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El Telégrafo
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Diez años yendo al mismo sitio sin saber dónde estaban parados

Diez años yendo al mismo sitio sin saber dónde estaban parados
Foto: Néstor Espinosa / El Telégrafo
09 de mayo de 2019 - 00:00 - Néstor Espinosa

Los niños son clientes de la misma peluquería desde muy corta edad. El mayor empezó a frecuentar el lugar cuando tenía seis años; el más pequeño solo cuatro. Para que les cortaran el cabello ambos necesitaban un banquito adicional a la silla regular. Hoy, diez años después, el peluquero es quien necesita el banquito para alcanzar sus cabezas.

Los ahora adolescentes empezaron a deshacerse de sus rizos y a realizarse el shave up cuando el corte costaba $ 1, y -como dicen en Guayaquil- de complemento recibían un vaso de quáker. Hoy, el corte cuesta $ 3,50.

En sus inicios el buen trabajo de los estilistas era arruinado por el exceso de calor. Con los años, sin embargo, el piso de cemento pintado de granate que sofocaba fue forrado con porcelanato beige y la puerta metálica reemplazada con cristales corredizos. Un acondicionador de aire de 24.000 BTU y un televisor de pantalla gigante, no solo refrescan el ambiente sino que transformaron el local en un centro de relajación.

Durante diez años, los jóvenes clientes y su padre estaban convencidos de que la peluquería La Juventud, donde trabajan tres riobambeños: Abuelo (propietario), Cachito (peluquero de los niños en mención) y Cuy (el más guayaco de todos) estaba ubicada en la ciudadela La Florida, en el norte de Guayaquil. Nadie se cuestionó jamás la dirección. Todos estaban engañados, incluso el taxista que en varias oportunidades los ha movilizado.

En esas transformaciones propias del progreso, la peluquería La Juventud desde hace algunas semanas tiene un letrero luminoso gigante en el que menciona la dirección de su matriz y dos sucursales.

La principal está ubicada en la avenida Quinta de La Prosperina, una de las sucursales en la cooperativa Pancho Jácome, la otra efectivamente en La Florida. “Entonces este local es de La Florida”, pregunta el cliente. No, este es el de la Pancho Jácome, dice el Abuelo, con una sonrisa.

Con un poco de ironía, el cliente le repregunta: ¿no me diga ahora que la iglesia de al frente no es la de Nuestra Señora de los Remedios? ¡No, señor! Insiste el Abuelo, “esta es la iglesia de Santo Tomás de Aquino. Diez años viniendo al mismo sitio y no sabía dónde estaba parado”, ríe. (I)

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