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“Mamá Lucha”: Símbolo de la izquierda ecuatoriana

“Mamá Lucha”: Símbolo de la izquierda ecuatoriana
23 de octubre de 2013 - 00:00

María Luisa Gómez de la Torre vino al mundo en Quito, en 1887, siendo hija ilegítima de Francisca Páez Rodríguez y del aristócrata Joaquín Gómez de la Torre, quien accedió a proporcionarle su apellido aunque no intervino directamente en su crianza. Fue así que se formó en un hogar signado por la pobreza, si bien pocos años más tarde su padre le proporcionó algunos medios económicos para su sustento. Sin mayores conocimientos que los indispensables, atribuidos sobre todo a las recomendaciones de su madre, y tal como era la formación que se suponía debían tener las jóvenes quiteñas de principios del siglo XX, en 1908 se matriculó en la escuela normal superior “Manuela Cañizares”, un modelo de formación para la época, fundado por el presidente Eloy Alfaro y uno de los pocos espacios en el que las mujeres podían desarrollarse profesionalmente a partir de la enseñanza y las labores docentes.

En su aprendizaje se vería influida por las nuevas tendencias didácticas, que en el caso ecuatoriano estuvieron representadas por la misión pedagógica alemana, la que influiría en su concepción de la enseñanza ligada a la creación, al desempeño artístico y al desenvolvimiento de la actividad física y gimnástica. Perteneciente a una generación que operó como un verdadero parte aguas, y de la que formaban parte otras educadoras y promotoras del laicismo como María Angélica Idrovo y Otilia Jaramillo, María Luisa obtuvo en 1916 su graduación con excelentes calificaciones y ya con su título de maestra comenzó a dar clases en la céntrica escuela “Diez de Agosto”, cuyas alumnas, provenientes de hogares carenciados, sin duda le habrán rememorado su propia infancia.

Como liberales, las maestras soportaron el hostigamiento de  los conservadores como de la IglesiaPor medio de la docencia, María Luisa fue forjando su acervo político, ya que no era nada sencillo para las normalistas ejercer sus funciones en el Ecuador de aquellos años: identificadas como liberales, laicas o directamente masones, las maestras debían soportar el hostigamiento en las calles tanto de los conservadores como de personeros de la Iglesia. Pero sería a partir de la sangrienta masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 cuando ella y varias de sus compañeras radicalizarían sus posturas acercándose a distintas facciones de la izquierda germinal, principalmente al Grupo Antorcha. Cuatro años más tarde fue la única mujer en tener participación en la sesión inaugural del Partido Socialista, celebrada en el Palacio Municipal de Quito: las crecientes diferencias entre socialistas y comunistas la acercarían finalmente a estos últimos, gracias también a su amistad con Ricardo Paredes, principal referente de los bolcheviques ecuatorianos.

Mientras tanto, también consolidaría su práctica feminista como inspectora del tradicional Colegio Mejía, convirtiéndose así en la primera mujer en desarrollar esta labor. Sus excelentes relaciones con varios de los colegas de esta institución le permitieron en 1930 conformar el Club de Profesores del Mejía, que pronto ganó prestigio por su importante labor cultural. Sobre esta base, y junto con compañeros y activistas de la izquierda como Emilio Uzcátegui, Elisa Ortiz Garcés y Leopoldo Chávez, fundó en 1937 el Sindicato de Profesores del Mejía, que sería transformado algunos años más tarde en la Unión Nacional de Educadores. Fue asimismo una de las anfitrionas de la recordada visita de la anarquista y feminista española Belén de Zárraga, combatida por los sectores ultraconservadores de la sociedad quiteña. La década del ’30 concluiría para ella en plena consolidación profesional como profesora de geografía en el Mejía, pero también desarrollando un fuerte y silencioso activismo social en organizaciones de mujeres, principalmente, como fundadora de la Alianza Femenina Ecuatoriana en 1938.

En 1930 conformó el Club de Profesores del Mejía, que pronto ganó prestigio por su  labor culturalPor otra parte, la lucha contra el despótico presidente Carlos Arroyo del Río tuvo en María Luisa a una de sus principales fogoneras: desde 1943 formó parte de la coalición conocida como Acción Democrática Ecuatoriana, y cuando estalló la revolución del 28 de mayo de 1944 se destacó junto con Nela Martínez y otras dirigentes comunistas en el sostenimiento de dicha asonada frente a cualquier intento por parte de los militares por restituir el anterior gobierno. Con la conversión del nuevo presidente Velasco Ibarra en dictador, la situación cambió rápidamente y la izquierda pasó a ser perseguida con empeño, en un proceso amplio de neutralización de todos aquellos activistas con un protagonismo decisivo en dicho momento de transformación. A la puesta en difusión de una “Carta Abierta” publicada en el periódico socialista La Tierra, el gobierno respondió con una nueva andanada represiva. María Luisa no pudo permanecer al margen: aunque su condición de mujer y su edad la salvaron del encarcelamiento, fue expulsada del Colegio Mejía, pasando a depender a partir de entonces del Partido Comunista como único reaseguro para su propia subsistencia.

Las dificultades y los obstáculos no doblegaron la vocación militante de María Luisa: por el contrario y desde 1944, ésta se vio fortalecida con una consecuente y sistemática labor social y política que daría sus frutos con la fundación de la Federación Ecuatoriana de Indios, en la que se desempeñó como secretaria. Encargada del área de adoctrinamiento y ayuda del Partido Comunista, cada fin de semana acudía a las comunidades indígenas de Cotopaxi y luego a las ubicadas cerca de Cayambe, en donde trabó amistad con la dirigente Dolores Cacuango y contribuyó a la instalación de un programa de alfabetización por medio de escuelas indígenas en español y quichua, conformando así cuatro establecimientos, uno en el sindicato Tierra Libre y los otros tres dependientes de la asistencia pública. Sin que importaran las inclemencias del clima, sin ningún recurso económico y pese a su avanzada edad, cada dos semanas acudía a las distintas escuelas, supervisando las labores pedagógicas, hasta que en la década del ’50 éstas fueron finalmente transferidas a la órbita estatal, con la única excepción de la que era financiada por el mencionado sindicato.

Nuevas complicaciones y sinsabores tuvieron lugar a partir de 1963 con la instauración en el gobierno de la Junta Militar conducida por el almirante Ramón Castro Jijón: en un nuevo período de persecución a la izquierda, María Luisa debió sobrevivir en las sombras o directamente en la clandestinidad. Pese a esta situación tan compleja, realizó varios viajes a las provincias, en donde dialogó con distintos referentes de la oposición, así como también contribuyó al desarrollo de nuevos actores de la escena política ecuatoriana, como fue el caso de la Asociación Femenina Universitaria. Al momento de fallecer, en 1976, María Luisa Gómez de Torres contaba con lúcidos y activos 89 años: en su testamento ordenaba que sus escasos bienes se repartieran en obras de interés social. El movimiento indígena y las feministas ecuatorianas la reconocieron como una de sus principales inspiradoras y precursoras: “Mamá Lucha”, como era por todos conocida, se convertiría así en una de las figuras más expresivas y simbólicas de la historia de la izquierda ecuatoriana.

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