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Alexandra aguarda por una beca para seguir en el tenis

Alexandra aguarda por una beca para seguir en el tenis
17 de enero de 2014 - 00:00

Es la más joven de las tenistas femeninas sobre silla de ruedas que tiene Ecuador. Alexandra Meza, de 25 años y oriunda de Quinindé (Esmeraldas), se vinculó hace 10 meses a esta actividad y quedó enganchada por completo del ‘deporte blanco’.

Para especializarse en esta disciplina y convertirse en deportista paralímpica de alto rendimiento dejó la ciudad de Riobamba, donde vivió desde los 16 años, y también sus estudios en la Espoch (Escuela Politécnica del Chimborazo).

Alexandra sufrió un accidente de tránsito cuando tenía 2 años de edad. Producto de ello quedó con una desviación en su columna vertebral que le dejó con una severa lesión en su cadera, que imposibilita su movilidad natural.

Siente sus piernas, puede caminar, pero solo lo hace lo extremadamente necesario. No más de 30 minutos en un día; y en períodos cortísimos (cada uno) para no sobrecargar su cuerpo y provocar dolores extremos.

Por ello, realiza la mayoría de actividades en la silla de ruedas que es prestada y luce desgastada por el intenso trajín al que se somete.

Esa misma silla usa para el viaje en transporte público que le obliga a recorrer casi todo Quito. Vive en Chillogallo, en el sur de la ciudad, y su centro de entrenamiento está en el norte. “Es incómodo y cansado movilizarse porque a veces los troles vienen llenos y hay que esperar largo tiempo. Pero sé que ese es el costo que debo pagar si quiero mejorar”.

Gracias al apoyo de su club ‘Andes de Chimborazo’, renta un pequeño cuarto por el que paga 50 dólares mensuales.

De momento está dedicada por completo a entrenarse y no tiene ingresos económicos con qué pagar nada que necesite extra a la alimentación, vitaminas y servicio médico que le da el Ministerio del Deporte. Con ayuda de amigos y conocidos reúne lo necesario para costearse los pasajes en trolebús.

Sin embargo, eso no es suficiente para que Alexandra se desarrolle completamente como deportista y persona. Ella espera que hasta finales de este mes el Ministerio le informe si accede o no a la beca para continuar los entrenamientos. De lo contrario, aunque el tenis le apasiona, dejará la competencia.

“Si me dicen que debo trabajar más tiempo, más días, todo lo hago, me esforzaré mucho, pero en compensación necesito que me ayuden económicamente, porque de momento no tengo ni un trabajo que me permita costearme mis gastos, y así no puedo continuar”.

Hasta antes de ir a la capital, la deportista tenía su trabajo como ayudante de cobranza en una empresa privada que le brindaba el sustento para sus actividades.

Practicó baloncesto y atletismo en silla de ruedas, pero en ninguna tuvo mayor respaldo.

Tras una serie de dificultades familiares emigró a Quito y encontró en el tenis una forma de refugio.

“Estaba sumida en una gran depresión. Dejé mi trabajo por ayudar a una hermana, pero no valió la pena el esfuerzo que hice por ella. Al contrario yo resulté aún más afectada”.

Pero gracias al deporte volvió a sonreír. “Esto fue un bálsamo para poder superar la difícil situación y volver a empezar”.

Si no recibe la beca que espera, dejará el tenis definitivamente y de inmediato buscará trabajo. Tiene conocimientos en asuntos contables y experticia en manejo de caja. Desde los 16 años laboró y así costeó todos sus estudios secundarios. Por los problemas familiares fue autosustentable.

Además, desea retomar su carrera universitaria, pero ya no desde la contabilidad. Quiere seguir fisiatría para colaborar en la rehabilitación física de personas que han vivido problemas parecidos a los que tienen los paralímpicos.

“Cuando uno busca los espacios para intercambiar experiencias con otras personas en similares condiciones a las de uno, se da cuenta de que aunque uno crea que su historia es muy triste, hay otras que lo son más y sin embargo salen adelante”.

Datos

La silla de ruedas que tiene Alexandra es prestada por el Comité Paralímpico Ecuatoriano y no es la adecuada para la práctica del tenis.

Ella la adaptó porque originalmente es para jugar baloncesto.

Es una silla más pesada por ser de metal y no de aluminio, como las que utilizan las deportistas que practican esta disciplina por largo tiempo.

Alrededor de 25 kilómetros es la distancia que existe entre su domicilio en Chillogallo hasta La Carolina, donde regularmente se entrena.

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