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La culebrilla se muerde la cola en Círculos

La culebrilla se muerde la cola en Círculos
10 de julio de 2013 - 00:00

“Quiero hacerla un cuadrado

deformarla en un triángulo

pero la vida siempre

vuelve a su forma circular”

El Ciclón, Café Tacuba

Originalmente, Círculos era una obra de 10 minutos y dos actores sentados en una mesa cuadrada. Se trata de un escritor bloqueado que ha contratado a un actor para que lo interprete... En su vida. Ante su esposa, sus hijos, su amante.

Ese juego de identidades crea una noción de rotación. Hay un punto en que no es claro quién es quién; como si los roles giraran sobre la mesa formando circunferencias.

Círculos es la obra que ganó, el pasado 25 de noviembre, la primera Maratón de Teatro organizada por el Teatro Sánchez Aguilar (TSA). El premio: una temporada de exhibición en la Sala Zaruma en 2013.

Ocho meses después, la obra, escrita por Antonio Jurado, dirigida por Adrián Cárdenas y producida por Depende Producciones, ha crecido: el elenco, el tiempo, las ideas, los recursos. La propuesta.

Esta versión completa de Círculos mantiene esa escena original, que es su columna vertebral, y agrega otros elementos que incrementan las reflexiones en un cruce de nociones complejas con narrativa sencilla.

DATOS

La obra Círculos la conforman Antonio Jurado (guión), Adrián Cárdenas (director), Gabriel Mieles (escritor/actor), Juan Fernando Franco (escritor/actor), Luisa Cuesta (esposa), Alejandra Paredes (amante), Héctor Cedeño (doctor), y el equipo de Depende Producciones.

Círculos
fue la obra ganadora de la Maratón de Teatro del Sánchez Aguilar. Eso le dio derecho a sus creadores a exhibir una temporada en la Sala Zaruma.

Se presentará
este viernes 12 y sábado 13 a las 20:00, en el  Teatro Sánchez Aguilar (Sala Zaruma). Entrada:  $ 10 (estudiantes y tercera edad:   50% de descuento).
Los personajes, dispuestos en tres ambientes dentro del escenario, que hablan, por supuesto, cuando las luces se posan sobre ellos.

Sin embargo, los personajes jamás se van; son más bien actuantes de la oscuridad cuando hablan los otros: Son como marionetas que se mueven en la penumbra, mientras el guión maneja sus hilos.

Esta idea es esencial para entender la obra. De la misma forma en que el texto manipula a los personajes -que por lo demás, evidencian su disgusto con su propia existencia-, el escritor maniobra con la vida de los demás.

Carlos Alberto Jurado, se llama el protagonista, el escritor. Es interpretado por Gabriel Mieles, o Juan Fernando Franco, quién sabe. Todo empieza con esa pugna por la identidad en disputa. En la mesa cuadrada, en las escenas que representan el pedazo de texto original, se sientan dos personajes.

Uno le reclama algo al otro. Ya no requiere de sus servicios. Es que el escritor ha contratado a un actor para que lo interprete en su vida porque quería tomar distanciamiento, quería observarla desde afuera, y no con esa cámara subjetiva que es la mirada cotidiana.

Con ese juego brechtiano, y a la vez “perverso” (como ha dicho Mieles), el escritor pretende paliar un bloqueo creativo que sufre y no lo deja terminar un libro. Al mismo tiempo, el actor se ha involucrado tanto en el papel que ni él mismo sabe quién es.

Se ha bloqueado, igual que el personaje que tenía que interpretar. “Es un actor que tiene que actuar de actor”, como ha dicho ingeniosamente Franco. Es que la obra es, entre otras cosas, una revisión cínica de la actuación. En la primera escena, uno de los personajes le espeta al otro que ya no lo quiere cerca de sus hijos, de su esposa, de su amante.

La voz de uno es suave, parsimoniosa y cínica; la del otro -grave y fuerte- es un ataque de cólera. “Siento que no existo, es como una obra de teatro”, dice uno. Son pequeños detalles que hacen las delicias de una obra que se la pasa reflexionando sobre el teatro y la literatura, sobre la labor creativa en general, a través de una serie de líneas breves que inundan  el texto, puestas ahí como quien no quiere la cosa, y que son un poco romper el artificio para deslizar una reflexión.

Los otros personajes abandonan su pasividad. La esposa, la amante, el doctor, que se afectan de lo que discuten en la mesa cuadrada del centro de la escena, como si al escritor le bastara la pluma para controlar sus pensamientos.

La amante del escritor (Alejandra Paredes) está de visita en el doctor (Héctor Cedeño). Dice, como hiponcondriaca, que cree que se está muriendo, y que “siento que si escribe de mí, no voy a morir”.

Su temor se estrella contra el carácter del doctor, un témpano de la razón, una fuente de cortés incredulidad que no es capaz de ver en su paciente aquella dualidad surreal, esa coexistencia con la obra que habita su cuerpo.

Entonces la esposa (Luisa Cuesta) toma escena. Su marido ha alcanzado el límite de su paciencia. Ella conoce la obra del escritor, ha leído su libro, ¿pero es ella?

Poseída por una solemne indignación, una muda amargura, la mujer, que habla sola ante una cámara -porque es incapaz de hacer frente a su esposo-, es otra reflexión, una que se posa sobre la representación. Porque, dice Cuesta, ella es “una proyección fría” de lo que el escritor cree que es su esposa. Es una forma del escritor infiel de justificarse.

La narración de Círculos se sostiene en una interacción extraña en que los personajes no se hablan con los de otros ambientes, pero se sienten. Cárdenas, el director, lo resume así: “Están pero no están. Hay algo que los vincula: el espacio”.

Verbigracia: En una mesa cuadrada se decide sobre triangulaciones que envuelven a los personajes en una dinámica viciosa, circular.

Mientras el escritor maquina sobre la vida de los otros para alcanzar el final de su libro, la historia da vueltas. Jurado, el guionista, que le ha dado su apellido al protagonista, dice: “él mismo se condena”. Como un uróboros, esa culebra que dibuja un círculo al morderse la cola.

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