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Muere Quino, el creador de Mafalda

Muere Quino, el creador de Mafalda
Fotos: Tomadas de Interet
30 de septiembre de 2020 - 10:34 - Agencias y Redacción Cultura

"Se murió Quino. Toda la gente buena en el país y en el mundo, lo llorará", informó el editor Daniel Divinsky, quien estuvo al frente de Ediciones La Flor. Fallece a los 88 años tras haber sufrido un ACV (accidente cerebrovascular) la semana pasada.

Hijo de inmigrantes andaluces, Joaquín Salvador Lavado nació en la ciudad de Mendoza el 17 de julio (aunque en los registros oficiales conste nacido el 17 de agosto). Desde su nacimiento fue nombrado Quino para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, pintor y diseñador gráfico.

A los trece años se matriculó en la Escuela de Bellas Artes, pero en 1949 abandonó esa carrera "cansado de dibujar ánforas y yesos”. Desde entonces comenzó su carrera como dibujante de historieta y humor y a los 18 años se trasladó a Buenos Aires. En 1954 publicó su primera tira en el semanario "Esto es".



Nace Mafalda

En 1963, aparece su primer libro de humor, “Mundo Quino” y en 1964 la revista Primera Plana presentó en sociedad la tira cómica de Mafalda. La pequeña de ideas progresistas y sus amigos se convirtió en un símbolo de los años 60 en la Argentina y su fama llegó a todo el mundo iberoamericano.



A lo largo de su carrera recibió reconocimientos como la Orden Oficial de la Legión de Honor, la honra más importante que el gobierno francés le concede a un extranjero. El 2014 recibió en España el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades e inauguró la 40° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.



Su vida

¿Cuánto mide una autobiografía? Tal vez pueda sintetizarse en una viñeta. Hay una de Mafalda en la que Guille, con las paredes de toda la casa recién garabateadas, le pregunta a su madre, que mira el paisaje atónita: “¿No ez increíble todo lo que puede tened adentro un lápiz?”.

Algo de eso habrá sentido Quino la noche de 1935, en que sus padres lo dejaron a él y a sus dos hermanos al cuidado de su tío para ir al cine.

Ese tío, pintor y dibujante publicitario, decidió que entretendría a sus sobrinos haciéndoles dibujos. Quino tenía tres años y esa noche mendocina supo que él también dibujaría.

Incluso con toda esa determinación, era imposible saber que sus viñetas se traducirían a más de 35 idiomas y que, solo de la mano de su creación más inagotable, lograría que uno de cada dos argentinos tuvieran un libro suyo.



Para que su obra cobrara notoriedad faltaba tiempo. Antes, a los 6 años, Quino decidió que se dedicaría a las historietas. Y cuando notó que para eso tenía que saber leer y escribir, soportó ir a la escuela primaria, no le gustaban las clases y era demasiado tímido como para hacer amigos.

A los 9 años hizo un pacto con la madre: ella accedió a que él dibujara sobre la mesa de álamo de la cocina si él la cepillaba cada vez que terminaba. A los 10 se enamoró de Mirtha Legrand y cuando tenía 12 su mamá, andaluza y republicana, murió de un cáncer largo.

Tres años después, de un infarto repentino, murió su papá, andaluz y republicano. La casa familiar, organizada alrededor de la radio en la que se escuchaban noticias sobre la Guerra Civil española y de la abuela que contaba historias comunistas, quedó disuelta: Quino volvió a quedar al cuidado de su tío. Ya había abandonado la Escuela de Bellas Artes de Mendoza porque las clases teóricas lo aburrían.

En casa de su tío dibujó las historietas que traería a Buenos Aires la primera vez que probó suerte, cuando tenía 19 años.



Ni diarios, ni revistas, ni agencias publicitarias se interesaron, así que volvió a su Mendoza natal e hizo la colimba. Pero con más dibujos y plata que le prestó uno de sus hermanos mayores, se le animó de nuevo a Buenos Aires: vivía en pensiones en las que compartía habitación con tres o cuatro personas. Cuando las cosas le iban un poco mejor, pasaba a alguna habitación con menos compañeros.



Su primer dibujo publicado

El 9 de noviembre de 1954, cuando Quino tenía 22 años, la revista Esto es publicó un primer dibujo suyo -por el que le pagaron 30 pesos moneda nacional- y lo definió así: “Revélase un nuevo dibujante argentino de penetrante ingenio en la línea lacónica”.

Ese laconismo lo acompañaría siempre. Lo plasmaba en tiras como aquella en la que la hoz y el martillo alzados por dos monjes que trabajan la tierra se cruzaban en el aire y ponían el grito de su superior religioso en el cielo. O la emblemática conversación en la que Mafalda le enseña a Miguelito que la cachiporra de un policía es el “palito de abollar ideologías”.

O cuando, sin que medie una sola palabra escrita, Quino pone a una señora refinada a darle instrucciones a su mucama y, al volver al living se encuentra con que han sido ordenados hasta los personajes de su reproducción de Guernica: esa fue una de sus viñetas preferidas. (I)

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