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El Telégrafo

La valentía del pensamiento contemporáneo

La valentía del pensamiento contemporáneo
18 de mayo de 2015 - 00:00

En el mundo contemporáneo algunas categorías se confunden. Las ideologías, de pronto, conjugan conceptos antiguamente antagónicos, mientras las culturas se entrecruzan y el proceso de hibridación, más que inminente, es un hecho, gústenos o no. En el mundo contemporáneo, la supervivencia de las ideas es
complicada, pero no imposible.

Por tanto, establecer un aparato teórico, exponer ideas, en tiempos confusos, se convierte en un acto casi mítico, de fe, un ritual que permitiría situarnos en las antiguas tradiciones en que el pensamiento era privilegiado frente a la acción, en que la organización y sustentación de las ideas en un discurso era, precisamente, el sustento de cualquier acto a gran escala, político, económico o cultural.

La práctica intelectual en estos días es dura, implica un ejercicio de voluntad y que requiere, quizá, de mayor rigurosidad a la hora de la investigación y la exposición: los conceptos muy usados han perdido su vigencia, las metáforas han muerto en guerras ideológicas y las premisas han sido superadas con creces, para bien o mal. ¿Qué queda por pensar, por resolver, por decir, entonces?

Precisamente, en tiempos donde la liviandad ha invadido todos los discursos y las plataformas, en que los campos epistemológicos se entrecruzan dada la diversidad de las distintas sociedades, emprender un estudio sobre fenómenos actuales, sobre los resultados de procesos que se han gestado desde otros tiempos, se vuelve una necesidad, pero al mismo tiempo, un trabajo arduo y complejo, que requiere, además de los conocimientos y la preparación necesaria en cada campo, de valentía y de una voluntad de crítica, más allá de cualquier zona de confort intelectual.

Para Antonio Gramsci, todo ser humano era un ser intelectual, pues ningún acto puede estar desligado del trabajo de la razón, cualquiera sea su campo de acción.

Hoy en día, al innato acto intelectual de los hombres, hay que añadir un espíritu crítico, indispensable para repensar lo establecido, para generar ideas que aporten y que no repitan los yerros pasados, por acción u omisión, de acto o pensamiento.

Errar es humano, pero razonar sobre los errores, enmendarlos a través del intelecto es lo que, realmente, nos convierte en seres capaces de modificar nuestro destino, individual y como especie.

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