sucesores... ¿Por qué brilló Agustín Delgado?
Técnicamente no eran tan bueno, pero era un goleador letal, la rompió en la selección y cumplió en todos los equipos que estuvo. Es una gran persona.

Eduardo el “Tanque” Hurtado.
Muy buen jugador, más pesado, venía de más atrás, no pasaba solo en el área, pero también goleador.

¿Qué delanteros de la actualidad le agradan?
El “Kun” Agüero y Énner.

El apellido Benítez dejó de sonar en 1995 tras el retiro de Ermen, pero diez años después volvió a sonar fuerte gracias a su hijo, Christian, el recordado “Chucho”. (I)

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