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El Telégrafo
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Sin condiciones

Sin condiciones
06 de noviembre de 2012 - 00:00

Lo que me decepciona de las mujeres es ese inmenso lugar común que son todas y cada una de ellas: no hay diferencia alguna de fondo. Ministras o empleadas del servicio, anoréxicas o gordas, intelectuales o bailarinas y, por supuesto, las bailarinas intelectuales. Sus deseos y objetivos, sus neurosis y caprichos, sus emociones y maquillajes, sus lágrimas y secretos. Todo lo que contiene una mujer, hasta el mínimo suspiro, ha sido empacado al vacío en la máquina de hacer mujeres creada por el hombre a la medida de sus necesidades y atributos.

No hay nada único ni esencial en una mujer, es solo un reflejo, una sombra, un elemento más del inmenso y aburrido manicomio donde el hombre languidece. Me entristece que sus vidas giren, para bien o mal, en torno a un hombre. Su estúpida obsesión por mantener ese monstruoso y fallido esquema llamado FAMILIA; que se aferren y estén dispuestas a la humillación y la angustia por dar una falsa idea de equilibrio. De cada evento con su hombre la mujer quiere hacer algo especial, pero la vida no es más que repetición y mugre.

Me decepciona que compliquen un simple polvo furtivo: que a una sencilla revolcada la contaminen de blandos sentimientos y cursis tarjetas. Me entristece que no se lo den a todos aquellos que se lo piden, que elijan al que les parece más “apropiado”, que renuncien al placer por un previsible esquema de seguridad social y un tipo viendo la tele y echándose pedos cada domingo. Me cabrea que desprecien al vagabundo y se entreguen al funcionario. Me decepciona que sus gustos y expectativas cambien de acuerdo con el hombre de turno.

Me entristece que amen el golf cuando están con un golfista y que al dejar el golfista por un físico desarrollen una inmediata fascinación por la mecánica cuántica. Es como si su mundo interior fuera un gran vacío que se llena con la basura de sueños que tenga su hombre. Me irrita la forma como toman propiedad y se convierten en la flamante mascota de su hombre. Las horas muertas de larga espera, los suspiros, las falsas sonrisas en público y el dolor anónimo que rige sus vidas. Me decepciona que las mujeres hablen de deportes, que discutan jugadas o tácticas, que pretendan delirar con goles.

La mente femenina no podrá jamás penetrar la inconmensurable estupidez que entraña cualquier deporte, incluso puede jugar muy bien algunos de ellos, pero no descifrarlos (Serena Williams es una fuerte jugadora de tenis, pero sé que posee la lucidez suficiente para no entenderlo. ¿Qué rayos habría qué entender en el tenis?). Hay algo básico, hecho de pura cretinidad masculina, en todos los deportes. Me entristece que una mujer me abrace porque mi equipo ganó un partido. Hay algo falso e insoportable en su abrazo. El abrazo de una mujer por un gol destruye la emoción de ese gol. Los goles fueron hechos para que los hombres se abracen en las gradas y compartan su inocua y miserable gloria; exactamente como sucede en la cancha. Me decepciona que las mujeres declaren con orgullo que se entienden mejor con los hombres que con otras mujeres. Me cabrea que afirmen felices que sus mejores amigos son hombres. Ni el más idiota de los venados pensaría que un león puede entender mejor sus problemas que otro venado. Imaginen qué le pasaría a un venado que eligiera a una manada de leones como sus mejores amigos.

Me entristece que las mujeres se sientan halagadas cuando alguien las elogia diciendo que son tan buenas en lo que hacen como un hombre; me irrita que se complazcan en tener al hombre como último referente, como la medida de lo que ellas pueden llegar a ser. Me cabrea que sus victorias estén hechas con las migajas de los grandes fracasos del hombre: tener derecho al voto para elegir los mismos políticos corruptos que siempre han elegido los hombres; reducir sus largos vestidos de un tiempo a la minifalda y el bikini para atraer a los hombres. Inflarse las tetas con silicona hasta alcanzar el tamaño que los hombres desean. Ejercer profesiones con la misma ineficacia de los hombres: abogadas en un mundo sin ley. Médicas recetando para enriquecer a los grandes laboratorios mientras estos invierten en experimentos para reciclar en versión recargada las viejas enfermedades y crear nuevas.

Economistas en un mundo arruinado y sin futuro económico... Me decepciona que las mujeres ronroneen como gatas porque un piojoso poeta de café les dijo que eran bellas e inalcanzables como la luna. ¿Acaso no han visto fotografías de la luna? Es un lugar horrible, con más huecos que las calles de Bogotá, ni siquiera es redonda y la luz que emana es un reflejo del sol (que por cierto es una entidad masculina). Y en cuanto a lo inalcanzable, basta agregar que tres putos gringos se dieron gusto allí, clavaron su bandera y se largaron sin pagar y todavía no regresan. Me cabrea que piensen que la ternura y la sensibilidad son patrimonios suyos; más que sensibles diría que las mujeres son sensibleras.

No he visto hasta el día de hoy a una mujer estremecerse o llorar leyendo las atormentadas líneas del Concepto de la angustia, de Sören Kierkegaard, pero sí convertirse en inconsolables magdalenas ante cualquier grasienta película o telenovela. Me entristece que exhiban su fidelidad a un hombre como si esto fuera un atributo negándose a sí mismas el ejercicio de su potencial sexual. Me cabrea que las mujeres sean fieles y pretendan fidelidad a cambio, que digan que hacer el amor toda la vida con la misma persona es romántico cuando todos sabemos que es un asco. Me decepciona que se sientan halagadas porque esmirriados tipejos escriban sus nombres, acompañados de alguna insulsa y melosa frase, en los muros de la ciudad y no sonrían y deseen entregarse a mí sin condiciones al leer este artículo.

*El autor es uno de los integrantes del grupo de escritores internacionales que viene a la Feria Internacional del Libro de Quito 2012.

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