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William Faulkner el esculcador de la modernidad

William Faulkner el esculcador de la modernidad
07 de julio de 2012 - 00:00

Los Ángeles, Estados Unidos.-

“Decía Faulkner: ‘El día en que los hombres dejen de tener miedo, volverán a escribir obras maestras, es decir, obras perdurables’. Y uno, extrañado, se pregunta a qué tipo de miedo debía de referirse. ¿Miedo a la muerte? ¿Miedo al fracaso, al daño, a la miseria? Quizá miedo a las palabras, simplemente.

Y no sólo a las grandes palabras -esas que Faulkner no tenía empacho en emplear-, sino también a las palabras todavía sin pulir, ásperas, enrevesadas, oscuras; “a aquellas que se adentran en zonas de sombra donde no llega la luz de la razón, a menudo ni siquiera la relativa claridad de la sintaxis, y que por eso mismo despiertan quizá confusión, y entrañan dificultad y zozobra”, así trata de definir, Ignacio Echevarría en el suplemento El cultural de diario El Mundo, un microcosmos del autor norteamericano de cuya muerte van ya 50 años.

Su obra, sin embargo, mantiene plena vigencia. Ganador del premio Nobel de Literatura en 1949 y galardonado con dos Pulitzer (A Fable, en 1955, y The Reivers, en 1963), Faulkner es considerado uno de los más influyentes escritores de la literatura universal gracias a sus planteamientos sobre la raza y sus descripciones sobre los retos y dilemas de la modernidad.

Sus monólogos interiores dentro de una narrativa tan profunda y compleja como suntuosa sirvieron de análisis de las heridas del alma del sur estadounidense tras la Guerra de Secesión, dibujadas gran parte de ellas sobre el ficticio Yoknapatawpha, un territorio inspirado en Misisipi al que llamó su ‘condado apócrifo’.

En conmemoración del aniversario de su muerte, la universidad de Oxford celebra, en Misisipi, donde el autor vivió y cuya residencia llamada “Rowan Oak” se mantiene como museo, una jornada diseñada para promover la lectura y el conocimiento del legado de Faulkner, que cuenta en su haber con obras como The Sound and The Fury (1929), As I Lay Dying (1930), Sanctuary (1931), Light in August (1932) o Absalom, Absalom! (1936).

“Desde que ganó el Premio Nobel, Faulkner ha sido una parte indiscutible de la identidad de Oxford y creo que también es parte integral de la identidad de esta universidad”, dijo Jay Watson, profesor del centro especializado en la obra del autor.

El programa incluyó una  lectura de The Reivers, su última novela, a lo largo de 9 horas y charlas sobre el significado de la vida y obra del autor.

Hollywood también se quiere asegurar de que el legado de Faulkner se mantenga y de hecho David Milch, el creador de Deadwood, cerró hace meses un acuerdo con los familiares del autor para adaptar varios de sus libros a la televisión y al cine, la industria a la que llegó de joven para ganarse la vida y, sobre todo, costear sus  escarceos con el alcohol.

El cine fue su refugio cuando comprobó el escaso éxito de sus obras iniciales, y aún como autor de encargo puso su nombre a los guiones de seis películas, cinco de ellas bajo la dirección de Howard Hawks y algunas tan célebres como To Have and Have Not (1944) o The Big Sleep (1946).

Fue su granja en Oxford la que vio sus primeros pasos como autor, incluso antes de que se uniera a la Fuerza Aérea de Canadá durante la I Guerra Mundial, una etapa a la que siguieron sus estudios en la universidad de Misisipi y sus primeros trabajos en una librería de Nueva York y en un periódico de Nueva Orleans.

Faulkner, uno de los más importantes escritores sureños junto a Mark Twain, Truman Capote, Eudora Welty, Thomas Wolfe o Tennessee Williams, fue también referente para la novela moderna latinoamericana y ha sido ensalzado  por Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, que destacaron su carácter innovador e ilustrador del espíritu humano.

“Creo que el nombre no solo perdurará, sino que prevalecerá. Él es inmortal, no porque sea la única entre las criaturas que posee una voz inagotable, sino porque posee un alma, un espíritu capaz de compadecer, sacrificarse y resistir”, manifestó Gabriel García Márquez.

Vuelve Echevarría: “El miedo al que él se refiere, ese miedo que a su juicio impide a los nuevos narradores escribir obras maestras, es -por decirlo con palabras de adorno- el ‘miedo suscitado por el mercado, el miedo al cliente que no quiere esforzarse y al que fueron adaptándose primero los redactores y luego los escritores’.

Un miedo que entretanto ha sido a tal punto interiorizado por la mayoría de éstos, que ya ni siquiera lo experimentan como tal, y les mueve -a ellos y a sus lectores- a ver a Faulkner y a sus seguidores, cada vez más escasos, como excéntricos representantes de una especie en extinción, digna de ser protegida y contemplada quizá con veneración, pero con curiosidad arqueológica, apenas concerniente”.

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