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El domingo 4 de octubre se presentará un recital de los alumnos guiados por la intérprete

Fresia Saavedra: "Yo también fui joven y me enamoré del pasillo"

A sus 82 años se mantiene dando clases en la Escuela del Pasillo Nicasio Safadi, en el Museo de la Música Julio Jaramillo. José Morán / El Telégrafo
A sus 82 años se mantiene dando clases en la Escuela del Pasillo Nicasio Safadi, en el Museo de la Música Julio Jaramillo. José Morán / El Telégrafo
30 de septiembre de 2015 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Fresia Saavedra canta sola cada mañana en su casa, mientras se dedica al trasteo del día, a limpiar y ajustar los pendientes, como lo hacía su madre. No necesita que nadie la escuche para cantar en voz alta. No necesita tener al público para sentir el pasillo. Sus mímicas casi teatrales son infaltables y –considera– son parte de la esencia de la música que la ha acompañado desde que inició su carrera, a los 12, hace ya 70 años. Cantar es parte de su entrenamiento y es un acto de inercia. Lo hace todos los días, aunque solo da clases de canto por las tardes, dos veces por semana, en la Escuela del Pasillo Nicasio Safadi, en el Museo de la Música Julio Jaramillo. Allí la reciben los niños, también cantando.

Niños de entre 9 y 12 años la esperan en orden entonando la letra de ‘Cholo porteño’. Es el primero de tres grupos a los que dedica la conocida ‘Señora del Pasillo’ sus miércoles y jueves. Están sentados para iniciar con la práctica del programa, pues el siguiente domingo, por el inicio de octubre –el mes de la independencia guayaquileña– interpretarán algunos pasillos, sanjuanitos y pasacalles, la música que han aprendido durante los seis meses en la clase de Miss Fresia.

-Nada de mirar al techo, allí no hay nada. Todo es al público. Christian, ¿pusiste la guitarra en si bemol? –le pregunta Miss Fresia, como la llaman los niños, al acompañante de la práctica en la guitarra.
–Es la, nomás –responde.
–En si bemol tiene que estar.

Se cambia el acorde y Emily Padilla empieza de nuevo. “Ciudad del río grande y del estero, donde el sol es un sol domiciliado, que amanece riendo en el primero y se duerme jugando en el salado”. Canta ‘Guayaquil, pórtico de oro’, la canción de Pablo Hanníbal Vela, y aprovecha la música que le dio Carlos Rubira Infante para mover un poco sus piernas, mientras su maestra le pide jugar en la variación de su voz en la palabra ‘salado’: ‘Saaa-laaa-doo’.

Emily tiene un vestido de tablones floreados, el cabello negro suelto, largo y 9 años. Como muchos de los niños que han llegado a esta escuela, esta es su primera clase de canto y se ha relacionado con el pasillo desde la casa. Emily ha crecido escuchando la voz de su padre, alegrándose y entristeciéndose con esa música, una herencia de la voz de su abuela en la radio, Margarita Beltrán.

Al terminar la primera canción del ensayo reconoce que debe practicarla en si bemol. Los niños, que esta vez hacen de público, simulan con sus labios las letras de las canciones, practican su gesticulación, se adueñan de la interpretación para cantársela a quienes tienen a su lado. Practican cómo cantarían ellos si fueran la voz de quien está en el micrófono. Saben el nombre de cada tema y se muestran ansiosos con ser el próximo en subir al podio y estar frente a su maestra. Entonces vuelven a recibir los comentarios sobre el tono y los gestos con los que deben comunicarse con su público.

Fresia Saavedra dice mantener en sus clases el mismo sistema de lo que fue antes la música ecuatoriana. “El pasillo no debe cambiar en lo absoluto. Justamente es por eso que se está incentivando en la juventud que se aprenda tal como era antes, porque si le cambiamos el ritmo ya no es pasillo”.

Para esta maestra, que el pasillo mantenga su ‘toque’ significa sostener el trabajo del compositor y el sentimiento del autor. “Todos fueron jóvenes y les gustó el pasillo. Yo también fui joven y, como muchos, me enamoré del pasillo. Así mismo, puede ser que esta juventud también aprenda a respetar, primero; segundo, a querer lo que es nuestro”, recalca Saavedra.

En el Guayaquil de la década del 40, Saavedra dice haber aprovechado los horarios en los que recibían el servicio de energía eléctrica para escuchar la radio: en las mañanas, hasta las 12:00; y por las tardes, desde las 18:00. Aprovechaba para escuchar los programas que se dedicaban a la música nacional para aprender las canciones que también cantaba su madre en la casa y que su padre entonaba en el violín. Saavedra creció escuchando el repertorio de la música nacional en su hogar.

Su primer disco lo grabó a los 12 años, con un tema que cantaba su madre. “Ya no me quiere, todo ha pasado, en mis felices horas extrañas, lo más hermoso, lo más amante, ver en tus ojos brillar radiante…, y mira que ha pasado tanto tiempo que aún me acuerdo. Así es el pasillo, yo lo aprendí en casa y quiero que así lo enseñen las madres jóvenes”.

Cuando Fresia Saavedra cantaba en el Teatro Apolo, había tres horarios: matiné, especial y noche. “Y la gente joven iba a ver cantar y encima se quedaba afuera; ahora hay que golpearles la cabeza para que vayan a escuchar la música. Si son jóvenes y están en una presentación de pasillo te dicen: ‘Yo traje a mi abuelita’, tienes que decir que viniste a escuchar tu música”.

Durante toda su carrera ha grabado más de 40 discos, entre ellos el primer disco comercial de Julio Jaramillo. Fue un dúo en el que interpretaron ‘Pobre mi madre querida’, un yaraví de Alberto Guillén, y ‘Mi corazón’, un pasillo de Gonzalo Vera Santos. También está el disco con canciones dedicadas a las madres en el que no pudo evitar las lágrimas. “Así se va”, dijo el productor. A su hija, Hilda Murillo, le enseñó también a amar la música nacional. De ahí que haya podido grabar con Murillo las canciones que aprendió de su madre, Susana Gómez.

El tercer grupo, donde están los alumnos mayores de edad, va llegando de a poco. Con ellos suele cerrar los ojos más seguido, sentada junto al piano y frente al parlante, bajo el escenario, desde donde los dirige. Para ella, escuchar o cantar la música ecuatoriana con los ojos cerrados es trasladarse a otro mundo, a un espacio donde la canción toma rienda suelta en la imaginación.

Con los más grandes hay menos críticas y sugerencias. Fresia Saavedra hace uno que otro comentario sobre un tono desafinado que se repite y corrige al instante. Quienes llegan a esta escuela lo hacen por sus padres, porque también crecieron escuchando la música nacional, porque es gratis y pueden aprender de los intérpretes del pasillo de una época dorada. Cada vez que se abren las inscripciones se reciben postulaciones por centenares, “pero cada quien nace con un talento”, afirma Fresia Saavedra; y agrega: “A veces podemos cantar, pero no hay quién nos enseñe. Esto es como enseñar la matemática, la historia, la geografía. Si no le enseñan de su ciudad usted no puede conocerla. Así mismo es la música, tienes que aprender, hay que enseñarles”.

A las 17:00 termina la clase, agotada, pero satisfecha de dar indicaciones, de repetir las canciones que disfruta. “Menos mal tengo chicos inteligentes, que si no...”. (I)

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