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El guayaquileño Leonardo Moyano señala las fronteras imaginadas

El artista guayaquileño ganó este año el Salón de Junio de Machala y es parte de varias muestras colectivas.
El artista guayaquileño ganó este año el Salón de Junio de Machala y es parte de varias muestras colectivas.
Fotos: César Muñoz / EL TELÉGRAFO
20 de diciembre de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

Leonardo Moyano (1992) traslada a su obra pictórica una visión derrotada de las fronteras, delimitadas por señales que se pierden entre bosques infinitos, espacios vacíos, corroídos por la ausencia y el miedo.

En Líneas Vacías, la muestra individual que presenta hasta enero en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), aquella noción que Moyano tiene del poder toma un asidero que permite leer de mejor manera su búsqueda sobre los territorios abandonados, las fronteras simbólicas y los espacios de vigilancia desde el poder.

Desde Gulag, la segunda individual que presentó en la galería DPM, en 2017, Moyano extrae de sus recorridos por Guayaquil objetos específicos, como los panópticos, espacios de vigilancias y las paredes que evidencian la existencia de un pasado que se cambió por una nueva infraestructura. 

En Gulag usó archivos históricos sobre la Segunda Guerra Mundial con los que remarca la sensación de vigilancia permanente, como una forma de insistir en quienes tienen el control sobre la conducta de los individuos.

En la obra con la que ganó el Salón de Junio de Machala este año, Leonardo Moyano trabaja sobre las huellas particulares que se quedan en los hogares abandonados, en esa división entre lo que se habitó y la nostalgia del litigio.

En Líneas Vacías vuelve a usar una paleta oscura que  resalta el color amarillo con el que se delatan las líneas fronterizas. Moyano toma como punto de partida sus recorridos por la ciudad y el registro fotográfico que se desconfigura totalmente en la pintura. “¿Para qué ser fiel a la foto si se puede trasladar a otra realidad?”, dice en un recorrido por su muestra, en la que prefiere empezar en el orden inverso al sentido en el que giran las manecillas del reloj.

Todo empieza con la obra “Sala de espera control fronterizo”, reconfiguración de un edificio abandonado en el sur de Guayaquil. Frente a esta obra, en forma de ventana, aparece “m2”, el vacío de lo que viene después de pasar por los controles de ley.

En una serie de cuadros ubicados como políptico  y dibujados con lápiz grafito, Moyano evidencia el abandono de una zona de control que se pierde entre la maleza de un cerro de Guayaquil, utilizado para entrenamientos militares. 

En otro políptico al que ha llamado “Cartografía del cerro prohibido”, trabaja la idea de vigilancia y el paso del tiempo.

La referencia más local e histórica está en la obra “Frontera, Camino hacia lo imaginario”. El autor juega con la forma de los ladrillos que construyen un muro y el color de la división territorial. Entre estos bloques avanza un barco por el Amazonas, un territorio perdido.

“¿Qué marcan realmente las fronteras? ¿Qué sistemas de control se articulan detrás de las líneas que dividen a los territorios? ¿Cómo son visibles las divisiones? Esas son algunas de las preguntas que están siempre presentes en las obras de Leo Moyano”, dice la curadora de esta muestra, la quiteña Anamaría Garzón.

Agrega que “ante las crisis migratorias, ante los conflictos permanentes entre territorios -a gran y pequeña escala: desde los territorios nacionales hasta los territorios de las barriadas que se ocupan ilegalmente y los territorios de los sin tierra-, me interesa entender la dimensión que la tierra ocupa en los conflictos políticos de nuestro tiempo y cómo una frontera determina las posibilidades de vida y muerte”.

Leo Moyano es miembro de una familia de migrantes, como todos. Sus abuelos salieron de Manabí, anduvieron como gitanos por pueblos y ciudades de Ecuador, hasta que llegaron a Guayaquil.

En la ciudad, donde siempre se ha impuesto como lema la promesa del “progreso” vivieron en al menos cuatro sitios, hasta que llegaron al Guasmo Sur y se asentaron definitivamente, hasta ahora.

Allí, Moyano construyó su taller de pintura con el dinero del segundo lugar del Salón de Julio, en 2016. Entre cuatro paredes cerradas con algunos de sus cuadros piensa en cómo rehacer esa noción abstracta de los límites territoriales. (I)  

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