El domingo pasado, Carlos Puya pasó un día muy entretenido con sus amigos en el recinto La Leona, de la parroquia Pedro J. Montero, del cantón Yaguachi, tras tener una amena tarde deportiva.

No podía quedarse hasta altas horas de la noche porque al día siguiente tenía que viajar a Guayaquil para ir a su trabajo, por eso se despidió de sus amigos cerca de las 21:30 para dirigirse a su casa. Ya el lunes, levantarse a las 04:30 era una tarea complicada debido a su cómplice: el frío acogedor de la madrugada.

Sin embargo, Carlos logró su cometido y tras cambiarse, desayunar y despedirse de su señora, se dirigió presuroso hasta el paradero en donde cada semana toma el bus para llegar hasta la urbe porteña. Eran las 05:35 cuando Carlos tomó el bus, cuyo origen es el cantón La Troncal, y ocupó uno de los últimos asientos. Ahí comenzó otra historia.

Afirma que apenas llevaba un minuto en el automotor cuando decidió dormir un rato. Abrazó su maleta y acomodó el asiento y su cabeza para dormir en el trayecto. La música estaba suave y no hubo vendedor ambulante alguno que lo despertara con sus gritos. “Me quedé tan dormido que ni siquiera pagué el pasaje al oficial. No sé si vino a cobrarme, pero ante el profundo sueño no sentí su presencia”, dice Puya.

La siesta era tan placentera que Carlos tampoco se percató de que el bus se detuvo alrededor de 15 minutos en el trayecto por un accidente de tránsito que, por suerte, no pasó a mayores.

No era la primera vez que Carlos hacía esta confortable actividad, y tampoco la primera ocasión que despertaba ya cuando el bus estaba en los parqueaderos de la terminal terrestre de Guayaquil. Y ahí el reloj marcaba las 06:40. “Me desperté asustado, pensé que estaba en Durán (sonríe).

De inmediato llamé al oficial de la cooperativa de transporte para que abriera la puerta del bus y así correr para coger la metro y no llegar tarde a mi trabajo”, indica Puya, quien asegura que esta experiencia nunca la olvidará. (I)