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De tal palo tal astilla (GALERÍA)

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“Mássss o menossss” pensó Carlos Gruezo la primera vez que lo vio en la cancha. Fue en un partido de la escuela, el chico tenía 9 años. Era introvertido, muy tímido. Jugó como delantero. Caminaba con un ‘meneadito’ como si se acercara a una chica para invitarle a bailar. ¿Quién diría que el número 23 de la Tricolor jugaba ‘más o menos’? Pues su padre, quién más.

Entre los Gruezo hay apenas 15 centímetros de estaturade diferencia y un apellido materno. Por lo demás aquel dicho ‘de tal palo tal astilla’ les calza como guante (otro dicho). Los amigos coinciden en que si ven de lejos a uno de los 2, no reconocen si es Carlos Armando ‘chico’ o Carlos Armando ‘grande’.

El primero mide 1,71 metros y el segundo, 1,88. El segundo apellido del hijo es Arboleda. El apellido materno del padre es Quiñónez. Ambos crecieron en Santo Domingo de los Colorados (ahora provincia de los Tsáchilas). Los 2 jugaron fútbol hasta que se apague el Sol y entraron a casa en puntillas con los zapatos destrozados, para que no les retaran “ya deja la pelota que no te llevará a ninguna parte”. Cierto que el uno es hincha del Real Madrid y el otro del Barça; el uno admira a Cristiano Ronaldo y el otro a Lionel Messi, pero a la hora del fútbol ‘el que mete gol gana’.

Hay algo más por lo que no llegan a ser como 2 gotas de agua: Carlos Armando Gruezo Arboleda es centrocampista y consta en la nómina que representará a Ecuador en el Mundial Brasil 2014. Carlos Armando Gruezo Quiñónez vistió la Tricolor una sola vez en un partido amistoso contra Brasil, en Washington, y será eternamente delantero.

Carlos Armando Gruezo Quiñónez, actual asistente técnico del Luis Zubeldía, DT de la Liga de Quito, entrenó a su hijo mientras fue titular en el Barcelona y quedara campeón en 2013

Un partido clave

La pelota salió desde el extremo contrario y se adormeció en sus pies. Carlos GruezoQ. metía su última anotación como jugador profesional, en el estadio de Santo Domingo de los Tsáchilas, en el mismo donde asomaba la cabeza, mientras vendía empanas de verde en las calles. Era el día de su despedida y jugaba al fútbol como tiene que ser. Los Amigos de Gruezo vs. Club Los Chavos. Su hijo le hizo el pase gol.

Walter Ayoví lanzó la primera oferta: “Te compro el pase de tu hijo”. Ese día lloró, suele pasar en las despedidas. Y se rió a carcajadas como suele pasar con los amigos. Fue el día en que Carlos Gruezo hijo lo ‘banqueó’ y Carlos Gruezo padre descubrió a un gran volante extremo.

Así empezó una relación que arrastraba ausencias profundas porque el padre era un gitano del fútbol y solo en los entretiempos de su vida lo vio crecer. Por eso ese partido fue clave, pues surgió un talento de su mismísima sangre que quería “jugar al fútbol como un necio”, pero además era tan parecido a él que no descansaría hasta conseguirlo.

Carlitos inició en las inferiores de Liga de Quito, luego viajó a Uruguay, donde se entrenó en el equipo Defensor Sporting Club. Debutó a los 16 años en el Independiente del Valle. De la mano de Luis Zubeldía llegó al Barcelona Sporting Club y en 2013 como titular logró el Campeonato Nacional, con la camista 51. Pronto le transfirieron al VfB Stuttgart, de Alemania, por 1,5 millones de euros. El Chelsea le coqueteó. Y el lunes 2 de junio, su nombre se apuntó en la lista de los 23 jugadores convocados para la Edición XX de la Copa Mundial de Fútbol.

Padre e hijo. Esta fotografía fue tomada del Facebook de Carlos Gruezo Quiñónez, a pedido de él mismo. Está junto a su hijo en el aeropuerto

Tiempos de ‘mete gol gana’

Su barrio se llamaba Casip de Malaria. No podía faltar una cancha de tierra. Carlos Alberto Gruezo Quiñónez vendía por la mañana las empanadas de verde con queso y carne que preparaba su madre, a 20 sucres. Asistía a la escuela y por la tarde-noche se reunía con la jorga a tocar la pelota. Cuando iban a dar las 10 de la noche se apresuraba el juego. Él, más avispado, gritaba “mete gol gana”, y salía corriendo para que no lo reprendieran tanto. Mientras estaba en el colegio vendía periódicos, más empanadas y bollos. Y siempre se escapaba a la cancha.

Debutó a los 18 años en el Club Los Chavos. Pasó por el Club ADAC, por el Barcelona, Aucas, Espoli, El Nacho, el Cuenca, Liga de Portoviejo, Deportivo Quito y volvió a Liga de Cuenca, hasta que una lesión le jubiló.

¿Alguien que ha pasado por todos los equipos, hincha de qué equipo es? “Del fútbol y por supusto de la ‘Tri”, dice con una sonrisa que le devuelve a aquellos años de pequeñín cuando soñaba con la camiseta del Barcelona y quería ser como el Tanque Hurtado y Lupo Quiñónez.

Nunca vio videos de sus jugadas una y otra vez para corregir errores. Claro que tenía ‘pegue’ con los medios de comunicación, pero cómo ahora, imposible. Tampoco tuvo varios entrenadores ni su padre le acompañó en los partidos. Jugaba al fútbol cuando el fútbol era de otros tiempos. “Técnicamente mi hijo es mucho mejor que yo; además él es volante y yo, delantero”.

Un delantero bravo, algo peleón, el jugador que siempre se necesita de un equipo para desestabilizar al contrario y que nunca se permitía ser suplente; eso sí, solidario hasta más no poder.

Debe ser una especie de vocación esto de saber a qué lugar de la cancha pertenecer, o algo como un llamado del alma o simplemente, no podía ser de otra manera. Albert Camus custodiaba la puerta del equipo de fútbol de la Universidad de Argel. Estaba acostumbrado a ser guardameta desde chiquito porque ese el puesto donde menos se le gastaban los zapatos. “Hijo de casa pobre, Camus no podía darse el lujo de correr por las canchas: cada noche la abuela le revisaba las suelas y le pegaba una paliza si las encontraba gastadas” (El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano). Pero cuánto aprendió el escritor argelino por andar de ‘san Pedro’ del fútbol. “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga, eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades donde la gente no suele ser lo que se dice derecha”.

Carlos, el delantero, no está seguro que sea por vocación esto de andar metiendo goles, pero “era lo único que sabía hacer”. Lo que sí sabe es que fuera de la cancha, el olvido te cobra un penalti en el minuto 90: “Cuando uno se retira sabes quiénes son tus amigos (los ‘derechos’), el resto ya no te reconoce en la calle”.

Decía que Carlos Gruezo Quiñónez no se permitía ser suplente, pues su hijo tampoco. “Es terco en el campo y muy disciplinado; maduro, inquieto, sorpresivo y solidario”, enumera su padre, actual asistente técnico de Liga de Quito. Carlos hijo es el más joven de la Tricolor (19 años). Y le hizo abuelo a Carlos padre a sus 38 años, también muy joven para este oficio. Carlitos tiene 2 hijos, una niña de 2 años y un niño de apenas 1 mes de nacido. Aquí el tiempo les dio una tregua de 2 años: Carlos abuelo fue padre poco después de cumplir 19.

Camus fue arquero por supervivencia. Carlos es delantero porque no se le ocurrió nunca jugar de mediocampista ni de defensa... Podría decirse que se trata de un fenómeno de por sí natural.

Envidia más sana de lo normal

“Yo le enseñé a hacer siesta”, dice el entrenador Carlos Gruezo. Es la regla número uno en el fútbol. La 2 es llevar una buena alimentación y así se logra mayor energía. Al chico no le gustaba pero aprendió y luego de cada entrenamiento ‘al sobre’. Otra estrategia: ver las grabaciones de los partidos para analizar sus pases y mejorar la técnica.

Durante 3 años fue entrenador de su hijo. Lo deja más claro y lo dibuja con su mano derecha sentado sobre el césped, en el vértice de tiro de esquina de la cancha del Club de La Liga: “De aquí para acá (cancha adentro) fui su preparador con la misma disciplina que al resto de jugadores; de aquí para de allá (cancha afuera) soy su padre y amigo, con todo el amor que es posible”.

Su hijo así lo entendió. Obediente. Disciplinado. Humilde. Introvertido. Siempre audaz. Cancha afuera no le llama papá sino ‘socio’ y vistos juntos tienen la misma ‘parada’. ¿Quién plagió a quién? “Ni habiéndole negado sería tan exacto; pero ha sido amado”. Y basta verlos juntos para saber que negado o amado da igual. Ambos caminan con el ‘meneaito’ de conquiste.

¡Qué daría Carlos padre y abuelo por estar junto a su tocayo en los partidos frente a Suecia, Francia y Honduras! “Quisiera ponerme en la piel de él y estar en la cancha, pero disfruto hasta la alegría con sus triunfos”.

El mismo vértice se convierte en un confesionario, asumiendo que para estos hacedores y pensadores del fútbol no hay más templo que la cancha, confiesa: “No pensé que convocarían a Carlos para ser parte de la nómina mundialista, quizás por su edad; pero lo que sí puedo decir es que se lo ha ganado a pulso”. Entonces habla el entrenador, padre y el amigo que juega play station con su hijo en los tiempos libres.

Una confesión más del profesional del fútbol que ha sudado la camiseta en casi todos los equipos nacionales; en las sub 20 y 23, en el proceso de eliminatorias con Francisco Maturana y la camiseta de la ‘Tri’ en un amistoso: “Envidia es que le tengo, una envidia sana, más sana de lo normal”.

Roberto Fontanarrosa no creció queriendo ser como Julio Cortazar sino como Ermindo Onega. Por eso llegó a la Literatura por la puerta de atrás, con los botines embarrados y repitiendo siempre el viejo chiste: “Mi fracaso en el fútbol obedece a 2 motivos. Primero: mi pierna derecha. Segundo: mi pierna izquierda”. Cuando niño, Eduardo Galeano también quiso ser jugador de fútbol, pero solo jugaba bien, y hasta muy bien, mientras dormía.

Sin dudarlo: Carlos Armando Gruezo Quiñónez ahorita mismo quisiera ser como Carlos Armando Gruezo Arboleda. “Le doy por firmado”.

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