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Punto de vista

Volver de la vergüenza

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La trilogía de River Plate vs. Boca que en la previa venía cargada de especulaciones y deseos ocultos por lo que significaba para cada institución, terminó en Asunción del Paraguay en un despacho que con seguridad intentó permeabilizar sus paredes para evitar suspicacias y malos entendidos, pero esa idea fracasó porque no se lo pudo lograr.
El folclor de un país que tiene entre sus costumbres más admiradas al balompié, ha perdido en las últimas décadas esa ingenuidad de que al fin y al cabo es simplemente un deporte para transformarlo en una batalla por intereses extrafutbolísticos.

¿Dónde quedaron aquellas imágenes en las que se podía distinguir a los fanáticos bien vestidos, con sombreros y aplaudiendo más allá de la camiseta al jugador que por sus intervenciones merecía ese reconocimiento? Hoy la sociedad argentina está confundida, acelerada, y no pone en la balanza a la coherencia como opción en los arrebatos pasionales que le genera el fútbol.

Hace varios años una encuesta puso a este duelo como uno de los mejores eventos a escala mundial; irónicamente, este galardón va perdiendo credibilidad por el propio ganador de aquella distinción, el público. Futbolísticamente hablando, los primeros dos partidos dejaron muy poco para no decir nada, en escasos momentos se pudo observar alguna gambeta, triangulación o simplemente respeto por el espectáculo. La vehemencia convivió con cada protagonista y eso dejó de lado a uno de los objetivos principales de este deporte: el buen gusto.

El DT Arruabarrena y sus dirigidos venían en alza después de mantener un invicto interesante y ser el mejor en la fase de grupos de la Copa Libertadores, detalle no menor porque el archirrival fue el peor y no vivía un momento agraciado en lo que se refiere a funcionamiento. En la vereda riverplatense se pudo percibir que era imprescindible poner un plus extra para superar la serie porque, de no ser así, el precio sería muy caro.   

Todas estas conjeturas quedaron en el archivo cuando la expresión más clara  del nivel de histeria que impera en el país ‘gaucho’ se adueñó de un momento que aquellos fanáticos de sombrero y amantes genuinos de este deporte jamás podrían haber imaginado. Un par de desadaptados intentó acobardar a jugadores del equipo rival mediante ataques previos al inicio del segundo tiempo, sin medir ni entender que no solo exponían la integridad de los futbolistas, sino también que sumergían en un acto inmoral al club de sus amores del cual la mayoría se va a arrepentir.

Los comportamientos de los jugadores de ambos equipos en el momento crítico son una discusión aparte y seguramente se analizará, dependiendo de la óptica y de cada camiseta, lo que sí no tiene escape es aceptar y entender que el país que quizás goza del mayor delirio por este espectáculo está en el camino equivocado. Hoy, con cabeza fría, puedo aseverar que la ignorancia y pérdida de valores en la que se está naufragando necesita -de manera urgente- replantearse, saber qué se pretende y, por sobre todo, hacer un mea culpa e intentar huir de un histerismo que no avizora un buen futuro. Hoy el mundo mira asombrado al punto que llegó el superclásico argentino, orgullo nacional que pasó a ser una disputa insensata de poderes y fanatismo infundado, descuidando especialmente el futuro de las nuevas generaciones. Aquellos que vimos jugar a futbolistas con caballerosidad y mucha consideración por exhibir situaciones que sean admiradas por el público, nos lamentamos y con voz alta repudiamos todo lo ocurrido. Y al mismo tiempo queremos hacerles entender a los responsables de guiar lo venidero, que el frenesí que genera ver rodar un balón y ser bien tratado, como ha sido históricamente en Argentina, no se merece vivir en esta vergüenza, de la que, con certeza, será muy difícil salir. (O)

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