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Díaz y mora coeditan el trabajo en el que participan distintos investigadores

La danza se consolida desde la crisis del sentido

La Fábrica es uno de los espacios donde se plantea un diálogo entre el público y la escena dancística contemporánea. Su última propuesta fue ‘Contacto’. Cortesía
La Fábrica es uno de los espacios donde se plantea un diálogo entre el público y la escena dancística contemporánea. Su última propuesta fue ‘Contacto’. Cortesía
09 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

“Una crisis de sentido -como es archisabido- es fundamental para que algo nuevo ocurra”, dice la investigadora independiente de artes escénicas Bertha Díaz en una edición de la revista El Apuntador. “Si entiendo el sentido como significado, la crisis de este debería empujarnos a buscar en nuestro material sensible principal: el cuerpo, aquél que nos permite el reconocimiento del mundo y la relación con él”, continúa Díaz.

En Ecuador se han consolidado nuevas propuestas desde la crisis del sentido. “No se trata de hablar de experimentación, sino de tener una mirada más contemporánea del arte. No es que haya experimentadores, sino de ir esculpiendo una obra y, para eso: experimentas, pruebas, vas y vuelves”, dice Genoveva Mora, directora de El Apuntador.

Añade que en los últimos años se han desarrollado “buenas propuestas desde bailarines modernos y contemporáneos, amén de que no tiene dónde trabajar”. Por ejemplo, “la producción en la danza es el lado flaco de las artes escénicas”, dice Mora al referirse a las condiciones en las cuales se desarrollan en el país: la falta de presupuesto, de mediación entre el periodismo, la crítica y el público y la competencia de las propuestas gratuitas y más institucionalizadas desde lo clásico.

En ese contexto se desarrolla ‘Cartografía crítica de la danza moderna y contemporánea del Ecuador’ en dos tomos. “Se trata de un complejo recorrido que pasa por la mirada para luego elaborar la idea. El espectador usurpa, se adueña y, otras veces repele la subjetividad del bailarín y con ello, en alguna medida también, pone en juego su cuerpo al encontrarse afectado por lo que mira y siente”, indica Mora en la introducción.

Para esta gestora y crítica reflexiva de la danza contemporánea, lo primero es reconocer que la escena se construye no con una identidad nacional, sino a partir de propuestas artísticas con personas diversas. “Por eso la idea de cartografiar, de verse en momentos de tiempo y personajes que han suscitado, cuestionado, que han tenido propuestas del pensamiento en la danza”, dice Mora.

Quito, explica, sigue siendo el lugar donde más danza se produce en el país históricamente, “porque como capital tuvo siempre la posibilidad de tener mayores conexiones con otros bailarines del mundo, de hecho aquí están las instituciones de danza más antiguas, pero también está la propuesta de la danza autónoma como el Frente de Danza Independiente, donde nació una gran cantidad de bailarines modernos de esta ciudad y esto es lo que ha construido gran parte de la historia dancística local”.

Sin embargo, destaca que la danza que nació en Quito está producida por gente que ha pensado desde ese territorio. En otras ciudades, es precisamente ‘esa especie de aislamiento’ lo que hace que se busque unas maneras muy propias de hacer danza. Mora cita como ejemplo a Cuenca, donde está la Escuela de Artes Escénicas y que considera le ha dado un impulso importante a la danza porque hay una formación académica y técnica. En Manta hay grupos que tienen años buscando su identidad en la danza, al igual que en Guayaquil, donde destaca el trabajo de Jorge Parra y Lucho Mueckay, quienes cuestionan la danza clásica y trabajan con otros códigos. Así mismo, señala el caso de La Fábrica, en Guayaquil, donde “hay una convocatoria a pensar, hacer, entrenarse y proponer danza desde otra manera”.

Mora es enfática en señalar que “no somos tradicionalmente gente de teatro, somos más bien esnobistas, la gente cree que solo lo que viene de otro lado es fabuloso, sin que se conozca lo que se produce en el país”.

En estas cartografías trabajaron Mora, junto a Bertha Díaz (como coeditora), Ernesto Ortiz, Ana María Palys, Valeria Andrade y Esteban Donoso (quien trabajó en la primera parte de la investigación). (I)

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