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El arlequín que desafió a la muerte con su risa

El arlequín que desafió a la muerte con su risa
15 de septiembre de 2013 - 00:00

UNO     

“No te tomes la vida tan en serio, a fin de cuentas, no saldrás vivo de ella” dice una de las  geniales frases del grupo argentino Les Luthiers. Arlequín de pies ligeros -en 70 minutos- nos da cuenta de ello.         

A cargo de los grupos Ojo de Agua y La Muralla, en una coproducción argentina, la obra se basa en La muerte alegre del dramaturgo Nikolai Evreinov, con textos de I Clown del cineasta  Federico Fellini y otros de los ecuatorianos María Elena López y Roberto Sánchez Cazar. “Ese fue nuestro primer desafío —cuenta Roberto, el director—  adaptar una obra tremendamente clásica a una comedia  popular”.

El elenco está formado por cuatro  ecuatorianos: Roberto Sánchez (Arlequín), Geovanny Pangol (Pierrot), María Elena López (Colombina) y Tanya Benítez (Doctora y Muerte).

El proyecto empezó a planificarse en noviembre del año pasado y tras varios ajustes lo presentaron al concurso del Fondo Iberescena para la Coproducción de Espectáculos de Teatro y Danza Iberoamericanos 2013. Ganaron. Luego les tomó dos meses más entre el taller, el trabajo conjunto y el montaje.        

Arlequín de pies ligeros se trata de una historia de enredos, traiciones, vida y muerte, realizada con la belleza de la comedia del arte, género nacido en el siglo XVI, en Italia, y cuyas características principales son el uso de las máscaras y la improvisación alrededor de una trama sencilla.  Esta obra no solo lo consigue sino que llega a ubicarla en un contexto alucinante, refiriéndose incluso a temas políticos, de una forma sutil y afilada, ingredientes del humor fino.

DOS

Arlequín está próximo a morir. Pierrot, su amigo, intenta prolongarle la vida y burlar a la Muerte, aunque para ello ‘tenga que retrasar el reloj dos horitas’. La Doctora atiende al moribundo -paradójicamente, el más activo de los personajes- tratando de sacar provecho y conseguir la mayor cantidad de dinero posible. Entre cantos y tambores, se prepara una última cena donde se descubre que Colombina, la esposa de Pierrot, tiene un romance con Arlequín, por lo cual Pierrot tratará de vengarse de su ‘amigo’, adelantando el reloj.

Esa es la sinopsis, pero la obra es mucho más. Arlequín de pies ligeros, es un animal; un animal vivo cuyo comportamiento dependerá, en gran medida, de quienes lo asistan.

TRES

20:30. Se enciende el escenario. ¿Es una fiesta o un funeral? Pasados los primeros segundos, al público nos da lo mismo. Las risas no tardan en llegar. Aquí la Muerte es la real protagonista, pero es el humor quien la atraviesa hasta el final.

CUATRO

Fellini está presente en la primera parte con evocaciones a su película I Clown, un magistral documental dedicado a los payasos. Hay ecos de la última parte, la del funeral.
La Doctora grita de repente: “Tengo que darles una terrible noticia: Arlequín  ha mueeeerto”. Redobles de tambores y sus amigos empiezan a cantar. Se arma un bochinche. La Doctora pone orden y se toma conciencia de que allí hay un muerto. Enseguida interviene Colombina:
—No podía haberse dicho que Arlequín  era guapo. Tampoco que  era inteligente. En realidad, no podía haberse dicho nada...
—¡Era un bribón! ¡Un borracho degenerado! ¡El terror del cobrador de luz! ¡Y del dueño de casa!
 
CINCO

¿Pero quién es ese  tal Arlequín? Pierrot retrocede el tiempo como si recogiese una cortina y  dice: “... esto fue lo que pasó”. Ahora vemos a Arlequín muy vivo, saltando alegre, ingenioso, bohemio,  ajeno a todo final.  
¿Y si todos vivimos en esa cortina de tiempo —pienso—, y vamos de atrás hacia adelante,  sin saberlo? Irrumpe con fuerza un tambor,  me resitúa.

SEIS

La Doctora encarna la charlatanería. Su misión es recetar prohibiciones a cambio de cuantiosas  sumas. Arlequín se niega a ello y termina siendo él quien le da un consejo ante el vacío existencial de la Doctora: “Váyase y viva”, le dice. Tan simple como eso. “O como diría el filósofo Gerardo Morianópolis en su máxima sentencia griega (y tras sostener la solemnidad unos segundos, procede a cantar): “En vida que me quisieras, en vida que me quisieras, de muerto ya para qué...”.  El público intensifica  risas.  La carcajada es el nuevo nivel.

SIETE

Cada personaje ironiza con las debilidades del ser humano: celos, envidia, ambición. Pero hay una jerarquía, más allá de los roles, que es dada, por ejemplo, por el miedo. Siento ternura. Todos los personajes, en el fondo, tienen miedo, y todos lo canalizan de  diferente manera. Pienso en esa frase de Woody Allen que dice: “No es que tenga miedo de morirme. Es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”. Es exactamente lo que encarna el Arlequín. Pese al acabose, nunca pierde la gracia.   Mejor verlo de esa forma. ¿Si no, cómo? La muerte es la única que no perdona.

OCHO

Llega la hora del gran encuentro: Arlequín vs. la Muerte. Por momentos Arlequín tiembla ante el misterio que le espera, por otros se ríe y parece quedarse tranquilo con lo que fue el derroche de su vida. Solo un último deseo pidió Arlequín: “morir bailando”. Así empieza la danza final. Ya no hay trucos para burlar a la Muerte, quien con una capa morada y un palo de madera en la mano se coloca en el centro para marcar el compás. Arlequín danza y ríe fuera de todo reloj. El escenario se queda oscuro.

NUEVE

La sala ya está  vacía. Me escabullo entre los telones y bajo al camerino. Encuentro a los  artistas  sin máscaras, con sus propias sonrisas. Todos coinciden en que  la obra, de una u otra forma, los transformó. Me cuentan detalles de su experiencia, cada uno guarda una personal sabiduría.

—Me inquieta el final de la obra, les digo, esa muerte casi utópica.

Roberto me cuenta que el final de Evreinov era demasiado solemne, moralista, una fábula; y que prefirió  escribirlo basado en un hecho real: la muerte alegre de una murguera.

“El doctor le dijo que le quedaba poco tiempo de vida y que mejor se acostara a ‘descansar’, Así que ella decidió que no, que si iba a morir, lo haría bailando. Y así fue”.

Les agradezco y con un abrazo me despido. Mientras me alejo, pienso en la pregunta que se hizo Fellini al final de su película: “¿Puede en verdad morir un payaso?”. Desde lejos aún escucho las risas, la de los actores y la del público, la mía. La noche está llena de niebla. ¿Cuántos bailan, ahora mismo, su danza final?

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