El desbordante crecimiento que ha tenido el fútbol en las últimas décadas nos demuestra que ese juego romántico donde el que más sabia jugaba con las medias caídas y tenía permitido caminar cuando la pelota no estaba en su poder, quedó en el baúl de recuerdos de aquellos que hoy, aunque les dé nostalgia, disfrutan de una realidad vertiginosa y llena de sorpresas. Hay muchas frases trilladas en el argot popular, tales como “se juega como se vive” -o también como se entrena-, ejemplos que no están fuera de verdades muy profundas que abrazan a los actores principales de este deporte que a pasos agigantados se transformó en una industria a nivel mundial. Hace décadas los entrenadores tenían funciones múltiples, desde preparar físicamente al plantel como también realizar charlas de aspectos psicológicos, entre otras cosas, pero sin lugar a dudas su real dimensión la tomaban por el don de mando y la capacidad de elegir bien a los jugadores para cada partido. Los entrenamientos no eran tan rigurosos ya que las exigencias y velocidades eran otras priorizando trabajar con la idea clara de que los once titulares se debían conocer de memoria jugando diariamente al fútbol, repitiendo rutinas con muy poca carga de conceptos, alternativas y mucho menos mecanismos preestablecidos. Las prácticas de antaño podían durar varias horas y nadie recurría a la ciencia, a cuidados especiales y mucho menos a la tecnología, como podemos observar hoy que todo está minuciosamente analizado. Saliendo un poco de las diferencias en la preparación, quiero ingresar en un terreno quizás pantanoso para los más veteranos que pueden llegar a refutar las ideas que voy a proponer. El balompié profesional hoy les consume muchas horas de trabajo a los directores técnicos y ayudantes, quienes aceptan que su profesión pide imperiosamente tener todos los cabos atados y que nada quede al azar, más allá de que por sobre todo dependen siempre de situaciones inusitadas del juego. Aquellos cuerpos técnicos quizás no tenían los recursos tecnológicos de la actualidad y por eso la mayoría se apoyaba en creencias o sensaciones del semblante general de su plantel, situación que hoy está muy distante porque más allá de que esos aspectos siguen vigentes, las planificaciones llevan cargas físicas adecuadas a los propios jugadores, como también los entrenamientos específicos para que puedan potenciar virtudes personales y de esta manera colaborar en lo grupal. Podemos observar a diario que la mayoría de equipos persigue una estrategia determinada y eso se sustenta en el trabajo semanal basado en el paladar y convicción de su entrenador, situación que es muy compleja porque, hablando estrictamente de fútbol, en este punto podemos denotar varias obligaciones tácticas y estructurales que deben intentar cumplir los futbolistas para que la idea madre pueda ser cumplida. El buen funcionamiento se basa en que cada integrante cumpla con todas esas expectativas a cabalidad, situación que en aquellos recordados equipos recaía principalmente en trabajos más rígidos y esquematizados dentro del terreno de juego donde pocos tenían otras funciones fuera de las que pedía su posición. Para poner un ejemplo claro a esta aseveración, los actuales delanteros tienen en su concepción ser la primera línea de defensa y no escatiman esfuerzos en recorrer varios metros para ocupar espacios determinados constantemente y así cumplir tácticamente con el equipo. Estas tareas habitualmente son encomendadas a cada jugador después de análisis previos muy profundos que son enseñados mediante imágenes para posteriormente corregir en cada sesión de trabajo, practicando varias veces  y de esa manera intentar plasmar la idea en el partido. Los patrones que tiene el fútbol siguen vigentes y nunca desaparecerán porque las evoluciones suman para alcanzar la excelencia, pero jamás podrán suplantar la esencia de un juego que premia, por sobre todas las cosas, a aquellos que saben entenderlo. (O)