Las reacciones ante la lluvia son diversas y aunque hay quienes disfrutan de mojarse, la mayoría trata de guarecerse para evitar un resfriado, muy usual sobre todo en esta época invernal en Guayaquil.

Pero con la temporada no solo llegan las enfermedades, sino también las complicaciones de movilidad que imperan cuando las nubes descargan agua.     

Hay sectores de la urbe en donde algún poder extraño se apodera de las personas que se transportan en vehículos o motocicletas.

Son las 18:00 y la mayoría de los trabajadores se dirige a sus hogares  luego de una jornada de labor, pero media hora antes ha caído una lluvia que parece no terminar.  Al bajar su intensidad, me dispongo a emprender un periplo a pie, pero al llegar a Bellavista me encuentro con un “nudo” de vehículos que vuelve imposible cruzar la calle. En ese tramo hay una bifurcación: por un lado, un camino que lleva hacia la Universidad Católica, y por otro, un puente que desemboca en el edificio de los Medios Públicos, ambos en la avenida Carlos Julio Arosemena. Los peatones empezamos, ante los carros que circulan por varios lados, a esquivar a los conductores que no les importa avanzar, como si el semáforo se hubiese vuelto invisible, aunque una persona esté delante. Con suerte llego a la vereda y  me encuentro a salvo, o eso creo, porque de repente vienen varios motociclistas que intentando evitar el congestionamiento   se han subido a las veredas. Ahora somos los peatones quienes debemos esquivarlos, en un espacio que es nuestro. Al parecer, el concepto de veredas, que en todo el mundo es de uso exclusivo de transeúntes, se convierte en una extensión de las calles y eso que las de Bellavista tienen tres carriles. 

Como si esto fuera poco, es habitual toparse con carros estacionados a lo largo de la vereda, lo que induce a desplazarnos como si nos hubiésemos inscrito en una carrera de obstáculos. (O)