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Zona Escena arranca con su ‘Tercer manifiesto’

La ilusión de los dobles (foto) es un ejercicio performático con instalación que se mueve en torno al momento.
La ilusión de los dobles (foto) es un ejercicio performático con instalación que se mueve en torno al momento.
Cortesía Juan Carlos Zambrano
27 de febrero de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Uno de los 2 departamentos del ‘Primer piso’ de un edificio viejo del centro de Guayaquil es, desde hace 3 años, una zona de experimentación y creación escénica. Cada espacio se ajusta a un proceso creativo, a una mente y su búsqueda. Su disposición no cambia, en este ‘Primer piso’ el cuerpo se subordina a los rincones.

Jorge Parra dirige la agrupación Zona Escena desde su departamento, en el que cada año se plantea un nuevo recorrido junto a Mario Suárez, Michelle Mena Castillo, Alejandro Yagual Aguilar, Vanessa Guamán y Maribel Domínguez Carrión, los artistas escénicos que dinamizan este espacio.

Desde las primeras creaciones de lo que se llamó ‘Ejercicio performático 1 y 2’, una de las actrices servía papas fritas en la cocina. En lo que hoy se presenta como el ‘Tercer manifiesto’, la mesa del comedor sigue estando allí, frente al televisor, y no ha dejado de ser un espacio familiar. Los dormitorios ponen a la disposición del tránsito de un público interesado sus camas y muebles. No hay sillas ni una disposición de espectador tradicional. La idea del teatro se ausenta, se trata de microescenas.

“La casa ya no es casa, un departamento ya no es un espacio privado, todo el tiempo somos invadidos, penetrados, husmeados. Cada vez hay menos cosas que esconder y más cosas por compartir. (...) Este espacio ‘Primer piso’ nos da la posibilidad de indagar sobre lo que somos y queremos decir, no hay más, no tenemos otro sitio, es este, y si queremos seguir viviendo como artistas debemos abrir espacios”, escribió Mario Suárez como sentencia de lo que inició en 2014.

El ‘Tercer manifiesto’ inicia su recorrido en el pasillo con Trebejos. Maribel Domínguez se cuestiona las pequeñas relaciones de poder que construye la sociedad. Se quedó con una de las más básicas: empleado-patrón. En un texto sobre las nuevas ciudadanías del siglo XIX-XX logra aproximarse a la forma en que se asociaba al empleado doméstico de esa época con la insalubridad.

A partir de esa idea construye un personaje: un hombre-máquina. Genera un movimiento con el que no había experimentado antes. Los únicos elementos son una silla y una tela elástica. Va de patrón a empleado y su cuerpo se ajusta a las personalidades que representa. Domínguez interpreta a un hombre en escena porque necesitaba explorar la masculinidad en su propuesta, porque cree que el poder sigue siendo una representación de lo masculino.

Al final del pasillo a la derecha está la segunda microescena, Cuatro... la belleza imperfecta. Vanessa Guamán utiliza una habitación donde solo hay unas sillas, un colchón y un armario. Utiliza telas blancas, negras y rojas, los códigos de color de wabi-sabi, una definición japonesa que describe a objetos o ambientes a partir de su belleza rústica.

La propuesta plantea encontrar la belleza en lo simple. Para Guamán “la belleza no está en la cúspide, está en el surgimiento de algo, en la forma en la que se desarrolla”. Su escena no tiene diálogos y también está marcada por los conflictos que puede expresar el cuerpo.

Considera que ‘Primer piso’ “siempre es un reto porque supone una creación propia”. “Esta vez me enfoqué en la idea de la rigidez. Cuatro tiene que ver con lo establecido, hace oposición a la idea de la belleza cuando no se ve desde la individualidad, de los objetos por sí mismos”, dice Guamán.

A 3 pasos inicia ‘La ilusión de los dobles’. El público espera desde la cama y mira cómo Alejandro Yagual utiliza distintas máscaras de yeso colgadas en su camino, se mira y se cuestiona frente al espejo, salta a su cerebro e interpone los personajes con los que convive a diario desde su personalidad. Yagual se enfoca en la doble moral, en la hipocresía. Al final jugar con distintas máscaras siempre cansa. “Sé libre”, pide el fondo musical. “A diario todos mantenemos un personaje para vivir, para coexistir y eso cansa”, dice Yagual.

La cuarta microescena inicia en lo más alto de la habitación. En un armario Michelle Mena inicia Grado 0. Gesta distintos momentos de clímax, se representa desde un precipicio que constituye a la vez un tipo de encierro. Una forma de pensar de la que no se puede librar.

El recorrido termina en el espacio más familiar de todos, el comedor, con Perencejo-El juicio de Mengano. La mesa está intervenida por un payaso que dice que todo juicio es siempre un espectáculo. El payaso, sujeto al que su intérprete Mario Suárez siempre le ha temido, modera la sesión. Juega con los conjuntos, las formas en las que se organiza la sociedad, los periodistas, los políticos, las modelos, las tecnocumbieras, todo lo que puede trastocar los modelos de poder.

“Todo lo que necesita un tirano es que los buenos tengan miedo”, dice el payaso. En este juicio, inspirado en el documental sobre Núremberg, todo está trastocado por lo mediático. Es la obra más política de todas y su clave está en la sátira. Las performance de Zona Escena no han sido improvisadas pero están sujetas a la interpretación individual, a distintos recorridos posibles. (I)

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