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Ana Moreno: el siglo de una pasión revolucionaria

Ana Moreno: el siglo de  una pasión revolucionaria
20 de noviembre de 2013 - 00:00

El pasado 18 de agosto se cumplieron cien años del nacimiento de Ana Mercedes Moreno, quien vino al mundo en 1913 en Guayaquil en el seno de un hogar culto y acomodado. Gracias a una beca que le posibilitó a la familia residir por unos años en Alemania, su padre, Wilfrido Moreno Veintimilla, pudo conocer en profundidad las técnicas de la linotipia y la edición, convirtiéndose a su regreso a Ecuador en el fundador de la empresa ‘Artes Gráficas Senefelder’. Su educación apuntó desde un principio a la excelencia, por lo que además de las materias que se brindaban normalmente en el sistema escolar, en su hogar recibió clases particulares de idiomas y de piano, convirtiéndose años más tarde en una eximia pianista.

En 1943 se afilió al Partido Comunista (PCE) en casa de su amiga la artista Alba Calderón.Su primer contacto con la realidad social del país tuvo lugar nada menos que el 15 de noviembre de 1922, día de la masacre obrera, cuando frente a su ventana desfilaron varias plataformas llenas de cadáveres para ser arrojados al río: el impacto de estas imágenes perduraría por toda la vida en la mente de esta futura dirigente comunista.

En 1929 Ana Moreno se graduó de bachiller en Humanidades Clásicas y comenzó a estudiar la carrera de contabilidad. En 1933 contrajo matrimonio, y al siguiente año nació su hija: sin embargo, la relación se resquebrajó rápidamente y en 1934 se produjo su separación. En 1935, decidida a cambiar de aires, se instaló por un tiempo en la ciudad de Cuenca, desde donde comenzó a seguir, cada vez con mayor atención, los prolegómenos de la Guerra Civil que ya comenzaba a alterar la vida en España: según sus posteriores declaraciones, sería ese proceso el que le posibilitaría adoptar una creciente conciencia política y social. En 1936 retornó a Guayaquil y para ganar su propio dinero se ocupó como cajera en una farmacia, desoyendo aquellas críticas que señalaban que una mujer de su condición no podía trabajar y menos aún en empleos de esas características.

Por estos años, el compromiso político y el activismo social de Ana Moreno fueron en aumento. Su participación como trabajadora social en la Primera Campaña Antituberculosa en 1937, en donde colaboraba redactando fichas médicas y resultados radiográficos, motivó también su colaboración en las actividades organizadas por la sociedad artística y cultural Allere Flama, que había fundado el escultor italiano Enrique Pacciani y que le permitió tomar contacto con un destacado núcleo de activistas radicales. Era claro ya el perfil político adoptado, por lo que en 1938 y en el contexto de la cruenta Guerra Civil Española ayudó a organizar el Socorro Rojo Internacional, organización comunista dedicada a la recaudación de ropa, dinero y medicamentos para los combatientes del frente republicano. Pero afectada por la tuberculosis, debió guardar reposo y seguir un estricto tratamiento médico durante cerca de medio año.

En 1939, una vez repuesta de su enfermedad, Ana Moreno retornó a Guayaquil y no pasó demasiado tiempo antes de que se reincorporara a sus actividades sociales y políticas, principalmente en la Sociedad de Escritores y Artistas Independientes, que una vez al mes se reunía en el Salón Rosado. Ese mismo año contrajo matrimonio con el conocido locutor de radio Antonio del Campo Pacheco, y en 1941 nació su hijo Antonio. Un año más tarde, y por medio de un remplazo, comenzó a laborar en Quito en el Departamento de Contabilidad de la Sección de Ferrocarriles del Ministerio de Obras Públicas, posición que luego sería de gran importancia para el éxito de la revolución de 1944.

Cada vez más involucrada en las actividades políticas, por esta misma época formó parte del Movimiento Antinazi que había creado el inmigrante francés Raymond Meriguet, hasta que en 1943 se afilió al Partido Comunista (PCE) en casa de su amiga la artista Alba Calderón. Sus orígenes de clase alta generaron todo tipo de desconfianza hacia ella, por lo que no resultó extraño que se le encargaran las tareas más difíciles a fin de comprobar su lealtad al partido. Así, a los pocos meses comenzó a participar activamente en la Alianza Democrática Ecuatoriana (ADE), frente partidario opositor al gobierno de Carlos Arroyo del Río, organizando comités populares, barriales, sindicatos y grupos campesinos. Su activismo sin descanso se vería fortalecido cuando el partido le asignó las zonas de Durán, Yaguachi, Milagro, Naranjito y Bucay gracias a sus buenas relaciones con el gremio de los ferrocarrileros. Ese mismo año, y por pedido expreso de su padre, ya gravemente enfermo, asumió la conducción económica de ‘Artes Gráficas Senefelder’, convirtiéndose en una de las más importantes contribuyentes del PCE.

Durante los primeros meses de 1944 Ana Moreno fue una de las más destacadas activistas contra el gobierno de Arroyo del Río, seriamente debilitado y cada vez con menos apoyo social y político, en tanto que durante la Gloriosa mantuvo un febril desempeño, revelándose como un verdadero cuadro revolucionario. Así, y mientras que el sábado 27 de mayo recibió varias órdenes de la dirección de la ADE, al siguiente día, cuando estalló la revolución, dio muestras de gran valentía al ayudar a colocar las bombas molotov que terminaron con el cuartel de los carabineros de Arroyo del Río y, en medio de la balacera, al servir como correo entre el PCE y las demás organizaciones que integraban la ADE. El 29 de mayo, su hermano Francisco imprimió la primera proclama revolucionaria aprovechando las instalaciones de la empresa familiar. El 30 de mayo, junto con el pintor y periodista Eduardo Borja Illescas, dirigió a los grupos revolucionarios de Durán y luego recibió la orden por parte del gobernador del Guayas de combatir en Yaguachi a las tropas arroyistas, aunque felizmente el enfrentamiento nunca llegó a producirse. Finalmente, fue también una decidida colaboradora en la convocatoria a elecciones para la Asamblea Constituyente en la que la izquierda tendría una importante participación.

Sin embargo, al cabo de dos años la situación cambiaría radicalmente para la izquierda ecuatoriana cuando el nuevo presidente, José María Velasco Ibarra, asumió poderes dictatoriales y dirigió una encarnizada persecución en contra de los antiguos protagonistas de la revolución del 44. Ana Moreno fue detenida en las puertas del diario El Universo cuando se disponía a publicar un ‘Manifiesto’: permaneció recluida durante cuatro días, donde también fue torturada, pero consiguió ser liberada gracias a la presión popular. Algunos meses más tarde, un allanamiento policial en su domicilio le arrebató el archivo completo de los comités y sindicatos creados desde 1943.

Pese a las crecientes diferencias de Ana Moreno con la dirección partidaria, cada vez más moderada en sus reivindicaciones políticas, en 1948 aceptó ser candidata a concejal por el cantón Guayaquil, al tiempo que comenzó a trabajar en la campaña encabezada por la Dirección General de Sanidad para promover la vacuna BCG en la población. En 1950 volvió a ser candidata a concejal, pero cuatro años más tarde decidió desafiliarse voluntariamente del Partido Comunista.

En 1954 Ana Moreno también contrajo matrimonio con Fortunato Safadi Emén, un estudiante de medicina doce años menor y que como ella también había participado de las jornadas revolucionarias de 1944. Entre 1956 y 1959 la pareja residió en Londres gracias a una beca de especialización en psiquiatría que Safadi había obtenido luego de concluir sus estudios en Ecuador, y que además le posibilitó dar clases durante un mes en la Universidad en Roma. De regreso a Guayaquil, Ana ayudó a instalar el consultorio médico con el que el matrimonio consiguió establecerse luego de tres años de ausencia del país.

Comprometidos con la realidad política y social del Ecuador, la pareja de activistas participó desde el principio en las protestas estudiantiles que, a fines de la década del 60, reclamaban por un cambio en el modelo de universidad, y que así también expresaban su oposición al presidente Velasco Ibarra, quien en 1968 había llegado al poder para cumplir su quinto y último mandato. En este difícil contexto de conflictividad social, Safadi fue electo rector de la Universidad de Guayaquil en abril de 1970, dos meses antes de que Velasco Ibarra se declarara dictador y clausurara todas las universidades del país. Fortunato debió esconderse por espacio de varios meses, en su domicilio y en casas de amigos, en tanto que Ana tuvo que soportar los reiterados allanamientos policiales de los que fue objeto su vivienda. En 1972 el matrimonio quedaría trunco al fallecer el Dr. Safadi de un repentino cáncer pulmonar.

Ante la necesidad por cambiar de aires, en 1974 Ana Moreno viajó por tres meses a Europa y a su retorno a Ecuador inició una nueva y última etapa militante en su vida, esta vez, consagrada a los movimientos feministas y de derechos humanos, justo cuando en la región había ya implantados varios gobiernos dictatoriales. Así, desde 1977 cooperó como voluntaria en Amnistía Internacional, en tanto que en 1980 intervino en la formación de la Asociación de Defensa de los Derechos Humanos y luego colaboró también con la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos y Desaparecidos y con el Comité Ecuatoriano de Solidaridad con el Pueblo Palestino.

El 18 de agosto de 1983 celebró sus 80 años rodeada de sus familiares y amistades. La muerte le sobrevino casi un mes más tarde, el 12 de septiembre, pocos días antes del multitudinario homenaje como Héroe que se preparaba en La Habana por su amistad con el pueblo cubano y por su férrea defensa de la Revolución.

Pero, seguramente, el mayor reconocimiento de la Cuba revolucionaria hacia Ana Moreno fue por el hospitalario alojamiento que entre septiembre y octubre de 1953, y en su tradicional casa del barrio de Las Peñas, en Guayaquil, ella y Fortunato Safadi brindaron a Ernesto Guevara cuanto él realizaba su periplo latinoamericano: sin duda, fue este el origen de una extensa amistad que se prolongaría durante un extenso tiempo, incluso, cuando el joven médico argentino había dejado ya su lugar para finalmente convertirse en el guerrillero conocido como el ‘Che’.

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