La coordinación de algunos medios de comunicación de Pekín es abrumadora. Por ejemplo, en la agencia de noticias más grandes la seguridad es máxima desde la entrada. Celadores que pertenecen a la fuerza pública, con las herramientas para defender a los trabajadores ante cualquier ataque, custodian el cerramiento que antecede el ingreso principal. Los periodistas utilizan una tarjeta magnética que ayuda a pasar el primer filtro. Luego de un amplio patio se llega a la puerta de ingreso al edificio con más vigilantes.

A la entrada hay paneles electrónicos (como en Wall Street) en las paredes que difunden noticias y las horas de varias ciudades. Un día colocaron un robot que cantaba y respondía preguntas.

La redacción está dividida en áreas: en español, inglés, francés, mandarín, multimedia, deportes, etc. El director está en otro piso y su oficina también es muy grande. Los ascensores funcionan bien.

Los redactores lucen concentrados en sus puestos y el silencio es tan evidente que la conversación en un tono normal es bulla. No existen TV o radio encendidos a alto volumen ni el “corre corre” de periodistas que “pelean” por un vehículo para ir a  coberturas. Las computadoras y puestos pueden ser usados por distintas personas. No hay cubículos personalizados, tampoco cúmulos de papeles (todos tienen archivos). Aunque por allí asoma algún peluche o alguna mancuerna para ejercitarse (hay tiempo autorizado para eso y una siesta).

Los que quieren almorzar -suele hacerse desde las 11:00- tienen que ir a otro edificio con comedores múltiples. Los empleados acceden a comida subsidiada y pueden servirse de un bufete con opción a repetir (verduras, carnes, sopa, frutas y té). El costo: menos de un dólar (es raro el que lleva vianda). Las visitas son llevadas a un salón exclusivo con mozos. Los periodistas bajan a tomar un té y unas galletas por media hora en la cafetería.

Y ciertos medios cuentan con un hotel para sus huéspedes. (I)