Con un porcentaje aproximado de 30% de indecisos al cierre de este artículo, y ningún aspirante con suficiente capital político para triunfar en primera vuelta -según los sondeos cerrados hasta esta semana-, algo más de 13 millones de ecuatorianos votarán en las elecciones del 7 de febrero próximo, en medio de la mayor crisis económica, sanitaria, y humanitaria que el país recuerde desde la vuelta a la democracia, en 1979.

Votar por “el mal menor”, anular el voto, o no acudir a sufragar, parecen ser opciones seriamente consideradas actualmente por un apreciable porcentaje de electores en el Ecuador. Sobre las causas que originan esta potencial respuesta ciudadana se ha dicho y escrito abundantemente, pero poco se ha reflexionado sobre el impacto que podría tener un alto porcentaje de votos nulos y el ausentismo sumados, de cara a la representatividad del nuevo gobierno que, además, deberá entenderse con una Asamblea atomizada y darle certezas a una sociedad enervada y dividida.

En procesos electorales anteriores (referéndums 1978, 1994, y 1997 el nulo alcanzó entre 20% y 23%. En las elecciones seccionales de marzo de 2019, el voto nulo se duplicó en ciudades como Quito y Guayaquil y mostró una tendencia creciente a nivel general, muy superior al promedio registrado el 2014; en tanto que el voto nulo para el CPCCS obtuvo un promedio de 22.89% el año 2019.

El sostenimiento de esa tendencia está por verse en estas elecciones, pero la dispersión electoral, los desaciertos de la comunicación en campaña, la grotesca demagogia de algunos aspirantes, y la pobre presentación del bloque mayoritario de candidatos presidenciales en los frustrantes debates de hace pocos días, sumados a la escuálida  campaña informativa del CNE, probablemente mantendrán dicho comportamiento en muchos electores, pues de acuerdo a las reformas al Código de la Democracia, se deberá votar por una lista cerrada, es decir, por todos los candidatos de una sola lista o alianza de su preferencia. Equivocarse y votar por candidatos entre listas, produciría la anulación de ese voto.

A esto se suma la campaña de políticos como Fabricio Correa y Fernando Balda que llaman a votar nulo a la ciudadanía.

A diferencia de otras elecciones, el país entero, todas y cada una de las familias ecuatorianas, se juegan su futuro este 7 de febrero. Si bien el voto nulo no se suma directamente al ganador, sí favorece a quien llegue primero en tanto escamotea el respaldo a las candidaturas que lo siguen de cerca.

El descontento mayoritario sobre los personajes de la papeleta electoral, junto al el desconocimiento de sus propuestas de campaña y lo que aquellas entrañan para el mantenimiento de la dolarización, la defensa de los fondos de los jubilados y pensionistas, la generación de empleo, la contención a la pandemia, la reactivación productiva, así como para garantizar el acceso a educación, salud y servicios de calidad, inclina a muchos ciudadanos a pensar que el voto nulo, votar por el “mal menor” o no acudir a votar son las mejores opciones.

El pillaje que se han robado miles de millones de dólares, también ha saqueado las aspiraciones de miles de ecuatorianos de acceder a una vida digna. El país no podrá superar esta crisis sin un voto debidamente informado y evaluado por la ciudadanía. Si el odio y la demagogia se imponen como camino para la tomar una decisión, el Ecuador será inviable en muy poco tiempo.

En 1937, el joven estadounidense Thomas Marki, el día de su cumpleaños, vació cinco cartuchos de su revólver, y con el sexto, jugó a la ruleta rusa hasta volarse los sesos.

Equivocarse en estas elecciones, será para todos nosotros un suicidio político colectivo.