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El Telégrafo

Un legado musical es una forma de burlar a la muerte

Un legado musical es una forma de burlar a la muerte
11 de enero de 2016 - 00:00 - Redacción cartóNPiedra

Nos dejaron cuando acababa 2015. Luis Silva Parra, uno de los más reconocidos —si no el más— saxofonistas del Ecuador, e Ian Fraser Kilmister, más conocido como ‘Lemmy’, el líder de la banda de rock Motörhead. Uno, reinventaba con su saxofón las canciones de los intérpretes que admiraba. El otro fue una influencia decisiva para la aparición de ritmos como el thrash, el heavy metal o el punk. Los dos llevaron hasta las últimas consecuencias sus deseos de continuar con la música hasta el final. Para uno nunca era tarde; para el otro, sus días como rockero solo acabarían cuando él lo decidiera. Ambos se merecen nuestras páginas.

Silva pasó de dibujar y tallar saxofones en balsas a dominar el instrumento con el que luego sería inmortalizado gracias a los arreglos que introdujo en las melodías que interpretaba en el escenario; un jingle que durante 20 años sonó cada domingo en la introducción del programa La Televisión, y a su etapa como formador en la academia Preludio, donde educó a tres generaciones de artistas. Es, sin duda, uno de los músicos que han hecho historia en Ecuador, y su trayectoria fue galardonada en 2012 con el premio Eugenio Espejo, con el que se reconoce a ciudadanos ecuatorianos que se han destacado en actividades para el desarrollo cultural, literario y científico en el país.

Lemmy, algo más díscolo, vivió la vida de lo que era, una estrella de rock, entre excesos y música pesada. Y su forma de ver al mundo es de esas cosas que nos hacen sospechar que los rockstar han descubierto el sentido de la vida: en un acto de fidelidad a la idea del carpe diem, Lemmy prefirió vivir sus últimos años en una modesta casa, cerca de su bar favorito, antes que zambullirse en lujos como otras estrellas de rock a su edad. Un contundente Lemmy lo resumió en su autobiografía White Line Fever: “La gente no se vuelve mejor cuando muere; solo hablan de ellos como si lo fueran, ¡pero no es cierto! Todavía son idiotas, ¡son idiotas muertos!... No tuve realmente una vida importante, pero al menos fue divertida”.

Lucho Silva tenía 84 años; Lemmy, 70. Ambos llevaron consigo la música hasta el final. Dejar un legado musical es, después de todo, una forma de burlar a la muerte.

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