Sangre, sudor y lágrimas. Eso se mezcló, literalmente, en la pileta de la Universidad Central donde los hinchas de Liga de Quito celebraron su corona número 11 el domingo pasado.

Hacía ocho años que no cumplían con el ritual. Más de 2.000 personas llegaron hasta ese lugar, que en poco tiempo se fue quedando sin agua, por los saltos continuos de los aficionados.

Abrazos, cánticos, dedicatorias y promesas cumplidas. Todo se juntó en medio de la algarabía por el título. Pero todo se preparó muchas horas antes, pues desde muy temprano los hinchas rodearon el estadio Casa Blanca, como si quisieran defender su fortín.

Y así lo hicieron, con “soldados” de varias clases: los que siempre están, así el club se enfrente con el rival menos atractivo del certamen, y los que aparecen cuando su club tiene éxito. Eso no importaba, a pesar de que es posible diferenciarlos una vez que el balón rueda.

“¡Noveleros!”, gritó un hincha mientras caminaba a la puerta de la general norte, con el rostro curtido por el sol de tantas tardes de fútbol. Los que lo escuchaban fingían demencia, pues nadie va a considerarse un hincha de esos, así haya sido su primer partido del año.

Ya dentro del escenario, todo se tiñó de blanco como si hubiera caído nieve en esta parte del mundo. Más de una hora antes de que empezara el partido, todo estaba copado y solo había ansias por ver la gran final del fútbol ecuatoriano.

Con el partido en marcha, rápidamente llegó el tanto de Ánderson Julio, con un grito de gol que se extendió por toda la ciudad.

En medio de todo, no faltaron las fotografías de rigor, las indicaciones a los jugadores como si se tratara de un entrenador mejor que Pablo Repetto y las caras de sufrimiento ante algún ataque del rival.

El punto máximo llegó cuando Jefferson Intriago y Édison Vega levantaron la copa, la que fue esquiva por ocho años y hoy no deja de celebrarse. (I)