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El Telégrafo
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Las arrulleras de Yemanyá le cantan al niño (Galería)

Las arrulleras de Yemanyá le cantan al niño (Galería)
21 de diciembre de 2014 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

Es el momento de los arrullos, de las voces cadenciosas, de los cantos que ensalzan al Niño Dios a ritmo del bombo, del guasá y del cununo. Llegaron las arrulleras con su música que lejos de adormecer, despierta y provoca. Es hora de alabar al Niño que está próximo a nacer, dice una de ellas mientras se apresta a entonar uno de estos cánticos que, en realidad, son expresiones poéticas-musicales interpretadas a modo de canción de cuna. Manuela Ayoví una de las ‘maestras’ arrulleras, como la llaman sus compañeras, tiene una voz poderosa que retumba en una de las salas de la Casa de Acogida Yemanyá, en el sur de Quito. Y, entonces, el arrullo embelese:

El Niño a mí me escribió en una hoja de almendra,/ el que no sabe leer que venga para que aprenda,/ el que no sabe leer que venga para que aprenda/ con la marea suben al Niño, que venga para que aprenda (…) y después lo arrullarán que venga para que aprenda.

Cada domingo, Manuela Ayoví y otras mujeres afrodescendientes se reúnen en esta casa de acogida donde no solo se entonan arrullos, sino que los jóvenes que integran el grupo Cimarrón bailan al ritmo de la bomba. Las mujeres se hacen llamar las ‘cimarroneras de Yemanyá’, explica Manuela, hija de Papá Roncón, un ícono de la cultura afroesmeraldeña. Esta mujer, de carácter cálido y sereno, dice que era casi inevitable, que heredara de su padre el gusto por la música.

“Siempre estuve vinculada a los arrullos, pero hay que decir que en Quito estos nacen por una necesidad de mantener una tradición que nos viene de nuestras abuelas”, dice y califica a los arrullos como una especie de poemas cantados al Niño Dios, en la época de Navidad. “Esta es una forma de alabar a Jesús. Hoy todo el mundo baila salsa-choque, reguetón, perreo, pero nadie se pronuncia en cuestión de los arrullos que es la música tradicional de los afrodescendientes y que está asentada en la parte norte de la provincia de Esmeraldas”, recalca Manuela.

Hay muchos arrullos que se cantan desde Noche Buena hasta el Día de los Reyes, pero uno de los más populares en la comunidad afroesmeraldeña es aquel que empieza con esta estrofa:

Niño Lindo, Niño Dios/ niño para dónde vas/ Niño si te vas al cielo no me vas a dejar/ De la flor nació María, no me vayas a dejar.

También está aquel que fue recopilado por Juan García en el libro Cultura Popular en el Ecuador:

“Yo vide a mi Dios chiquito/ Yo vide a mi Dios chiquito/ Dándole el pecho a su madre y San José como padre le decía: calla, Niñito. En un dichoso portal vi a San José y a María que en los brazos lo tenía/ Dándole al Niño mamar. Con tanta amorosidad le da sus pechos benditos...”

El ritmo y la música, sin duda, consagran las creencias religiosas y los nexos espirituales que también forman parte de la herencia africana. De acuerdo con Nicolás Guillén, poeta y periodista cubano, este tipo de poemas reafirma la línea reivindicativa, ya que representa la afirmación de la estética negra —no racista— pero no exenta de lo que luego se ha llamado negritud. “El verso corto, sincopado, ágil, musical es vehículo de expresión en estas composiciones”, indicó el poeta.

Los arrullos de las cimarronas de Yemanayá van acompañados de la música de la marimba, cununos, guasá y maracas. En el grupo está Sonia Angulo quien entona estos poemas desde hace 2 años cuando Irma Bautista, otra compañera, la animó para que se uniera a los cantos. “Nuestros arrullos estaban medio adormecidos, pero ahora tienen más fuerza. Cantamos para que no se pierda lo que nuestros antepasados sabían y lo que nuestras madres nos enseñaron”, comenta sin ocultar el entusiasmo. Pilar Angulo también practica esta tradición hace 3 años. Su padre es afroesmeraldeño y su madre, mestiza. Aunque ella nació en Quito siempre se sintió atraída por las costumbres de la cultura afro. Cuando escuchó por primera vez sobre la existencia de los arrullos quiso saber más y se involucró tanto que ahora forma parte de este grupo de mujeres arrulleras de Yemanyá. Cuenta orgullosa que cada vez que entona estos cantos se siente realizada como mujer afro.

Naomi Chalá, nieta de una de las arrulleras cuenta que su abuela, Sonia Angulo —quien forma parte del grupo de canto— la conectó con “su parte afrodescendiente”. Desde entonces, ella se involucró más con su cultura y decidió integrar el grupo de danza. En esta casa todas están dedicadas a una actividad.

Irma Bautista, por ejemplo, acompaña los arrullos, su tono melodioso contrasta con las voces graves de sus compañeras. Esta mujer afro advierte que los arrullos son cantos a lo divino, a lo humano y a la naturaleza.

“Mi pueblo tiene la costumbre de contar lo que le pasa en la vida, a través de los cantos. Si le pasa algo, lo describe cantando; estos son los cantos a lo humano, pero también hay a lo divino”. En ese caso, se dirigen al ser superior, Dios, a la Virgen y a los Santos. Irma explica que a diferencia de los cantos del Valle del Chota, en los arrullos afroesmeraldeños hay música. “En el Chota, cantan a capela, pero se parecen mucho”, precisa. En el Chota —aclara— los arrullos tienen una connotación más alegre. Aunque constituyen una de las principales actividades en estas fechas, las mujeres que acuden a la Casa de Acogida Yemanyá también aprovechan para sentarse a la mesa y disfrutar de la comida que ellas elaboran. “Aunque tengamos tristezas y preocupaciones, aquí nos liberamos”, comenta Juana Sánchez, una esmeraldeña que llegó a Quito cuando tenía 9 años. Creció en la capital, pero nunca olvidó cómo su abuela cantaba los arrullos el 2 de noviembre por las fiestas de San Martín de Porres.

Los arrullos —como dicen las mujeres— no hacen parte de la historia, son el presente; están frescos, tanto como la voz de las arrulleras de Yemanyá que entonan poemas-musicales porque están deseosas de compartir su alegría.

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