A las 19:00 sale de la estación el “tren bala” de color blanco y parte frontal puntiaguda. El vehículo que se mueve a 350 km por hora permite el traslado desde Dunhuang a Xiahe en la provincia de Gansu (China).

El sonido de las máquinas es casi imperceptible en la estación, donde hay muebles de espera esponjosos, baños limpios y pisos relucientes.

La llegada al destino final está prevista para las 08:00. Durante el prolongado traslado el viajero puede permanecer en el camarote, de tres por tres metros, asignado en el boleto. En ese espacio hay cuatro camas (dos literas), focos, tomacorrientes, almohada y cobertores.

Los que viajan en grupos pueden solicitar ir en la misma cabina, pero si el pasajero viaja solo le toca compartir con otras tres personas desconocidas.

La noche avanza y por la ventana asoman postes, cables y granos de arena que se pierden en el horizonte.

El viajero puede dormir cuando quiere, pero los que no lo desean, van al bar que queda  varios vagones más adelante. Las azafatas dan información y guían a los turistas sobre cómo llegar.

Allí hay mesas y un cantinero que expende vino, cerveza, maní y otros snacks para acompañar la bebida. Algunos conversan con una copa en la mano sin que se derrame el líquido por el leve movimiento del vehículo.

Los más “alegres” se quedan allí casi hasta la medianoche. Entonces, las azafatas cambian sus uniformes por trajes brillantes, ceñidos y con vientres descubiertos. El barman pone la música y las jóvenes, en dúo y como solistas, presentan un espectáculo dancístico. Los espectadores aplauden.  

El show de ellas termina, pero el público occidental, que quiere más, prende sus celulares y los conecta con el parlante para hacer su baile: tecno, rock y hasta salsa. La madrugada avanza y la tripulación, cansada, pide que ya duerman. Los extranjeros se retiran, pero  el sol les avisa que ya llegaron. (I)