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Punto de vista

El final de la vida bien vivida

El final de la vida bien vivida
08 de noviembre de 2015 - 00:00 - Freddy Ehlers Zurita

“No son muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía”.

Esta estrofa de una poesía del siglo XX, cuyo autor está aún en discusión, nos habla de una de las mayores preocupaciones del ser humano.

¿Quién soy yo? ¿Cuál es la razón de mi vida? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Existe la vida eterna y, si es así, cómo será esta? Estas son preguntas trascendentales que todas las personas nos hacemos, en especial cuando por una enfermedad o por la simple vejez llega a su fin este corto período que llamamos vida.

“Mucha gente no se da cuenta hasta que está en su lecho de muerte y todo lo externo se desploma, de que ninguna cosa tuvo nunca nada que ver con lo que es. En la cercanía de la muerte, todo el concepto de propiedad se revela como fundamentalmente insignificante. En los últimos momentos de su vida, ellos también se dan cuenta de que mientras estuvieron buscando a lo largo de la vida un sentido de sí mismos más completo, lo que en realidad estuvieron buscando, su Ser, estaba allí siempre, pero en gran medida oculto por su identificación con las cosas, lo que en último término significa identificación con su mente”, dice Eckhart Tolle, y es cierto. Nos pasamos la vida sin vivirla y con enorme estrés, pensando en el futuro y en el pasado, y el futuro está lleno de miedos y el pasado lleno de culpas. El 80% del tiempo de nuestra vida lo pasamos pensando y no viviendo el aquí y el ahora, que es lo único que existe, dice el renombrado científico y neurocirujano de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), James Doty. Por ello es indispensable cambiar nuestra forma de vivir para aprovechar cada momento, cada instante maravilloso de nuestra existencia.

El buen morir solo será posible con la práctica diaria del buen vivir, de una vida consciente en la que los detalles y las pequeñas cosas sean apreciadas. Hacer del amor incondicional nuestra práctica diaria es la más importante tarea que tenemos pendiente para, entre otras cosas, nunca pensar de otras personas lo que no queremos que estas piensen de nosotros y así llegar al final de una vida simple y sencilla, pero vivida con plenitud, en este tiempo que nos tocó vivir.

Al final recordaremos con serenidad y paz que, como dijo el poeta: “...por eso hay muertos que en el mundo viven, y hombres que viven en el mundo muertos”. (O)

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