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El patrimonio musical del país habita en la Mitad del Mundo

El patrimonio musical del país habita en la Mitad del Mundo
09 de febrero de 2013 - 00:00

En la residencia de Pablo Guerrero no es raro tropezar, en cada rincón, con algún libro de música, disco e incluso instrumentos musicales modernos o antiguos. La vivienda delata el oficio de Pablo quien -esbozando casi siempre una sonrisa- lanza que es un musicólogo sin título, haciendo un empate y a la vez una broma con la nueva categoría que se estableció recientemente para los periodistas. El título, que es un requisito para los músicos que quieren ejercer docencia, simplemente no le atrae, pese que está a un mes de obtener la licenciatura en la Universidad Técnica de Manabí.

Su afán del certificado superior, más bien, es por los dos chiquillos que tiene; a ellos quiere demostrar que es importante tener una profesión. No obstante, un título no es su prioridad -y lo remarca-,  porque la investigación musical es su pasión y para ello le dedica más tiempo de lo que le podría prestar a una carrera universitaria; y, claro, como no podía ser de otra forma, parte de los fondos familiares van también para aquel gusto melómano.

El sueño del “musicólogo” y guitarrista junto a otros camaradas es formar el primer centro de archivo musical ecuatoriano al que se pueda acceder de forma gratuita y desde donde se impulse la formación musical, la investigación y la promoción del material que ha logrado establecer en más de 20 años.  

En los armarios, gavetas, cajones y cartones de la casa se esconden las partituras que contienen melodías de los siglos XVII, XVIII y XIX. Allí se cruza de la época de la Colonia a las marchas marciales de los años 30, de la centuria pasada. También reposan libros que fueron nuevos en 1890. Conviven ahí  coplas  escritas en kichwa con su respectiva traducción al español. “Lunbuc, lunbuc, ni huacani./ Cuyaypalla huiquita./ Ama pishichum nishpa./ Caillatatac mi upini./ Lágrimas solo de amor./ En trémulos chorro caen y de su caudal yo bebo./ Deseando que no se acabe./”

Aquel es el primer párrafo de una serie de versos que recoge la Antología Ecuatoriana Cantares del pueblo, que vio la luz por vez primera en 1892. El tiempo le pasó factura al libro de pasta dura y con hojas de papel periódico; en ellas se nota que las polillas aprovecharon el clima y se endulzaron con las coplas.

09-2-13-cultura-diuscoUn libro de director de bandas tuvo mejor suerte, tal vez por su porte, mide aproximadamente unos 60 centímetros de largo por unos 50 de ancho. Allí se encontraban las partituras de las melodías modernas nacionales e internacionales del siglo XIX. Las bandas en esa época tenían la tradición de ofrecer recitales los jueves y domingos en las famosas retretas. La intervención de los músicos que reemplazaban a la radio y la televisión cumplía, además de divertir a la comunidad, un rol pedagógico para quienes asistían: los ponía al día con la onda musical.

El guitarrista posee también partituras de los años 30 del siglo pasado que se caracterizan por tener en las tapas  ilustraciones a todo color. Así aparece el álbum “Los muertos que viven”, que recoge melodías del género pasodoble marcial. Éstá dedicado al ex presidente Eloy Alfaro y a los generales que fueron asesinados el 28 de enero de 1912. En el montículo de partituras también se divisa un material dedicado a los bomberos de Guayaquil, por eso de los incendios constantes.

En el fajo también se hallan las partituras del himno a diario El Telégrafo y a El Universo, ambos de Guayaquil. “Justo salió el de la competencia”, dijo entre sonrisas Pablo. Apuntó, entretanto, que se podía distinguir en muchas de las partituras el corte político de la época.

Para llegar a obtener la documentación, Pablo junto a Juan Carlos Franco, especialista en música de la región oriental y afro; Juan Mullo, investigador de la música montubia; César Santos, director de coros, y Wilson Ordóñez, también músico, han invertido tiempo y dinero.

A veces solos o en grupo realizaban los viajes para dar con nuevos hallazgos que ahora ya forman parte de su archivo. El grupo, con bastante recorrido ya, en los años 90 dio vida a la “Corporación musicológica ecuatoriana Commúsica”. Se establecieron en algunos lugares en donde les brindaban apoyo, pero al final el archivo terminó donde empezó, en la residencia de Pablo.

Durante los más de 20 años hubo además otros músicos que también apoyaron el sueño, pero se desmotivaron al ver que desde el Estado no se les ofrecía apoyo para concretar el sueño que es tener una sede propia. Ellos creen que este archivo patrimonial es fundamental para la identidad musical ecuatoriana. Pablo, como es de esos hombres que evita quejas, hizo un préstamo a una institución bancaria y compró una propiedad en la Mitad del Mundo.

Ahí, un poco alejado de la ciudad, piensa instalar el primer centro de investigación musical ecuatoriano que llevará por nombre -dice él- “Archivo Equinoccial Ecuatoriano”. En los 115 metros cuadrados del terreno que ha adquirido construirá una casa de dos pisos; en el primero montará el archivo musical y en el segundo vivirá con su familia. De esa manera concretará su sueño y el de algunos músicos.

El proyecto estará concretado este año y piensa sostenerlo con capacitaciones, talleres y la venta de cancioneros que, en muchas ocasiones, son adquiridos por los propios músicos. “Nuestro afán es que en algún momento se llegue a establecer un centro de investigaciones y de documentación musical. Con eso estaremos contentos porque se resguarda el patrimonio y a través del centro se divulgará el material. Si no se reproduce no tiene sentido la investigación”, afirmó Pablo, quien lleva publicados unos 20 libros sobre música ecuatoriana.

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