Debate eterno Música, ¿postura política o placer hedonista?
“La música es el arte más abstracto”, ha dicho Davit Harutyunyan, el director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil. Esa condición es un reto: todos los grandes maestros clásicos se dedicaron a componer obras que contaban historias —muchas veces de reivindicación social— para su audiencia, el pueblo (porque lo que hoy conocemos como música académica era entonces el divertimiento de las clases populares), incluso cuando no había letras que lo dijeran de forma explícita.
Siempre la música ha sido expresión política. A El gran Gatsby, novela de F. Scott Fitzgerald, se la considera uno de los mejores reflejos del jazz. No es un dato menor: en la primera mitad del siglo XX, el género era una forma de expresión negra, y una vía para que los afroamericanos que lo practicaban no sufrieran discriminación. Pero cuando El gran Gatsby fue adaptada al cine, la película no contaba con ambientaciones que sonaran a jazz. La cinta era del hip-hop, que es en el mundo contemporáneo la expresión musical de la minoría negra.
Por ese valor político, la música, como cualquier expresión artística, ha sido un espacio que enfrenta a dos visiones sobre cómo hacer arte: desde la militancia o desde la belleza de la ejecución. No importa por dónde se lo mire, siempre habrá un artista que cargue contra algún colega porque su obra no es lo suficientemente comprometida.
Esta edición está dedicada a estas dos formas de entender la música: tanto como un registro histórico y/o una postura política, cuanto como una búsqueda de la belleza, el arte por el arte. A través de la historia de la primera academia de rock de Quito; una entrevista a Pablo Minda, quien lideró la investigación para la inscripción de la marimba —género e instrumento— esmeraldeña como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; la búsqueda de Luciana Souza por el lenguaje musical que resulta de la creación entre artistas que hablan distintos idiomas; los caminos que la bossa nova tomó afuera de Brasil, y un ensayo sobre la postura que Jorge González, líder de la banda chilena Los Prisioneros —de lírica comprometida en plena época de dictaduras latinoamericanas—, tomó ante Soda Stereo, que escribía canciones sobre amor y otras adicciones individuales, lo que algunos llaman ‘música comercial’.