El Telégrafo
Ecuador / Lunes, 01 de Septiembre de 2025

Se la ha diagnosticado recurrentemente con el mismo síntoma, y los últimos episodios sucedidos en el Ecuador, reafirman ese malestar: ¡Vivimos en una sociedad del espectáculo! Una sociedad basada en el consumo ligero (para nada autocrítico) y mercantil de imágenes y, por lo tanto, de “sensaciones”, que nos transmiten los medios de comunicación. En este caso, fue la muerte de un jugador de fútbol la que reveló esos males que se reproducen a diario.

Y no es que digamos que esté mal hacerle un justo homenaje a un destacado deportista del país. Los gestos de cariño y las diferentes actividades que se hagan para recordarlo son actos legítimos de los seres humanos, avivan la memoria.

Sin embargo, que su muerte se convierta en la oportunidad para que algunos usufructúen del dolor que atraviesa su familia o que la gente se “solidarice” y “sensibilice” compartiendo a través de las redes sociales gráficas que deberían ser privadas, es lamentable. Es la cacería por conseguir la primicia.

No ha pasado ni una semana de su deceso y ya se le ha compuesto una canción, y a través de la radio se escuchaban poemas de un público diverso que lo convertía en leyenda. Parece que nunca se entendió el significado de la frase: “Que descanse en paz”.

La sociedad del espectáculo, como lo señalaba Guy Debord, pone de relieve lo que el espectáculo moderno era ya en esencia: “El reinado autocrático de la economía mercantil, que ha conseguido un estatuto de soberanía irresponsable, y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que corresponden a ese reinado”.
Pero si este hecho (esperemos que lo haga) debe dejar alguna lección, es que especialmente las grandes maquinarias audiovisuales seguirán reproduciendo este tipo de tratamiento de información morbosa y espectacular, cuando encuentre un público para nada crítico que esté dispuesto a consumirlo o, lo que es peor, que demande estas noticias.