Su cabello canoso y sus marcadas arrugas en el rostro y manos le recuerdan cómo el  tiempo pasó y  lo que le dejaron sus 73 años. No tiene hijos, ni casa.

Don Luis todas las noches llega a la terminal terrestre donde junto a otros adultos mayores y emigrantes de países vecinos comparte el frío cemento de las paradas para descansar.

Allí está prohibido que las personas  duerman en el piso.  Don Luis lo hace sobre su silla de ruedas, de la que depende por una lesión en su columna vertebral. Hace 20 años convirtió este paradero en un sitio para pernoctar.

Cuando ya amanece él deja el lugar y se traslada a otros para encontrar comida. Pero antes de salir de la terminal, de forma muy rápida, usa los baños para su aseo personal. 

Don Luis diariamente emprende una ruta de iglesias en búsqueda de su sobrevivencia. La primera que visita es San Agustín, donde recibe el desayuno completo y comparte con otras personas de la tercera edad que viven en su mismo estado: duermen en las calles.

Desde hace un mes don Luis modificó su ruta y ahora acude a la conocida como La Victoria. Allí, además de ser alimentado, es atendido por un equipo del Ministerio de Inclusión Económica y Social, que los hace ejercitar físicamente y realizar juegos dinámicos para mantener activas sus mentes. También comparte con los demás su vida y sus actividades en su juventud.

Estas prácticas ayudan a don Luis a recordar cuando fue marinero de timón de una embarcación extranjera que lo llevó a recorrer puertos internacionales y  conocer países de Europa.

En este lugar permanece hasta el mediodía, después de almorzar.

Otra de las iglesias que recibe a este grupo de atención prioritaria es la Vicente de Paúl, del Suburbio de Guayaquil.

Allí cientos de personas de la tercera de edad llegan todas las mañanas para degustar platos que son donados por  los mismos feligreses e incluso por los niños que hacen la Confirmación. (I)