A las 18:30, de lunes a viernes, los trabajadores salen de las empresas y los colegiales de los planteles. Los vehículos se acumulan en la avenida Carlos Julio Arosemena, en Guayaquil.   

A esa hora algunos conductores como en una competencia esquivan a otros carros y forman triple fila en tramos de dos carriles. Se cruzan intempestivamente delante de otros y cambian de carril sin prender las luces direccionales. Los neumáticos de los carros “chillan” para evitar la colisión con otros.

Los afectados que logran alcanzar a los “audaces”  bajan los cristales de las ventanas para insultar a los imprudentes. Pero estos últimos los miran de reojo o erguidos no quitan la mirada del frente. Aunque también existen los que, desafiantes, responden con improperios.

En la Avenida del Bombero llega la noche. Los choferes, en un espacio más amplio, pisan casi al máximo el acelerador. Quienes van a 70 kilómetros por hora, que es lo apropiado en ciertos tramos, sienten el sonido violento de camionetas y otros vehículos con vidrios polarizados.

Algunos no portan placas en la parte posterior. Los agentes parados por allí no ven a esas “saetas” cuando corren por el carril izquierdo. Los choferes suelen orillarse allí para permanecer “desapercibidos” o con el fin de evitar su identificación.  

También la vía a la Costa, oscurecida por la poca iluminación y ramas que no están podadas, se convierte en un “velódromo” Hay quienes exceden los 100 kilómetros por hora.

Los infractores calculan con precisión el instante en el que debe reducir la marcha para burlar los escasos radares. Luego nuevamente retoman sus excesos.

En la penumbra se observan camiones, salpicados de fango, y vehículos livianos peligrosamente estacionados con las luces apagadas y que carecen de aquellas.

Incluso, existen conductores de automotores de carga que se estacionan, bloqueando intersecciones, para alzar con palos los cables y llevar sus cargas. (I)