Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa
La primera lectura de un texto es siempre la más importante para un editor. Cualquier problema que haya ahí será menos visible a la segunda, o a la tercera, porque, para entonces, el editor estará en armonía con el autor. Pero un lector, normalmente, verá el texto una sola vez. Esta es, en resumen, la cuarta regla general, de las cinco que esbozó —después de muchos años en la industria editorial— un tal Gardner Botsford.
Botsford era editor de la revista The New Yorker, y tenía claras muchas cosas sobre este negocio. Por ejemplo, la correlación del tiempo (primera regla): mientras menos horas de trabajo le dedica un autor a su texto, más tiempo deberá trabajar el editor. Es inevitable: un buen texto siempre habrá costado el sacrificio del tiempo de alguien. Y otra de esas reglas, la tercera, reza: «Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición».
Hay quienes piensan —puntualizaba— que la mejor edición es la que no existe. Esta idea, que coquetea con la pasión de los libertarios por la desaparición del Estado, se encuentra muy extendida por esta parte del mundo. En América Latina, la edición —toda una institución en el mundo anglosajón— no es particularmente apreciada. Y eso debería ser una alerta. Botsford —siempre Botsford— remata su regla así: «Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa».
Tratándose este de un país con un mercado editorial que intenta crecer, en este número hablamos sobre la edición. Diego Cazar escribe acerca de un texto aún inédito que pasó por las manos de Diego Fonseca, editor adjunto de Etiqueta Negra. Sandra Araya presenta un cuento épico —por todos lados— que, luego de ser rechazado en un concurso, mejoró al quitarle las tres cuartas partes. Santiago Peña habla de un relato que sufrió toda clase de tachones y correcciones.
Y Jorge Izquierdo explica el proceso de autoedición de su obra Te Faruru, que en 2015 fue finalista del Premio Herralde de Novela, al que envió una versión distinta a la que podemos ver en el libro, recientemente publicado.