Esta semana se ha inaugurado ya la FIL de la ciudad de Quito, con Fondo de Cultura Económica como sello editorial en el sitial de honor. En estos días, la capital se llena de libros, de escritores, las conversaciones giran alrededor de la literatura —infantil, la poesía, el teatro, en ensayo...—. El libro, de alguna forma, recupera su merecido protagonismo en la vida cotidiana.
Después de los últimos y aterradores datos sobre lectura en nuestro país —la lectura promedio es de medio libro por año—, es esperanzadora la llegada de un fondo editorial, la organización de una feria, así como de otros festivales culturales-literarios. La asistencia a estos eventos, el consumo de los libros, demuestran que la población en el Ecuador sí puede acceder al mundo editorial, que la gente se interesa más por el sencillo y placentero acto de leer.
Hoy en día tenemos más opciones para leer: textos en la web, libros interactivos, ediciones lindas y cuidadas a bajo costo o gratis, incluso. No hay pretextos, es posible leer en nuestro país, aunque aún no sea perfecto el panorama editorial.
Muchos actores del mundo editorial concuerdan en que la empresa privada no puede solventar aisladamente la difusión de la lectura, sino que deben generarse políticas públicas que amparen la producción y distribución —este último uno de los mayores inconvenientes— de material de lectura de calidad y accesible para toda la población.
La llegada de dos nuevos fondos editoriales al país puede llenar algunos vacíos, sumar recursos a los que ya se han establecido, pero sabemos que los esfuerzos nunca son suficientes. La Feria del Libro no debería plantearse como un broche de oro o un colofón para la actividad editorial, sino como uno de los esfuerzos que deben sostener su aliento para mantener viva la lectura. Y en estos esfuerzos, por supuesto, deben colaborar todos los actores: escritores, diseñadores, correctores y, sobre todo, editores.
Si el autor es el creador de la obra, el editor es su corazón, su motor, en todos los medios, digitales e impresos.
Aunar esfuerzos es la consigna, para que el libro no muera.